P. Xabier, en los últimos años, el tema de la migración está ocupando gran parte de la actualidad mundial ¿Por qué crees que muchas veces se enfoca más como problemática que como oportunidad?
La migración no es un fenómeno nuevo, sino algo muy antiguo en la historia humana, y en la historia bíblica. Desde el éxodo hasta la Iglesia primitiva y nuestras comunidades cristianas hoy, el movimiento de personas ha sido una presencia constante.
En la mayoría de los casos las migraciones se entrelazan con pobreza, guerra, injusticia, con cambios climáticos, con desigualdades estructurales. No es algo que se pueda desligar de tantas otras realidades. Eso hace que el fenómeno sea complejo, exigente. Pero también hace que sea una oportunidad que pone al descubierto las desigualdades, pero también la capacidad de tejer solidaridad, hospitalidad, comunidad. fragilidad y nuestra comuni¬dad. En el mundo desgraciadamente no todos tenemos las mismas seguridades, y nuestras fronteras antes que geográficas son mentales, emocionales, pero la mente y el corazón pueden abrirse.
Algunos discursos políticos en todo el mundo simplifican, manipulan y utilizan las migraciones como arma de confrontación, en vez de reconocer la realidad humana que hay detrás: rostros concretos, familias, sueños, también sufrimientos. Cuando eso ocurre, se pierde lo esencial: la dignidad de la persona, el llamamiento evangélico a acoger, proteger, promover e integrar.
¿Cómo considera que ha progresado España en estos últimos años en lo que se refiere a la acogida y la integración desde la Iglesia, la sociedad civil y las instituciones?
Creo que hay avances importantes, son muchos los ámbitos en los que la Iglesia ha estado y está activa. Tenemos la labor ingente de Cáritas, los proyectos vinculados a la Vida Consagrada, parroquias, diócesis, movimientos, y también organismos públicos, ONGs, iniciativas locales. Por ejemplo, la Iglesia ha apoyado la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) de regularización extraordinaria de personas migrantes, impulsada también con la participación de entidades eclesiales, como expresión de una urgente «caridad política».
Pero faltan cosas. Muchas veces falta voluntad política sostenida y mejor coordinada. También faltan narrativas en los medios que muestren la migración desde la solidaridad y desde la fraternidad, no solo desde el miedo. Y falta una conversión personal y comunitaria: que cada parroquia, cada diócesis, cada cristiano, se pregunte cómo acoge, cómo promueve, cómo integra.
Has hablado de la necesidad de despolitizar el debate sobre migraciones ¿Qué quieres decir exactamente con eso, y cómo se puede lograr?
Cuando digo «despolitizar», no me refiero a silencio, indiferencia o pasividad. Me refiero a que la migración no debe ser instrumentalizada para intereses partidistas, electoralistas o propagandísticos. No puede reducirse a cifras, muros, fronteras, seguridad solamente. Detrás de cada migrante o refugiado hay una persona, una historia, derechos. Dignidad y bien común, por ese orden.
Despolitizar significa recuperar la mirada humana, recuperar el discurso del derecho, la justicia, la dignidad de la persona y el bien común Que las políticas públicas se construyan escuchando a quienes migran, colaborando con quienes los acompañan, con entidades sociales y eclesiales que tienen experiencia. Que no se use el miedo o la xenofobia como argumento político.
También supone un compromiso social: educación, sensibilización, diálogo intercultural, transculturalidad. Que las comunidades cristianas, los colegios, los medios de comunicación, los ámbitos culturales trabajen para que los migrantes sean vistos como hermanos, vecinos, conciudadanos, no como «otros». Y también ayudar a las personas migradas a que valoren, reconozcan y se apropien de los valores y riquezas culturales que descubren aquí.
¿Cuál crees que es el rol de la Iglesia en todo esto, más allá de la acogida inmediata?
Para mí, la Iglesia está llamada a ser algo más que un refugio temporal: debe ser fermento de humanidad, hogar donde todos cabemos, motor de transformación. Nos recuerda que todos somos peregrinos hacia la única patria definitiva en Dios, Creador de una única familia humana en medio de la cual la Iglesia es sacramento de salvación y de unidad en la diversidad. El documento de la CEE habla de cuatro verbos fundamentales: acoger, proteger, promover, e integrar.
Acogemos cuando abrimos mentalidades, corazones, comunidades parroquiales, relaciones vecinales de cercanía, cuando salva vidas. Escuchar, acompañar, hacer posible una presencia segura.
Protegemos cuando denunciamos las injusticias, los abusos, las vulneraciones de derechos humanos, tanto en origen como en tránsito como en destino. Cuando buscamos la verdad y contrastamos discursos de odio, xenofobia, aporofobia.
Promovemos cuando ayudamos a que las personas migradas a desplegar sus talentos, participar socialmente, laboralmente, culturalmente, participar en la vida eclesial como agentes. Y no solo recibir, sino también aportar. Cuando las comunidades migrantes se sienten valoradas, entonces se enriquece toda la Iglesia.
Integramos cuando no haya dicotomías entre «nosotros» y «ellos», que las personas que migran se sientan parte, ya no como forasteros, sino como vecinos, conciudadanos, hermanos cristianos. Que participen no solo en lo asistencial, sino en la decisión, en la vida comunitaria, en los sacramentos, en la misión.
¿Puedes compartir algún testimonio o experiencia concreta que haya marcado tu labor pastoral con migrantes y que sirva para inspirar?
Sí, hay varias, pero permitiré compartir algunas que me han inspirado: Cuando estuve trabajando con personas migrantes en Canarias, vi cómo comunidades pequeñas, aisladas, se volcaban con lo que tenían para acoger pateras, ofrecer solidaridad, acogida, escucha. Esa hospitalidad, muchas veces sin grandes medios, dice mucho del corazón de la gente. También proyectos de integración locales donde por ejemplo un convento de dominicas en Teror se abrió a la ciudad y a las personas migradas creando un entorno de promoción humana y social integral muy bonito
¿Qué pasos concretos propones para que nuestras comunidades parroquiales, diócesis y sociedad en general avancen hacia una Iglesia más acogedora y misionera?
Considero importantes estas seis propuestas religiosas:
- Que se sepa qué dice la Doctrina Social de la Iglesia, qué significa acoger, proteger, promover, integrar. Que se reconozca el valor de la Formación y sensibilización: en parroquias, en colegios, en comunidades diversidad, sin temor a la diferencia, sino que se vea como parte de la riqueza. Que concretemos y dialoguemos sobre qué entendemos por integrar en reciprocidad.
- Creación de espacios seguros: que las iglesias, las parroquias, los centros comunitarios, centros sociales, sean lugares donde migrantes se sientan bienvenidos, donde puedan expresarse, participar, ser escuchados, celebrar la fe y la vida.
- Diálogo intercultural y pastoral intercultural: no solo adaptaciones puntuales, sino pastoral un poco más transcultural, que considere las distintas culturas, tradiciones, lenguas, modos de celebrar la fe. Generar puentes entre comunidades diferentes.
- Impulso a la participación: animar a que personas migradas sean parte activa en la vida de la Iglesia (voluntariado, liderazgo, participación en decisiones locales), y también en la sociedad (vida pública, política, cultural), siempre desde la dignidad y la corresponsabilidad.
- Colaboración institucional: la Iglesia debe continuar dialogando con las autoridades locales, autonómicas y estatales, para conseguir políticas que favorezcan la integración, el acceso a los derechos (vivienda, salud, educación, trabajo), una regularización digna cuando sea necesario, combatir el discurso de odio.
- Oración, espiritualidad y conversión: toda esta acción debe estar amparada en la oración, en la interioridad. Convertir corazones, no solo estructuras. Que la práctica del Evangelio —humildad, solidaridad, servicio— impregne nuestra vida personal y comunitaria. No nos quedemos en lo externo, que lo que oremos y hagamos brote del testimonio, de la cercanía a Cristo Resucitado, nuestra esperanza. Trabajando por un ecumenismo y diálogo interreligioso desde la cercanía y la vecindad. Con las personas migradas y refugiadas, seamos todos misioneros de esperanza. Una Iglesia que salva vidas hasta la vida eterna.
Gracias, P. Xabier, por tus reflexiones que nos ayudarán a sensibilizarnos más con estos hermanos nuestros que tocan nuestras puertas en busca de una vida más digna.
¿Te ha gustado el artículo? PUEDES COMPARTIRLO
COLABORA CON LOM
P. Xabier, en los últimos años, el tema de la migración está ocupando gran parte de la actualidad mundial ¿Por qué crees que muchas veces se enfoca más como problemática que como oportunidad?
La migración no es un fenómeno nuevo, sino algo muy antiguo en la historia humana, y en la historia bíblica. Desde el éxodo hasta la Iglesia primitiva y nuestras comunidades cristianas hoy, el movimiento de personas ha sido una presencia constante.
En la mayoría de los casos las migraciones se entrelazan con pobreza, guerra, injusticia, con cambios climáticos, con desigualdades estructurales. No es algo que se pueda desligar de tantas otras realidades. Eso hace que el fenómeno sea complejo, exigente. Pero también hace que sea una oportunidad que pone al descubierto las desigualdades, pero también la capacidad de tejer solidaridad, hospitalidad, comunidad. fragilidad y nuestra comuni¬dad. En el mundo desgraciadamente no todos tenemos las mismas seguridades, y nuestras fronteras antes que geográficas son mentales, emocionales, pero la mente y el corazón pueden abrirse.
Algunos discursos políticos en todo el mundo simplifican, manipulan y utilizan las migraciones como arma de confrontación, en vez de reconocer la realidad humana que hay detrás: rostros concretos, familias, sueños, también sufrimientos. Cuando eso ocurre, se pierde lo esencial: la dignidad de la persona, el llamamiento evangélico a acoger, proteger, promover e integrar.
¿Cómo considera que ha progresado España en estos últimos años en lo que se refiere a la acogida y la integración desde la Iglesia, la sociedad civil y las instituciones?
Creo que hay avances importantes, son muchos los ámbitos en los que la Iglesia ha estado y está activa. Tenemos la labor ingente de Cáritas, los proyectos vinculados a la Vida Consagrada, parroquias, diócesis, movimientos, y también organismos públicos, ONGs, iniciativas locales. Por ejemplo, la Iglesia ha apoyado la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) de regularización extraordinaria de personas migrantes, impulsada también con la participación de entidades eclesiales, como expresión de una urgente «caridad política».
Pero faltan cosas. Muchas veces falta voluntad política sostenida y mejor coordinada. También faltan narrativas en los medios que muestren la migración desde la solidaridad y desde la fraternidad, no solo desde el miedo. Y falta una conversión personal y comunitaria: que cada parroquia, cada diócesis, cada cristiano, se pregunte cómo acoge, cómo promueve, cómo integra.
Has hablado de la necesidad de despolitizar el debate sobre migraciones ¿Qué quieres decir exactamente con eso, y cómo se puede lograr?
Cuando digo «despolitizar», no me refiero a silencio, indiferencia o pasividad. Me refiero a que la migración no debe ser instrumentalizada para intereses partidistas, electoralistas o propagandísticos. No puede reducirse a cifras, muros, fronteras, seguridad solamente. Detrás de cada migrante o refugiado hay una persona, una historia, derechos. Dignidad y bien común, por ese orden.
Despolitizar significa recuperar la mirada humana, recuperar el discurso del derecho, la justicia, la dignidad de la persona y el bien común Que las políticas públicas se construyan escuchando a quienes migran, colaborando con quienes los acompañan, con entidades sociales y eclesiales que tienen experiencia. Que no se use el miedo o la xenofobia como argumento político.
También supone un compromiso social: educación, sensibilización, diálogo intercultural, transculturalidad. Que las comunidades cristianas, los colegios, los medios de comunicación, los ámbitos culturales trabajen para que los migrantes sean vistos como hermanos, vecinos, conciudadanos, no como «otros». Y también ayudar a las personas migradas a que valoren, reconozcan y se apropien de los valores y riquezas culturales que descubren aquí.
¿Cuál crees que es el rol de la Iglesia en todo esto, más allá de la acogida inmediata?
Para mí, la Iglesia está llamada a ser algo más que un refugio temporal: debe ser fermento de humanidad, hogar donde todos cabemos, motor de transformación. Nos recuerda que todos somos peregrinos hacia la única patria definitiva en Dios, Creador de una única familia humana en medio de la cual la Iglesia es sacramento de salvación y de unidad en la diversidad. El documento de la CEE habla de cuatro verbos fundamentales: acoger, proteger, promover, e integrar.
Acogemos cuando abrimos mentalidades, corazones, comunidades parroquiales, relaciones vecinales de cercanía, cuando salva vidas. Escuchar, acompañar, hacer posible una presencia segura.
Protegemos cuando denunciamos las injusticias, los abusos, las vulneraciones de derechos humanos, tanto en origen como en tránsito como en destino. Cuando buscamos la verdad y contrastamos discursos de odio, xenofobia, aporofobia.
Promovemos cuando ayudamos a que las personas migradas a desplegar sus talentos, participar socialmente, laboralmente, culturalmente, participar en la vida eclesial como agentes. Y no solo recibir, sino también aportar. Cuando las comunidades migrantes se sienten valoradas, entonces se enriquece toda la Iglesia.
Integramos cuando no haya dicotomías entre «nosotros» y «ellos», que las personas que migran se sientan parte, ya no como forasteros, sino como vecinos, conciudadanos, hermanos cristianos. Que participen no solo en lo asistencial, sino en la decisión, en la vida comunitaria, en los sacramentos, en la misión.
¿Puedes compartir algún testimonio o experiencia concreta que haya marcado tu labor pastoral con migrantes y que sirva para inspirar?
Sí, hay varias, pero permitiré compartir algunas que me han inspirado: Cuando estuve trabajando con personas migrantes en Canarias, vi cómo comunidades pequeñas, aisladas, se volcaban con lo que tenían para acoger pateras, ofrecer solidaridad, acogida, escucha. Esa hospitalidad, muchas veces sin grandes medios, dice mucho del corazón de la gente. También proyectos de integración locales donde por ejemplo un convento de dominicas en Teror se abrió a la ciudad y a las personas migradas creando un entorno de promoción humana y social integral muy bonito
¿Qué pasos concretos propones para que nuestras comunidades parroquiales, diócesis y sociedad en general avancen hacia una Iglesia más acogedora y misionera?
Considero importantes estas seis propuestas religiosas:
- Que se sepa qué dice la Doctrina Social de la Iglesia, qué significa acoger, proteger, promover, integrar. Que se reconozca el valor de la Formación y sensibilización: en parroquias, en colegios, en comunidades diversidad, sin temor a la diferencia, sino que se vea como parte de la riqueza. Que concretemos y dialoguemos sobre qué entendemos por integrar en reciprocidad.
- Creación de espacios seguros: que las iglesias, las parroquias, los centros comunitarios, centros sociales, sean lugares donde migrantes se sientan bienvenidos, donde puedan expresarse, participar, ser escuchados, celebrar la fe y la vida.
- Diálogo intercultural y pastoral intercultural: no solo adaptaciones puntuales, sino pastoral un poco más transcultural, que considere las distintas culturas, tradiciones, lenguas, modos de celebrar la fe. Generar puentes entre comunidades diferentes.
- Impulso a la participación: animar a que personas migradas sean parte activa en la vida de la Iglesia (voluntariado, liderazgo, participación en decisiones locales), y también en la sociedad (vida pública, política, cultural), siempre desde la dignidad y la corresponsabilidad.
- Colaboración institucional: la Iglesia debe continuar dialogando con las autoridades locales, autonómicas y estatales, para conseguir políticas que favorezcan la integración, el acceso a los derechos (vivienda, salud, educación, trabajo), una regularización digna cuando sea necesario, combatir el discurso de odio.
- Oración, espiritualidad y conversión: toda esta acción debe estar amparada en la oración, en la interioridad. Convertir corazones, no solo estructuras. Que la práctica del Evangelio —humildad, solidaridad, servicio— impregne nuestra vida personal y comunitaria. No nos quedemos en lo externo, que lo que oremos y hagamos brote del testimonio, de la cercanía a Cristo Resucitado, nuestra esperanza. Trabajando por un ecumenismo y diálogo interreligioso desde la cercanía y la vecindad. Con las personas migradas y refugiadas, seamos todos misioneros de esperanza. Una Iglesia que salva vidas hasta la vida eterna.
Gracias, P. Xabier, por tus reflexiones que nos ayudarán a sensibilizarnos más con estos hermanos nuestros que tocan nuestras puertas en busca de una vida más digna.



















