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El trabajo y testimonio precioso de la Iglesia en misión contrasta, en ocasiones, con otra situación que, lamentablemente, está creciendo y que, como recogemos en esta revista, se oculta a la opinión pública. Esta es la falta de libertad religiosa.
Son muchos los países que no respetan esta condición libre de profesar una religión o confesión. Normalmente son países autoritarios, dictaduras, que trabajan con esfuerzo para que su pueblo, oprimido, tenga como única referencia en sus vidas al político de turno.
En este contexto, las personas que profesan una religión o confesión viven su fe con muchas dificultades, siendo, en muchas ocasiones, perseguidos y juzgados solo por ser una persona religiosa. Sus centros de culto son atacados y destruidos sin que las autoridades competentes actúen por custodiar estos espacios religiosos.
La actualidad nos lleva ahora a Nicaragua. Un país cuyo gobierno está liderado por un régimen autoritario; formado por un matrimonio que lleva ya algunos años persiguiendo a la Iglesia Católica y expulsando del país a obispos, sacerdotes y religiosos. El mismo representante de la Santa Sede, el Nuncio Apostólico, tuvo que abandonar el país, un gesto en ámbitos diplomáticos considerado como muy grave.
Esta obsesión por la Iglesia Católica ha creado un ambiente social y religioso tenso y de preocupación en el país. Las noticias que nos llegan desde Nicaragua auguran un proceso cada vez más complejo y con restricciones aún más severas. La falta de libertad religiosa va en contra de los derechos básicos de la persona. Si no se respetan los mínimos derechos que favorecen la paz y la estabilidad social, los pueblos terminan bajo dictaduras que no solo hacen desaparecer los fundamentos básicos de una democracia, sino que crean profundas divisiones en la misma población. La historia nos enseña que pueblos divididos pueden provocar grandes conflictos.
No hace falta recordar que la misión de la Iglesia Católica, partiendo desde la tarea evangelizadora, es construir una civilización del amor, donde todas las personas tengan garantizadas sus derechos que parten desde una libertad para vivir su fe y expresar públicamente sus creencias. Si esta libertad no está garantizada, se entiende que los pastores se pronuncien, siempre desde el respeto, proponiendo propuestas que mejoren la vida de los pueblos. Es lo que la Iglesia Católica en Nicaragua lleva haciendo desde año muchos años y que continuará trabajando. El camino no es la confrontación sino construir, desde la verdad, espacios de comunión y de libertad.