

Kenia, para desgracia suya, reúne un número de ingredientes que facilitan la aparición de este tipo de líderes extraños: la religiosidad de su población y su deficiente educación religiosa, la presencia del yihadismo islámico en su tierra y la corrupción de sus políticos. Son ingredientes que hacen del país un semillero de profetismo y superstición.
En algunos casos estos líderes se valen de la religión para hacerse con poder y dinero, tal como los yihadistas la utilizan para aterrorizar y matar. Otras veces se trata de personas enfermas, que viven obsesionadas con ideas religiosas, y se creen enviadas por Dios. En Kenia hay unas 10.000 iglesias seudo-cristianas -unas 4.000 de ellas están oficialmente reconocidas- pero no hay líder político o religioso capaz de identificar y concretar en detalle el laberinto de sus creencias.
Lo que tienen en común es su falsedad y ex-centrismo: algunas sectas buscan un estatus de poder, sin formar parte de la política. En otras los líderes imponen a sus seguidores la tolerancia de sus comportamientos abusivos. Hay sectas que apoyan la mutilación genital femenina. En todas ellas se entremezclan ideas cristianas y paganas.
No es el caso de Paul Mackenzie, el último profeta seudo-cristiano, que ha mantenido en vilo durante todo el año 2023 a la población de Malindi y sus alrededores. Toda la prensa nacional siguió con pavor el hallazgo de cientos de cadáveres en el bosquecillo de Shakahola, al este de Kenia.
¿Quién es Paul Mackenzie?
Era un taxista sencillo y paciente, muy conocido en Malindi y alrededores. A principios del siglo decidió convertirse en «pastor» y en el año 2003 fundó su iglesia con el pomposo nombre de Iglesia Internacional de la Buena Nueva. La mayoría de las actividades de la secta tenían lugar en Shakahola, un bosquecillo de unas 300 hectáreas al este de Kenia, cerca de la ciudad costera Malindi.
Paul inducía a sus seguidores a encontrarse cara a cara con Jesús a través de constantes ayunos. Sus seguidores creían que irían al cielo si morían de hambre. Tenía, también, 16 ayudantes encargados de vigilar a los fieles en el bosquecillo para evitar que dejaran de ayunar o escaparan del lugar.
El profeta vivía con los cadáveres de varios de sus fieles. Obligaba a sus seguidores a beber su orina y otros fluidos para curarlos de sus enfermedades. A principios del 2023 fue arrestado por proponer en sus sermones la no escolarización de los niños. En marzo le detuvieron de nuevo, acusándolo de la muerte por inanición de dos niños que estaban bajo custodia de sus padres. En ambos casos fue liberado con una indemnización de 74 dólares.
Por las autopsias, practicadas hasta ahora, está claro que la mayoría de las víctimas murieron de hambre, en unos pocos casos fueron estranguladas, golpeadas y asfixiadas.
El 14 de abril el profeta fue arrestado y encarcelado y sigue bajo custodia policial. Él y 13 de sus ayudantes encaran un largo juicio, acusados de la muerte de 63 de sus seguidores.
Paul parece encontrarse cómodo a pesar de tantos y tan graves acusaciones y se declara inocente. Se considera un pastor más, incomprendido por la sociedad y las autoridades, como lo fue Jesús. Al ser llevado a las dependencias policiales, decía sonriente y con tranquilidad a quienes le empujaban: «No sabéis contra quién estáis luchando».
Macabra búsqueda de cadáveres
Sesenta y cinco personas, de entre las rescatadas en la finca Makenzi, en el montecillo, se negaban a comer por lealtad a las enseñanzas del maestro. La justicia inició procesos contra ellas por «tentativa de suicidio». Una organización nacional denunció esta decisión al considerarla inapropiada, pues lo que precisaban los miembros de la secta no era más intimidación sino ayuda sicológica y comprensión.
Como en casos anteriores, la masacre del montecillo suscitó una enorme conmoción en toda Kenia y se convirtió en tema constante de conversación. También la prensa sensacionalista, siempre ávida de novedades, se aprovechó al máximo y ofrecían a diario lo que ocurría en el bosque y lo que se imaginaban los periodistas.
El debate nacional sobre el caso dramático reabrió el eterno debate sobre el control de los cultos en el país. Mientras la población y la prensa señalaban al gobierno por no haber actuado a tiempo y por haber sido demasiado benignos ante los evidentes desmanes de la secta, el presidente del gobierno señalaba a los líderes religiosos de Kenia como únicos responsables. Su ministro del Interior señaló la laxa actitud de la policía local, como principal responsable.
Mientras los políticos se lavaban las manos y seguían buscando a los culpables, las autoridades médicas y policiales analizaban, metro por metro, las 13 hectáreas del rancho en busca de nuevas fosas y cadáveres.
El 30 de abril habían aparecido ya 90 cadáveres. La morgue de Malindi apenas tenía cabida para tanto difunto. Tres meses más tarde los cadáveres exhumados llegaron a 300. Las autoridades policiales siguen con la búsqueda: el 21 de enero de este año las personas muertas pasaban de las 403. La Cruz Roja del país teme que falten muchos más cadáveres por descubrir.
Lo que me apena, en verdad, es saber que toda esta ruidosa conmoción se olvidará e irá esfumándose como esas nubes, que aparecen en el horizonte a lo largo del día, para desaparecer definitivamente a la puesta del sol. Mientras tanto Paul Mackenzie, un pobre psicópata religioso, seguirá en la cárcel convencido de ser un profeta incomprendido e inocente.
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Kenia, para desgracia suya, reúne un número de ingredientes que facilitan la aparición de este tipo de líderes extraños: la religiosidad de su población y su deficiente educación religiosa, la presencia del yihadismo islámico en su tierra y la corrupción de sus políticos. Son ingredientes que hacen del país un semillero de profetismo y superstición.
En algunos casos estos líderes se valen de la religión para hacerse con poder y dinero, tal como los yihadistas la utilizan para aterrorizar y matar. Otras veces se trata de personas enfermas, que viven obsesionadas con ideas religiosas, y se creen enviadas por Dios. En Kenia hay unas 10.000 iglesias seudo-cristianas -unas 4.000 de ellas están oficialmente reconocidas- pero no hay líder político o religioso capaz de identificar y concretar en detalle el laberinto de sus creencias.
Lo que tienen en común es su falsedad y ex-centrismo: algunas sectas buscan un estatus de poder, sin formar parte de la política. En otras los líderes imponen a sus seguidores la tolerancia de sus comportamientos abusivos. Hay sectas que apoyan la mutilación genital femenina. En todas ellas se entremezclan ideas cristianas y paganas.
No es el caso de Paul Mackenzie, el último profeta seudo-cristiano, que ha mantenido en vilo durante todo el año 2023 a la población de Malindi y sus alrededores. Toda la prensa nacional siguió con pavor el hallazgo de cientos de cadáveres en el bosquecillo de Shakahola, al este de Kenia.
¿Quién es Paul Mackenzie?
Era un taxista sencillo y paciente, muy conocido en Malindi y alrededores. A principios del siglo decidió convertirse en «pastor» y en el año 2003 fundó su iglesia con el pomposo nombre de Iglesia Internacional de la Buena Nueva. La mayoría de las actividades de la secta tenían lugar en Shakahola, un bosquecillo de unas 300 hectáreas al este de Kenia, cerca de la ciudad costera Malindi.
Paul inducía a sus seguidores a encontrarse cara a cara con Jesús a través de constantes ayunos. Sus seguidores creían que irían al cielo si morían de hambre. Tenía, también, 16 ayudantes encargados de vigilar a los fieles en el bosquecillo para evitar que dejaran de ayunar o escaparan del lugar.
El profeta vivía con los cadáveres de varios de sus fieles. Obligaba a sus seguidores a beber su orina y otros fluidos para curarlos de sus enfermedades. A principios del 2023 fue arrestado por proponer en sus sermones la no escolarización de los niños. En marzo le detuvieron de nuevo, acusándolo de la muerte por inanición de dos niños que estaban bajo custodia de sus padres. En ambos casos fue liberado con una indemnización de 74 dólares.
Por las autopsias, practicadas hasta ahora, está claro que la mayoría de las víctimas murieron de hambre, en unos pocos casos fueron estranguladas, golpeadas y asfixiadas.
El 14 de abril el profeta fue arrestado y encarcelado y sigue bajo custodia policial. Él y 13 de sus ayudantes encaran un largo juicio, acusados de la muerte de 63 de sus seguidores.
Paul parece encontrarse cómodo a pesar de tantos y tan graves acusaciones y se declara inocente. Se considera un pastor más, incomprendido por la sociedad y las autoridades, como lo fue Jesús. Al ser llevado a las dependencias policiales, decía sonriente y con tranquilidad a quienes le empujaban: «No sabéis contra quién estáis luchando».
Macabra búsqueda de cadáveres
Sesenta y cinco personas, de entre las rescatadas en la finca Makenzi, en el montecillo, se negaban a comer por lealtad a las enseñanzas del maestro. La justicia inició procesos contra ellas por «tentativa de suicidio». Una organización nacional denunció esta decisión al considerarla inapropiada, pues lo que precisaban los miembros de la secta no era más intimidación sino ayuda sicológica y comprensión.
Como en casos anteriores, la masacre del montecillo suscitó una enorme conmoción en toda Kenia y se convirtió en tema constante de conversación. También la prensa sensacionalista, siempre ávida de novedades, se aprovechó al máximo y ofrecían a diario lo que ocurría en el bosque y lo que se imaginaban los periodistas.
El debate nacional sobre el caso dramático reabrió el eterno debate sobre el control de los cultos en el país. Mientras la población y la prensa señalaban al gobierno por no haber actuado a tiempo y por haber sido demasiado benignos ante los evidentes desmanes de la secta, el presidente del gobierno señalaba a los líderes religiosos de Kenia como únicos responsables. Su ministro del Interior señaló la laxa actitud de la policía local, como principal responsable.
Mientras los políticos se lavaban las manos y seguían buscando a los culpables, las autoridades médicas y policiales analizaban, metro por metro, las 13 hectáreas del rancho en busca de nuevas fosas y cadáveres.
El 30 de abril habían aparecido ya 90 cadáveres. La morgue de Malindi apenas tenía cabida para tanto difunto. Tres meses más tarde los cadáveres exhumados llegaron a 300. Las autoridades policiales siguen con la búsqueda: el 21 de enero de este año las personas muertas pasaban de las 403. La Cruz Roja del país teme que falten muchos más cadáveres por descubrir.
Lo que me apena, en verdad, es saber que toda esta ruidosa conmoción se olvidará e irá esfumándose como esas nubes, que aparecen en el horizonte a lo largo del día, para desaparecer definitivamente a la puesta del sol. Mientras tanto Paul Mackenzie, un pobre psicópata religioso, seguirá en la cárcel convencido de ser un profeta incomprendido e inocente.