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Últimamente, varios medios de comunicación nacionales e internacionales han recogido sendos informes sobre el aumento preocupante de los suicidios, especialmente entre los jóvenes. Es un serio problema que afecta al conjunto de la sociedad cuyos pilares del futuro se están tambaleando dando pie a otros elementos que intentan sustituir a las personas, como es la inteligencia artificial.
Este serio problema de los suicidios nos indica, entre otros factores, que muchas personas están viviendo una situación personal o vital llena de dificultades, sufrimientos y heridas. Estas circunstancias necesitan ser acompañadas y sanadas para que las personas sufrientes puedan recuperar la ilusión y la esperanza por la vida.
El aumento considerable de los suicidios, especialmente entre los más jóvenes, no es un problema que nos ha traídos la crisis sanitaria que hemos padecido recientemente. La dureza de estos años sí que ha aumentado el problema que ya existía antes de la pandemia. Ahí están los datos estadísticos. Llevamos muchos años constatando una realidad sufriente que no está siendo tratada, a mi parecer, con la seriedad y responsabilidad que requiere el caso ¿Cuántas leyes se han aprobado en los últimos años para acompañar y proteger a estas personas que han perdido la esperanza en la vida? A nuestros responsables políticos, sobre todo en contextos pre-electorales, se les llena la boca de grandes propósitos para mejorar la calidad de vida de la sociedad. Pero, lamentablemente, no estamos viendo las mejoras que esperamos, especialmente, en el punto que nos ocupa esta pequeña reflexión.
Recientemente, dialogando con un grupo de padres, constatábamos la preocupación que existe viendo la realidad de nuestra juventud. Ciertamente que los jóvenes de hoy tienen mucha fuerza e ilusión por alcanzar nobles metas. Se esfuerzan y trabajan con esmero para alcanzarlas. Tienen valores muy nobles que ponen a disposición de la sociedad cuando requiere el caso. Pero también es cierto que su vida interior está, en muchas ocasiones, vacía y se sustituye por la tecnología u otras adicciones que les van llevando por sendas peligrosas.
La Iglesia, con sus grandes proyectos sociales y espirituales, quiere hacerse presente en estas “periferias existenciales” encendiendo, con la luz de Dios, estás vidas que han entrado en la oscuridad. La Iglesia acoge y acompaña a las personas que no tienen a quién acudir en su soledad. Ora con ellas para que la fuerza del Espíritu Santo les irradie la paz y el consuelo de Dios. La Iglesia es una gran familia donde todas las personas pueden experimentar que el amor y la fraternidad verdadera existen y que ello motiva la vida de los creyentes.
El Papa Francisco se dirigió con estas palabras a los jóvenes reunidos en la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud de Portugal: «Piensen lo que sucede cuando uno está cansado: no tiene ganas de hacer nada, como decimos en español, uno tira la esponja porque no tiene ganas de seguir y entonces uno se abandona, deja de caminar y cae ¿Ustedes creen que una persona que cae en la vida, que tiene un fracaso, que incluso comete errores pesados, fuertes, ya está terminada? No. ¿Qué es lo que hay que hacer? Levantarse».