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Al comienzo del nuevo año, expresamos a todos, nuestros mejores deseos para que el año que comenzamos esté lleno de la bendición de Dios. Es el mejor deseo que podemos trasladar a las personas que comparten nuestra vida, que todas las experiencias que vivimos estén llenas de la presencia viva del Señor.
No podemos negar que llevamos varios años difíciles a nivel mundial. Nuestras vidas han sufrido un cambio importante; hemos sufrido y llorado por la partida de muchos seres queridos; hemos visto un horizonte, en ocasiones, muy oscuro. Pero ante esta situación, en nuestros corazones ha brotado un nuevo sentimiento de esperanza y de vida. Sí, queremos vivir compartiendo y entregándonos a los demás. Queremos vivir con la esperanza de que Dios nos acompaña en el camino de la vida. Hemos sufrido, sí, pero hemos sentido muy de cerca la presencia de Dios.
Es importante que en este comienzo del nuevo año nos propongamos todos ser constructores de la paz. Si observamos a nuestro alrededor constatamos, con tristeza, que existen demasiadas divisiones y tensiones que en vez de promover una cultura del encuentro nos están alejando cada vez más a los unos de los otros. Se están promoviendo iniciativas que no favorecen, precisamente, un encuentro entre diferentes personas que puede resultar una experiencia enriquecedora para toda la sociedad.
Conociéndonos y respetándonos los unos a los otros podremos construir un espacio de paz y de armonía. No somos iguales, ni lo seremos. En la diversidad de pensamiento y de culturas, hay que buscar lo que une, no lo que separa. Y son muchos los elementos que compartimos con personas que piensan y que viven distinto a nosotros. Ciertamente que habrá algunos elementos que no compartamos y que resultarán, tal vez, motivo de discrepancia porque en la vida de la sociedad hay elementos que son sagrados, como es la vida y la familia.
Como cristianos debemos de construir una cultura del encuentro, un espacio de paz y de armonía para que la vida de la sociedad no sea un espacio de permanente conflicto y tensión sino un espacio de paz que favorezca el buen desarrollo de nuestros pueblos.
Tenemos por delante una gran tarea como cristianos. Si cada uno de nosotros, allí donde nos encontremos, somos semillas de paz, este mundo, nuestra sociedad, nuestro pueblo, nuestras familias, cambiarán y serán un espacio de vida y de amor. Somos semillas pequeñas pero que pueden hacer germinar un nuevo mundo donde nadie quede excluido y que todos puedan vivir la vida como un camino hacia la plena felicidad.