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En mis viajes a tierras de misión, siempre me ha llamado la atención que la mayoría de las personas con las que he tratado son felices con lo poco que disponen. Las familias, dentro de sus pocas posibilidades, disponen de unas pequeñas casas, por llamarla de alguna manera, construidas en el mejor de los casos, de ladrillos y en la mayoría por distintos elementos, que la mínima tempestad, deja esos habitáculos en ruina, como pudimos ver en las tormentas de Malawi.
Te acercas a las familias y siempre te reciben con una sonrisa sincera, agradeciendo tu presencia. No te ofrecen ningún dulce o cosa parecida, sino esa sonrisa que te hace recordar que las personas son más importantes que las cosas materiales. Los pobres no disponen de recursos materiales, pero sí tienen un gran corazón, capaz de amar y de perdonar.
Esa actitud tan característica en la vida de los pobres, contrasta con lo que normalmente observamos y vivimos en nuestras sociedades avanzadas. Estos días de Navidad vemos las tiendas y los centros comerciales llenos de gente, que se dejan seducir por escaparates tan bien diseñados para estos días señalados. Observo algunas escenas familiares donde los más pequeños de la familia ya empiezan a exigir a sus padres las últimas novedades tecnológicas. Qué difícil les resulta a algunos padres decir que no a las peticiones que les hacen sus hijos, ya que en esos hogares hay otras prioridades más importantes que estas compras navideñas.
En este barullo comercial observo, además, que hay muchas personas y familias, cada vez más, que no se paran a observar los escaparates comerciales. Son inmigrantes que han llegado a nuestros pueblos y ciudades, muchos de ellos a trabajar en pésimas condiciones laborales. Recientemente he conocido el caso de una familia, que llega al final de mes con serias dificultades, y eso con la ayuda que les brinda Cáritas. Para ellos, la Navidad, además del acontecimiento religioso que viven con intensidad, son días de recuerdos tristes de sus familias y personas queridas, ya que a muchas de ellas las dejaron en sus países y que llevan años sin poder visitarlas.
Comenzamos un nuevo año dando gracias a Dios por todas las oportunidades que disponemos, para realizarnos como personas y valorando todo lo que disponemos para vivir con dignidad. En nuestra oración personal, le pedimos al Señor que acompañe a tantas personas y familias, que dejando sus tierras, muchos de ellos amenazados, se sientan entre nosotros acogidos, integrados y acompañados por la caridad cristiana. Que nuestras iglesias y comunidades sean espacios de un amor y una convivencia cristiana.
Cada uno de nosotros tenemos que pensar en estos días, en qué aspectos de nuestra vida, y en particular, en que actitud solidaria tenemos que cambiar y dar pasos concretos. La solidaridad hay que encarnarla en gestos concretos, con personas concretas. Todos conocemos cerca de nosotros personas y familias que están pasando por momentos de dificultad. Abramos nuestro corazón a ellos, sigamos acompañándolos en sus necesidades espirituales y materiales. Y lo más importante en estos días señalados, es que las cosas materiales no nos arrebaten la felicidad verdadera que nos trae el Salvador, el Dios que toma nuestra naturaleza humana.