

Todo esto hace que la violencia se haya convertido en endémica a nivel nacional. Hoy son los Boko Haram que secuestran a 200 niñas de una escuela, mañana es el ejército nacional que, en su persecución contra los grupos armados, aterrorizan el entorno.
Un día son grupos mafiosos, que buscan más ganancias a base de secuestrar a personas de toda clase y al día siguiente los ganaderos que hacen una masacre en poblaciones de agricultores.
La población de Nigeria sufrió una cruenta guerra civil, conocida como la guerra de Biafra, durante tres largos años: desde julio del 1967 a enero del 1970. El conflicto y la lucha por la independencia del pueblo Igbo, liderada por el coronel Ojukwu, fracasó por la ayuda externa de Rusia, Estados Unidos e Inglaterra al joven general Yakubu Gowon, presidente de la Federación de Nigeria.
Las causas inmediatas de la guerra fueron la violencia que sufrían los Igbos, que vivían en el norte, y la lucha por el control de los pozos petrolíferos en el delta del Níger, al sur del país.
En poco tiempo las tropas federales capturaron las instalaciones petroleras de la costa y la ciudad de Port Harcourt y bloquearon Biafra. El asedió produjo una terrible hambruna y la muerte de más de tres millones de personas. Las imágenes de niños biafreños hambrientos y desnutridos dieron la vuelta al mundo.
Hoy muchos políticos e intelectuales, dentro y fuera de Nigeria, se preguntan ¿Qué hubiera pasado si la secesión de los Igbos hubiera triunfado? Ciertamente nadie quiere que se repitan las atrocidades de aquel conflicto, pero sin duda alguna la población del país –tanto en el norte como en el sur– hubiera sufrido mucho menos violencia de lo que experimenta ahora.
20 años de extrema violencia
Muertes, secuestros, violaciones sexuales y desplazamientos han sido la crónica diaria de las dos últimas décadas del país. La federación de Nigeria, la nación más poblada y una de las más ricas del continente africano, es un hervidero de grupos mafiosos, bandas armadas, que juntamente con el ejército federal y las fuerzas de seguridad siembran el terror a lo largo y ancho del país.
En un solo año en la región nordeste, estado de Borno, más de 3.500 personas murieron en actos de violencia. En el mismo período más de 5.300 personas fueron secuestradas para pedir rescate por ellas. Y los soldados del ejército nacional vulneraron los derechos más elementales de la población.
En el norte del país al menos 855 estudiantes fueron secuestrados en 7 estados y en 10 ataques distintos. No contentos con desestabilizar el sistema educativo del país, los grupos armados atacaron también a personal e instituciones humanitarios: secuestraron a siete miembros del personal de ayuda humanitaria y quemaron sus oficinas en el gobierno local de Dikwa. La ONU suspendió sus operaciones de ayuda humanitaria en Damasak, donde unas 65.000 personas tuvieron que huir de la región por los ataques de grupos terroristas.
El año 2014, tras la muerte de su líder, miles de terroristas se entregaron a las fuerzas de seguridad nacionales y más de 1.000 presuntos miembros de Boko Haram, que habían sido detenidos, fueron absueltos y entregados al gobierno de Borno para su reasentamiento.
La economía del país está negativamente afectada por esta endémica violencia. Los técnicos de Unicef informan que unos 12 millones de personas podrían enfrentarse al hambre a finales de este mismo año 2022.
¿Qué significa ser cristiano hoy en Nigeria?
Desde que Mohamet Tusuf formó el grupo yihadista Boko Haram en Maiduguri, el año 2002, la región norte y noroeste de Nigeria, no vive en paz. Cierto que toda clase de instituciones: puestos de policía, personal de la ONU, soldados del ejército nacional, escuelas e incluso pequeñas poblaciones musulmanas… han sufrido la crueldad de Boko Haram, pero la comunidad cristiana y sus instituciones (iglesias, hospitales, escuelas y otras obras benéficas) han sido y siguen siendo el blanco más buscado por todos los grupos terroristas en Nigeria.
Entre católicos y anglicanos suman una comunidad cristiana de más de 72 millones en el país, la mayor en África y una de las más numerosas en el mundo. Y ser cristiano hoy, en especial en el norte de Nigeria, significa vivir en constante peligro de muerte. Hoy la situación de las comunidades cristianas en el país es como la que vivieron los primeros seguidores de Cristo durante las grandes persecuciones del Imperio Romano en la antigüedad.
Otro paso importante se ha dado el día de Pentecostés, 5 de junio de este mismo año: en la iglesia de San Francisco Javier en Ondo, mientras los católicos celebraban la solemnidad, llegaron unos hombres en moto y empezaron a disparar a mansalva. Mataron a más de 70 personas y dejaron muchísimas heridas.
Este último atropello cobra una especial importancia porque el golpe se ha producido en Ondo. Hasta ahora los terroristas actuaban más en el norte, y el noreste del país, hoy han pasado al sur de Nigeria, donde la mayoría de la población es cristiana. Esta última matanza supones el paso de la persecución del norte al sur de la federación.
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Todo esto hace que la violencia se haya convertido en endémica a nivel nacional. Hoy son los Boko Haram que secuestran a 200 niñas de una escuela, mañana es el ejército nacional que, en su persecución contra los grupos armados, aterrorizan el entorno.
Un día son grupos mafiosos, que buscan más ganancias a base de secuestrar a personas de toda clase y al día siguiente los ganaderos que hacen una masacre en poblaciones de agricultores.
La población de Nigeria sufrió una cruenta guerra civil, conocida como la guerra de Biafra, durante tres largos años: desde julio del 1967 a enero del 1970. El conflicto y la lucha por la independencia del pueblo Igbo, liderada por el coronel Ojukwu, fracasó por la ayuda externa de Rusia, Estados Unidos e Inglaterra al joven general Yakubu Gowon, presidente de la Federación de Nigeria.
Las causas inmediatas de la guerra fueron la violencia que sufrían los Igbos, que vivían en el norte, y la lucha por el control de los pozos petrolíferos en el delta del Níger, al sur del país.
En poco tiempo las tropas federales capturaron las instalaciones petroleras de la costa y la ciudad de Port Harcourt y bloquearon Biafra. El asedió produjo una terrible hambruna y la muerte de más de tres millones de personas. Las imágenes de niños biafreños hambrientos y desnutridos dieron la vuelta al mundo.
Hoy muchos políticos e intelectuales, dentro y fuera de Nigeria, se preguntan ¿Qué hubiera pasado si la secesión de los Igbos hubiera triunfado? Ciertamente nadie quiere que se repitan las atrocidades de aquel conflicto, pero sin duda alguna la población del país –tanto en el norte como en el sur– hubiera sufrido mucho menos violencia de lo que experimenta ahora.
20 años de extrema violencia
Muertes, secuestros, violaciones sexuales y desplazamientos han sido la crónica diaria de las dos últimas décadas del país. La federación de Nigeria, la nación más poblada y una de las más ricas del continente africano, es un hervidero de grupos mafiosos, bandas armadas, que juntamente con el ejército federal y las fuerzas de seguridad siembran el terror a lo largo y ancho del país.
En un solo año en la región nordeste, estado de Borno, más de 3.500 personas murieron en actos de violencia. En el mismo período más de 5.300 personas fueron secuestradas para pedir rescate por ellas. Y los soldados del ejército nacional vulneraron los derechos más elementales de la población.
En el norte del país al menos 855 estudiantes fueron secuestrados en 7 estados y en 10 ataques distintos. No contentos con desestabilizar el sistema educativo del país, los grupos armados atacaron también a personal e instituciones humanitarios: secuestraron a siete miembros del personal de ayuda humanitaria y quemaron sus oficinas en el gobierno local de Dikwa. La ONU suspendió sus operaciones de ayuda humanitaria en Damasak, donde unas 65.000 personas tuvieron que huir de la región por los ataques de grupos terroristas.
El año 2014, tras la muerte de su líder, miles de terroristas se entregaron a las fuerzas de seguridad nacionales y más de 1.000 presuntos miembros de Boko Haram, que habían sido detenidos, fueron absueltos y entregados al gobierno de Borno para su reasentamiento.
La economía del país está negativamente afectada por esta endémica violencia. Los técnicos de Unicef informan que unos 12 millones de personas podrían enfrentarse al hambre a finales de este mismo año 2022.
¿Qué significa ser cristiano hoy en Nigeria?
Desde que Mohamet Tusuf formó el grupo yihadista Boko Haram en Maiduguri, el año 2002, la región norte y noroeste de Nigeria, no vive en paz. Cierto que toda clase de instituciones: puestos de policía, personal de la ONU, soldados del ejército nacional, escuelas e incluso pequeñas poblaciones musulmanas… han sufrido la crueldad de Boko Haram, pero la comunidad cristiana y sus instituciones (iglesias, hospitales, escuelas y otras obras benéficas) han sido y siguen siendo el blanco más buscado por todos los grupos terroristas en Nigeria.
Entre católicos y anglicanos suman una comunidad cristiana de más de 72 millones en el país, la mayor en África y una de las más numerosas en el mundo. Y ser cristiano hoy, en especial en el norte de Nigeria, significa vivir en constante peligro de muerte. Hoy la situación de las comunidades cristianas en el país es como la que vivieron los primeros seguidores de Cristo durante las grandes persecuciones del Imperio Romano en la antigüedad.
Otro paso importante se ha dado el día de Pentecostés, 5 de junio de este mismo año: en la iglesia de San Francisco Javier en Ondo, mientras los católicos celebraban la solemnidad, llegaron unos hombres en moto y empezaron a disparar a mansalva. Mataron a más de 70 personas y dejaron muchísimas heridas.
Este último atropello cobra una especial importancia porque el golpe se ha producido en Ondo. Hasta ahora los terroristas actuaban más en el norte, y el noreste del país, hoy han pasado al sur de Nigeria, donde la mayoría de la población es cristiana. Esta última matanza supones el paso de la persecución del norte al sur de la federación.