

Hay quienes se preguntan angustiados: ¿Hasta cuándo podremos los humanos sobrevivir a estos calores, siempre crecientes? ¿Podrán nuestros hijos y nietos seguir viviendo en la tierra?
En julio del 1913 los termómetros alcanzaron los 56,7ºC en el Valle de la Muerte (California). Es el máximo calor, registrado en la tierra hasta el día de hoy. Hay también en nuestro planeta otros lugares donde los humanos no podrían sobrevivir por mucho tiempo.
Hoy acompaño a los lectores de la Obra Máxima a la enorme depresión del Danakil, en Etiopía, acertadamente conocida como el Infierno en la Tierra, donde la supervivencia humana es casi imposible.
Por fortuna el pueblo Afar, desde hace más de 20 siglos, habita este infierno y sus alrededores, conocer las circunstancias de su vida nos podrían ayudar para ir adaptándonos a un planeta más caluroso.
Geografía y estilo de vida del pueblo Afar
Conocidos como los señores del desierto, su población está repartida a lo largo de Etiopía, Yibuti y la costa sur de Eritrea. Superan los 2 millones y medio, de los que el 60% vive en la región Afar de Etiopía, llamada también Danakil. Es uno de los grupos humanos mejor conocidos del Cuerno de África.
La sociedad Afar mantiene un sistema patrilineal, y vive bajo la autoridad de un gobernador o sultán. El conjunto de la población se divide en dos sub-grupos bien diferenciados: los Asaemara, formado por nobles y militares que habitan en Asayita, capital de la región y los Adaemara, formado por la gente trabajadora que vive en las áreas desérticas.
Su estilo de vida es esencialmente nómada y dedicada al pastoreo de rebaños de ovejas, cabras y camellos. Su principal negocio es la exportación de sal, que la extraen de sus lagos. Hay también grupos de menor importancia dedicados a la pesca y a la agricultura.
Las mujeres están sujetas en todo a sus maridos y son como su «propiedad». La población femenina, entre los Afar, apenas goza de derecho alguno. Las diferencias de género están muy marcadas: las mujeres son las responsables de proveer el agua, son ellas las encargadas de construir las casas y mudar de campamento, el cuidado de la prole es también una responsabilidad femenina. Los hombres, mientras tanto, mantienen el clan y se encargan de la protección del ganado.
Tienen su propia lengua, perteneciente a la familia de lenguas afro-asiáticas, y según su tradición viven en la región desde hace 2.800 años. Se dejaron influir por otros grupos étnicos, que llegaban a la región, y principalmente por los árabes con quienes han comerciado por más de mil años. Profesan la religión musulmana suní, mezclada con muchos elementos autóctonos y rituales tradicionales.
A pesar de seguir la religión mahometana, los matrimonios afar son casi siempre monógamos. Las mujeres, solteras o casadas, tampoco se sienten forzadas a cubrir su cabello y rostro con los hiyab o burkas, como en otros países árabes.
La señal de identidad, que los diferencia de otras etnias de Etiopia, es su peinado. Los Afar usan el pelo en forma de tirabuzones con grandes cuchillos curvos. Su vestido típico es el sanafil, un tipo de falda que varía de color según el sexo. Viven en chozas que las llaman ari y se mueven constantemente en busca de agua para los animales.
Su alimentación y condiciones de vida
Se trata de un paisaje multicolor, tan atrayente como peligroso, entre manantiales hiper-ácidos, aire tóxico y calores extremos. El desierto de Danakil ofrece un escenario que al mismo tiempo deslumbra y ahuyenta, una geografía que parece de otro planeta. Este desierto, casi inhabitable, es el hogar de los Afar.
Habitan en asentamientos provisionales, buscando siempre las condiciones más idóneas para sus habitantes y sus rebaños. Disponen de unas pocas escuelas y centros médicos, separados entre sí por enormes distancias y sin medios de transporte. La pobreza ha sido y es su compañera de viaje por miles de años.
Los Afar, al contrario de otros grupos humanos como los Masai en Tanzania y Kenia, no se han abierto al turismo. Son pocos los visitantes que pisan este desierto, y los pocos que llegan no deben esperar una acogida cordial por parte de la población. Los miembros del grupo étnico Afar no quieren ser observados ni fotografiados. No tratan de vender nada a los turistas ni solicitan ayudas.
Hay excursiones de un solo día, que permiten a los turistas acercarse al gran lago de sal y conocer el estilo de vida del pueblo Afar. Otra fórmula, algo más peligrosa y no recomendada a viajeros menos experimentados, es la excursión de tres días, que permite llegar hasta los volcanes y ofrece la experiencia de dormir al raso.
Los componentes de la dieta Afar son carne, leche y té. El té es servido a todas horas, la carne es más escasa y la leche tiene un significado importante en sus costumbres de hospitalidad: cuando a un visitante se le ofrece leche caliente para beber el anfitrión le está diciendo que cuenta con su protección.
La sal ha sido siempre un bien muy apreciado por los Afar: constituye el eje de su supervivencia financiera y por eso la llaman el oro blanco. Extraen y exportan miles de toneladas de sal, transportadas en interminables viajes al lomo de sus camellos. El cloruro de sodio que extraen en sus lagos es tan puro que tan solo necesita ser refinado. Durante miles de años la han usado como moneda de cambio.
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Hay quienes se preguntan angustiados: ¿Hasta cuándo podremos los humanos sobrevivir a estos calores, siempre crecientes? ¿Podrán nuestros hijos y nietos seguir viviendo en la tierra?
En julio del 1913 los termómetros alcanzaron los 56,7ºC en el Valle de la Muerte (California). Es el máximo calor, registrado en la tierra hasta el día de hoy. Hay también en nuestro planeta otros lugares donde los humanos no podrían sobrevivir por mucho tiempo.
Hoy acompaño a los lectores de la Obra Máxima a la enorme depresión del Danakil, en Etiopía, acertadamente conocida como el Infierno en la Tierra, donde la supervivencia humana es casi imposible.
Por fortuna el pueblo Afar, desde hace más de 20 siglos, habita este infierno y sus alrededores, conocer las circunstancias de su vida nos podrían ayudar para ir adaptándonos a un planeta más caluroso.
Geografía y estilo de vida del pueblo Afar
Conocidos como los señores del desierto, su población está repartida a lo largo de Etiopía, Yibuti y la costa sur de Eritrea. Superan los 2 millones y medio, de los que el 60% vive en la región Afar de Etiopía, llamada también Danakil. Es uno de los grupos humanos mejor conocidos del Cuerno de África.
La sociedad Afar mantiene un sistema patrilineal, y vive bajo la autoridad de un gobernador o sultán. El conjunto de la población se divide en dos sub-grupos bien diferenciados: los Asaemara, formado por nobles y militares que habitan en Asayita, capital de la región y los Adaemara, formado por la gente trabajadora que vive en las áreas desérticas.
Su estilo de vida es esencialmente nómada y dedicada al pastoreo de rebaños de ovejas, cabras y camellos. Su principal negocio es la exportación de sal, que la extraen de sus lagos. Hay también grupos de menor importancia dedicados a la pesca y a la agricultura.
Las mujeres están sujetas en todo a sus maridos y son como su «propiedad». La población femenina, entre los Afar, apenas goza de derecho alguno. Las diferencias de género están muy marcadas: las mujeres son las responsables de proveer el agua, son ellas las encargadas de construir las casas y mudar de campamento, el cuidado de la prole es también una responsabilidad femenina. Los hombres, mientras tanto, mantienen el clan y se encargan de la protección del ganado.
Tienen su propia lengua, perteneciente a la familia de lenguas afro-asiáticas, y según su tradición viven en la región desde hace 2.800 años. Se dejaron influir por otros grupos étnicos, que llegaban a la región, y principalmente por los árabes con quienes han comerciado por más de mil años. Profesan la religión musulmana suní, mezclada con muchos elementos autóctonos y rituales tradicionales.
A pesar de seguir la religión mahometana, los matrimonios afar son casi siempre monógamos. Las mujeres, solteras o casadas, tampoco se sienten forzadas a cubrir su cabello y rostro con los hiyab o burkas, como en otros países árabes.
La señal de identidad, que los diferencia de otras etnias de Etiopia, es su peinado. Los Afar usan el pelo en forma de tirabuzones con grandes cuchillos curvos. Su vestido típico es el sanafil, un tipo de falda que varía de color según el sexo. Viven en chozas que las llaman ari y se mueven constantemente en busca de agua para los animales.
Su alimentación y condiciones de vida
Se trata de un paisaje multicolor, tan atrayente como peligroso, entre manantiales hiper-ácidos, aire tóxico y calores extremos. El desierto de Danakil ofrece un escenario que al mismo tiempo deslumbra y ahuyenta, una geografía que parece de otro planeta. Este desierto, casi inhabitable, es el hogar de los Afar.
Habitan en asentamientos provisionales, buscando siempre las condiciones más idóneas para sus habitantes y sus rebaños. Disponen de unas pocas escuelas y centros médicos, separados entre sí por enormes distancias y sin medios de transporte. La pobreza ha sido y es su compañera de viaje por miles de años.
Los Afar, al contrario de otros grupos humanos como los Masai en Tanzania y Kenia, no se han abierto al turismo. Son pocos los visitantes que pisan este desierto, y los pocos que llegan no deben esperar una acogida cordial por parte de la población. Los miembros del grupo étnico Afar no quieren ser observados ni fotografiados. No tratan de vender nada a los turistas ni solicitan ayudas.
Hay excursiones de un solo día, que permiten a los turistas acercarse al gran lago de sal y conocer el estilo de vida del pueblo Afar. Otra fórmula, algo más peligrosa y no recomendada a viajeros menos experimentados, es la excursión de tres días, que permite llegar hasta los volcanes y ofrece la experiencia de dormir al raso.
Los componentes de la dieta Afar son carne, leche y té. El té es servido a todas horas, la carne es más escasa y la leche tiene un significado importante en sus costumbres de hospitalidad: cuando a un visitante se le ofrece leche caliente para beber el anfitrión le está diciendo que cuenta con su protección.
La sal ha sido siempre un bien muy apreciado por los Afar: constituye el eje de su supervivencia financiera y por eso la llaman el oro blanco. Extraen y exportan miles de toneladas de sal, transportadas en interminables viajes al lomo de sus camellos. El cloruro de sodio que extraen en sus lagos es tan puro que tan solo necesita ser refinado. Durante miles de años la han usado como moneda de cambio.