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Nuestro mundo, ciertamente, es un espacio de grandes contrastes. Durante estas semanas leemos, por una parte, el esfuerzo que países e instituciones internacionales están realizando para acabar con la guerra de Ucrania, un conflicto armado que ha provocado miles de muertes y un éxodo de una parte importante de la población. A esto se añade otro conflicto que en Medio Oriente ha desatado odio y destrucción. Estos son los dos conflictos que en la actualidad ocupan espacios en los medios de comunicación, pero no nos olvidemos de otros tantos que siguen activos y, en la mayoría de las ocasiones como hemos señalado en esta carta saludo, no aparecen en los medios generalistas.
Todos estos conflictos bélicos o armados provocan heridas y odios que necesitan, después, años para ser curados. Hay que evitar, a toda costa, llegar a estas circunstancias bélicas que separan a las personas y a los pueblos. El noble ejercicio de la responsabilidad política es una tarea importante para construir espacios de fraternidad y de colaboración. Nadie niega que, en estos momentos, a nuestro mundo le falta un liderazgo mundial capaz de construir una civilización del amor y de la paz. Muchas organizaciones internacionales están fracasando o no pueden tomar más decisiones vinculantes porque no tienen autoridad y competencia. Mientras tanto, miles y miles de personas están sufriendo las consecuencias de las guerras y de las persecuciones.
Durante estos días, algunas instituciones internacionales están pidiendo urgentemente, por ejemplo a países europeos, un aumento importante en el gasto militar cuando sus ciudadanos se están enfrentando a serias dificultades para acceder, por citar una realidad, a una vivienda digna que es un derecho de la sociedad. Más gasto militar significa más conflictos internacionales y más tensión. Me pregunto: ¿por qué los países y las instituciones internacionales no hace un esfuerzo más determinante para alcanzar acuerdos de paz? ¿No tenemos derecho los ciudadanos de nuestro mundo a vivir en paz y en fraternidad? ¿Por qué toleramos el gran negocio de la industria armamentística cuando, cada día, vemos a más jóvenes y familias con serias dificultades para vivir con dignidad?
Al comienzo de este año, en su mensaje anual en la jornada mundial de la paz, el Papa Francisco pedía: «Busquemos la verdadera paz, que es dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de que toda persona es un bien para este mundo».
Elevamos a Dios nuestra oración para que cesen los conflictos, aumente el gasto en proyectos sociales y cada personas pueda vivir, en su propia tierra, un ambiente de paz y de concordia.