

Un misionero que es nombrado obispo ¿Qué supone, P. Aurelio, este gran cambio en tu vida?
La llamada al episcopado es una vocación dentro de una vocación. Recibí la repentina e inesperada decisión del Papa de nombrarme obispo coadjutor de Bangassou mientras estaba bajo el techo de las obras del nuevo convento en Bangui, mientras conectaba los cables del sistema eléctrico. El 3 de febrero mientras estaba trabajando me llamaron por teléfono desde la Nunciatura, para decirme que me esperaban urgentemente para una comunicación importante.
Y cuando el nuncio me anunció la voluntad del Papa, me sentí abrumado por una llamada más grande que yo mismo. Me sentí completamente incapaz y entendí que era un llamado que sólo podía venir de Él, que llama y elige a quien quiere, y que disfruta haciendo grandes cosas de la nada: hizo a Adán con un poco de barro y nos dio a nosotros. La salvación en un niño.
Pedí quedarme solo en la capilla, y allí dije Sí, con mucho miedo pero también con mucha confianza en Él, mucha fe en el Sacramento, mucha fe en el don y fuerza del Espíritu Santo y mucha fe en la oración y en la simpatía de muchas personas.
Cuando bajé del avión en Bangassou por primera vez (4 de abril) el obispo, Mons. Juan José Aguirre, me recibió abrazándome y diciéndome que era una nueva página en mi vida.
Conocemos la situación de Centroáfrica gracias a las informaciones que nos habéis ido enviando, especialmente el P. Federico Trinchero. Vuestro país, como otros muchos, sufre las consecuencias de la guerra y del hambre. Son muchos años y no se ven soluciones…
Es cierto, Centroáfrica lleva años en crisis. Vine a Centroáfrica por primera vez en 1982, para realizar un año de prácticas pastorales, al finalizar los estudios medios. Después de la ordenación regresé definitivamente a la misión en 1992, y desde entonces el país ha seguido hundiéndose, pasando de una crisis a otra: la devaluación de la moneda local (que, por decisión de Francia, se devaluó de la noche a la mañana en un 100%) los salarios de los funcionarios (profesores y enfermeros) no pagados desde hace decenas de meses, las primeras elecciones pluripartidistas y los distintos intentos de golpe de Estado, con una primera guerra en 2003 y luego la crisis que se arrastra desde 2012.
Esto me recuerda con demasiada frecuencia la parábola de Jotán, en el libro de los Jueces (9, 8-15): ante la petición de asumir la responsabilidad de los árboles, la rechazan la higuera y el olivo, mientras que sólo avanza la zarza…
En el fondo, P. Aurelio ¿cuáles son los intereses, que los hay, que llevan a algunas organizaciones a provocar estos conflictos?
Ciertamente hay países y organizaciones que pueden obtener mejores resultados si la clase dominante del país es corrupta e incompetente. Pienso en Rusia y China, pero también en países occidentales como Francia, que siguen aprovechándose del país sin aportar mucho.
Es un país rico y pobre: rico en materias primas (oro, diamantes, madera y muchas más) que sin embargo se venden a empresas y gobiernos extranjeros sin que el país reciba nada. Pienso en el caso de las minas de oro gestionadas por empresas chinas: desvían el curso de los ríos para luego dragar y cribar los fondos con grandes maquinarias, destruyendo ecosistemas muy importantes, contaminando (con el uso de mercurio) durante generaciones.
Lo denuncié en 2018 en Bozoum (y por ello también fui detenido) y si la denuncia y el arresto no consiguieron la suspensión total de este tipo de actividades, al menos sirvió para sacar a la luz un sistema de enorme robo a los bienes del país.
Y ante la corrupción, la falta de visión y de dignidad de algunas autoridades, hay una gran parte de la población que sufre pero vive con mucha dignidad.
Tristemente, nos hemos acostumbrado a ver el continente africano como una tierra pobre, sin recursos y sin oportunidades cuando en la realidad África es un continente lleno de vida, de esperanza y de oportunidades…
África es un continente enorme y a menudo nos sentimos tentados a pensar en él como un solo país. No lo es: hay enormes diferencias entre un país y otro. Es como si estuviéramos hablando de pueblos muy diferentes, como suecos y griegos, o españoles y húngaros; pensándolos como un solo país…
Y esto vale también para la Iglesia: la vivacidad, la alegría de las celebraciones, el impresionante número de mártires, las numerosas vocaciones, la fidelidad (al menos en algunos aspectos), son elementos que se reflejan en toda la Iglesia. «Ex Africa aliquid novi».
Por medio de vuestras noticias, conocimos la gran labor humanitaria que realizasteis como carmelitas descalzos en favor de las personas que huían de la guerra. No puedo olvidarme de esas imágenes donde nuestro convento se convirtió en un campo de refugiados…
Estos largos años de guerra y crisis han llevado a toda la Iglesia a permanecer en primera línea, con el pueblo. En los combates que sacudieron al país en 2013-2014, casi todas las parroquias, catedrales, conventos y seminarios se convirtieron «naturalmente» en lugares de refugio. El Carmelo de Bangui cobijó a más de 12 mil personas durante 4 largos años; en Bozoum vivieron 6-7 mil personas durante casi dos meses, y lo mismo en Baoro y en muchas otras Misiones.
Mirando hacia atrás, leemos sobre acontecimientos trágicos que gracias a Dios (pero también a la disponibilidad y a la valentía de muchos sacerdotes, religiosos y religiosas) se han convertido en semillas de salvación, signos de misericordia y vientos de perdón y reconciliación. Todo es Gracia. ¡Siempre!
En este tipo de situaciones, un misionero vive situaciones duras, pero también experiencias inolvidables. Compártenos, P. Aurelio, alguna experiencia que te haya marcado mucho.
Como muchos otros, me encontré a menudo luchando contra los lobos, protegiendo a las ovejas, pero también actuando con valentía para que la gente no tuviera miedo y tuviera la certeza de que, con la ayuda de Dios y una pizca de valentía, muchas cosas se pueden afrontar y cambiar.
En ocasiones, algunos medios nos presentan las guerras como problemas entre religiones. En vuestro caso, ha habido una convivencia pacífica entre distintas religiones y confesiones. Es algo que me gusta recordarlo y subrayarlo.
Centroáfrica ha vivido momentos terribles, en los cuales, el odio, el miedo, rencores pasados y nuevos se fusionaron y han traído muerte y odio. Comunidades que vivieron juntos por decenios, sin grandes problemas, se han convertido, ahora, estúpidamente en enemigos. Pero las mismas comunidades han entendido que ha sido un error y, por eso, están haciendo todo lo posible para no volver a caer en él y en el odio.
Dos ejemplos: En Bozoum, en 2013-14, la guerra provocó miles de refugiados y muchos muertos. En noviembre de 2014 propuse realizar la ofrenda mensual por los pobres a favor de las calles y de las familias musulmanas que viven en la ciudad. La herida todavía estaba abierta: muchas familias habían perdido la vida y estaban desconsoladas por las muertes a manos de la milicia musulmana. No insistí mucho, precisamente porque sabía que humanamente era muy difícil. Y fue una alegría inmensa ver, ese domingo, una montaña de regalos (yuca, mangos y mucho más) y… los regalos monetarios resultaron ser ¡el triple de lo normal!
En 2021 algunos grupos rebeldes se unieron y se propusieron incendiar parte del país. Me sorprendió en estos momentos de tensión, ver que todos evitaban con tanto cuidado recurrir a la tragedia de la guerra dentro de las comunidades. Una lección aprendida…
¿Cuáles son, a partir de ahora, las funciones que desempeñarás en su nueva diócesis?
Una diócesis inmensa: 135.000 km2 ¡casi un tercio de España! En el suroeste de Centroáfrica, en la frontera con Congo, RDC y Sudán del Sur.
Es un territorio inmenso, donde las carreteras son desastrosas y peligrosas. Para llegar a la capital, a 750 km. de distancia, se necesita una semana en temporada de lluvias. Por este motivo, desde hace años, a Bangassou casi sólo se puede llegar en avión.
Aquí seré obispo coadjutor de monseñor Juan José Aguirre Muñoz, comboniano cordobés, misionero en Centroáfrica desde hace más de 40 años y obispo desde 1998. Ha dirigido la diócesis en situaciones de fuerte tensión, de guerra, con miles de musulmanes refugiados en el Seminario, acompañando con valentía y fe al pueblo de Dios que se encuentra en esta parte olvidada del país.
La diócesis se compone de 13 misiones, dos de ellas: Nzacko y Mboki están temporalmente cerradas porque están ocupadas por rebeldes o soldados. Hay 28 sacerdotes, 6 monjas de 2 congregaciones y un seminario menor. Los seminaristas mayores continúan sus estudios en Bangui (15 en el seminario medio -bachillerato-, 6 en el seminario preparatorio y 14 en el seminario mayor).
En casi todas las parroquias hay escuelas primarias y en algunas también escuelas intermedias y secundarias. Hay muchas obras de caridad con más de 300 huérfanos y 3 hogares para personas mayores (muchas de las cuales están amenazadas por la brujería).
Al ser esta una revista misionera carmelitana ¿qué te ha ayudado, P. Aurelio, el carisma teresiano en su vida personal?
Santa Teresa muere diciendo: «Soy hija de la Iglesia». Y la apertura que tuvieron Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, unida a la inspiración misionera de Teresa de Lisieux, contagian profundamente el alma de cada carmelita.
La misión ha estado en mi corazón desde que era niño. En los primeros años del seminario, las historias de los misioneros en Centroáfrica me conmovieron e inmediatamente sentí a África y la misión como una parte profunda de mi vocación.
Junto al corazón misionero, el Carmelo me acompaña con la vida de oración y con la fraternidad. La siento con mucha fuerza, tanto desde la Orden como desde mi Provincia en particular. Una fraternidad que encontré, al menos en parte, también con el clero de la diócesis de Bangassou.
Por último, te agradecería que compartiese con nuestros lectores un mensaje de esperanza y de colaboración misionera…
Cuando me preguntaron si aceptaba el episcopado, pasé momentos (días y semanas…) bastante abrumado por el miedo ante un ministerio tan exigente. Pero me encomendé a la Misericordia de Dios y a la oración de muchos hermanos y hermanas. Y veo y siento con mucha fuerza que la Misericordia de Dios me sostiene, y el cariño y la oración de tantas personas me llevan, «como sobre alas de águila».
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Un misionero que es nombrado obispo ¿Qué supone, P. Aurelio, este gran cambio en tu vida?
La llamada al episcopado es una vocación dentro de una vocación. Recibí la repentina e inesperada decisión del Papa de nombrarme obispo coadjutor de Bangassou mientras estaba bajo el techo de las obras del nuevo convento en Bangui, mientras conectaba los cables del sistema eléctrico. El 3 de febrero mientras estaba trabajando me llamaron por teléfono desde la Nunciatura, para decirme que me esperaban urgentemente para una comunicación importante.
Y cuando el nuncio me anunció la voluntad del Papa, me sentí abrumado por una llamada más grande que yo mismo. Me sentí completamente incapaz y entendí que era un llamado que sólo podía venir de Él, que llama y elige a quien quiere, y que disfruta haciendo grandes cosas de la nada: hizo a Adán con un poco de barro y nos dio a nosotros. La salvación en un niño.
Pedí quedarme solo en la capilla, y allí dije Sí, con mucho miedo pero también con mucha confianza en Él, mucha fe en el Sacramento, mucha fe en el don y fuerza del Espíritu Santo y mucha fe en la oración y en la simpatía de muchas personas.
Cuando bajé del avión en Bangassou por primera vez (4 de abril) el obispo, Mons. Juan José Aguirre, me recibió abrazándome y diciéndome que era una nueva página en mi vida.
Conocemos la situación de Centroáfrica gracias a las informaciones que nos habéis ido enviando, especialmente el P. Federico Trinchero. Vuestro país, como otros muchos, sufre las consecuencias de la guerra y del hambre. Son muchos años y no se ven soluciones…
Es cierto, Centroáfrica lleva años en crisis. Vine a Centroáfrica por primera vez en 1982, para realizar un año de prácticas pastorales, al finalizar los estudios medios. Después de la ordenación regresé definitivamente a la misión en 1992, y desde entonces el país ha seguido hundiéndose, pasando de una crisis a otra: la devaluación de la moneda local (que, por decisión de Francia, se devaluó de la noche a la mañana en un 100%) los salarios de los funcionarios (profesores y enfermeros) no pagados desde hace decenas de meses, las primeras elecciones pluripartidistas y los distintos intentos de golpe de Estado, con una primera guerra en 2003 y luego la crisis que se arrastra desde 2012.
Esto me recuerda con demasiada frecuencia la parábola de Jotán, en el libro de los Jueces (9, 8-15): ante la petición de asumir la responsabilidad de los árboles, la rechazan la higuera y el olivo, mientras que sólo avanza la zarza…
En el fondo, P. Aurelio ¿cuáles son los intereses, que los hay, que llevan a algunas organizaciones a provocar estos conflictos?
Ciertamente hay países y organizaciones que pueden obtener mejores resultados si la clase dominante del país es corrupta e incompetente. Pienso en Rusia y China, pero también en países occidentales como Francia, que siguen aprovechándose del país sin aportar mucho.
Es un país rico y pobre: rico en materias primas (oro, diamantes, madera y muchas más) que sin embargo se venden a empresas y gobiernos extranjeros sin que el país reciba nada. Pienso en el caso de las minas de oro gestionadas por empresas chinas: desvían el curso de los ríos para luego dragar y cribar los fondos con grandes maquinarias, destruyendo ecosistemas muy importantes, contaminando (con el uso de mercurio) durante generaciones.
Lo denuncié en 2018 en Bozoum (y por ello también fui detenido) y si la denuncia y el arresto no consiguieron la suspensión total de este tipo de actividades, al menos sirvió para sacar a la luz un sistema de enorme robo a los bienes del país.
Y ante la corrupción, la falta de visión y de dignidad de algunas autoridades, hay una gran parte de la población que sufre pero vive con mucha dignidad.
Tristemente, nos hemos acostumbrado a ver el continente africano como una tierra pobre, sin recursos y sin oportunidades cuando en la realidad África es un continente lleno de vida, de esperanza y de oportunidades…
África es un continente enorme y a menudo nos sentimos tentados a pensar en él como un solo país. No lo es: hay enormes diferencias entre un país y otro. Es como si estuviéramos hablando de pueblos muy diferentes, como suecos y griegos, o españoles y húngaros; pensándolos como un solo país…
Y esto vale también para la Iglesia: la vivacidad, la alegría de las celebraciones, el impresionante número de mártires, las numerosas vocaciones, la fidelidad (al menos en algunos aspectos), son elementos que se reflejan en toda la Iglesia. «Ex Africa aliquid novi».
Por medio de vuestras noticias, conocimos la gran labor humanitaria que realizasteis como carmelitas descalzos en favor de las personas que huían de la guerra. No puedo olvidarme de esas imágenes donde nuestro convento se convirtió en un campo de refugiados…
Estos largos años de guerra y crisis han llevado a toda la Iglesia a permanecer en primera línea, con el pueblo. En los combates que sacudieron al país en 2013-2014, casi todas las parroquias, catedrales, conventos y seminarios se convirtieron «naturalmente» en lugares de refugio. El Carmelo de Bangui cobijó a más de 12 mil personas durante 4 largos años; en Bozoum vivieron 6-7 mil personas durante casi dos meses, y lo mismo en Baoro y en muchas otras Misiones.
Mirando hacia atrás, leemos sobre acontecimientos trágicos que gracias a Dios (pero también a la disponibilidad y a la valentía de muchos sacerdotes, religiosos y religiosas) se han convertido en semillas de salvación, signos de misericordia y vientos de perdón y reconciliación. Todo es Gracia. ¡Siempre!
En este tipo de situaciones, un misionero vive situaciones duras, pero también experiencias inolvidables. Compártenos, P. Aurelio, alguna experiencia que te haya marcado mucho.
Como muchos otros, me encontré a menudo luchando contra los lobos, protegiendo a las ovejas, pero también actuando con valentía para que la gente no tuviera miedo y tuviera la certeza de que, con la ayuda de Dios y una pizca de valentía, muchas cosas se pueden afrontar y cambiar.
En ocasiones, algunos medios nos presentan las guerras como problemas entre religiones. En vuestro caso, ha habido una convivencia pacífica entre distintas religiones y confesiones. Es algo que me gusta recordarlo y subrayarlo.
Centroáfrica ha vivido momentos terribles, en los cuales, el odio, el miedo, rencores pasados y nuevos se fusionaron y han traído muerte y odio. Comunidades que vivieron juntos por decenios, sin grandes problemas, se han convertido, ahora, estúpidamente en enemigos. Pero las mismas comunidades han entendido que ha sido un error y, por eso, están haciendo todo lo posible para no volver a caer en él y en el odio.
Dos ejemplos: En Bozoum, en 2013-14, la guerra provocó miles de refugiados y muchos muertos. En noviembre de 2014 propuse realizar la ofrenda mensual por los pobres a favor de las calles y de las familias musulmanas que viven en la ciudad. La herida todavía estaba abierta: muchas familias habían perdido la vida y estaban desconsoladas por las muertes a manos de la milicia musulmana. No insistí mucho, precisamente porque sabía que humanamente era muy difícil. Y fue una alegría inmensa ver, ese domingo, una montaña de regalos (yuca, mangos y mucho más) y… los regalos monetarios resultaron ser ¡el triple de lo normal!
En 2021 algunos grupos rebeldes se unieron y se propusieron incendiar parte del país. Me sorprendió en estos momentos de tensión, ver que todos evitaban con tanto cuidado recurrir a la tragedia de la guerra dentro de las comunidades. Una lección aprendida…
¿Cuáles son, a partir de ahora, las funciones que desempeñarás en su nueva diócesis?
Una diócesis inmensa: 135.000 km2 ¡casi un tercio de España! En el suroeste de Centroáfrica, en la frontera con Congo, RDC y Sudán del Sur.
Es un territorio inmenso, donde las carreteras son desastrosas y peligrosas. Para llegar a la capital, a 750 km. de distancia, se necesita una semana en temporada de lluvias. Por este motivo, desde hace años, a Bangassou casi sólo se puede llegar en avión.
Aquí seré obispo coadjutor de monseñor Juan José Aguirre Muñoz, comboniano cordobés, misionero en Centroáfrica desde hace más de 40 años y obispo desde 1998. Ha dirigido la diócesis en situaciones de fuerte tensión, de guerra, con miles de musulmanes refugiados en el Seminario, acompañando con valentía y fe al pueblo de Dios que se encuentra en esta parte olvidada del país.
La diócesis se compone de 13 misiones, dos de ellas: Nzacko y Mboki están temporalmente cerradas porque están ocupadas por rebeldes o soldados. Hay 28 sacerdotes, 6 monjas de 2 congregaciones y un seminario menor. Los seminaristas mayores continúan sus estudios en Bangui (15 en el seminario medio -bachillerato-, 6 en el seminario preparatorio y 14 en el seminario mayor).
En casi todas las parroquias hay escuelas primarias y en algunas también escuelas intermedias y secundarias. Hay muchas obras de caridad con más de 300 huérfanos y 3 hogares para personas mayores (muchas de las cuales están amenazadas por la brujería).
Al ser esta una revista misionera carmelitana ¿qué te ha ayudado, P. Aurelio, el carisma teresiano en su vida personal?
Santa Teresa muere diciendo: «Soy hija de la Iglesia». Y la apertura que tuvieron Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, unida a la inspiración misionera de Teresa de Lisieux, contagian profundamente el alma de cada carmelita.
La misión ha estado en mi corazón desde que era niño. En los primeros años del seminario, las historias de los misioneros en Centroáfrica me conmovieron e inmediatamente sentí a África y la misión como una parte profunda de mi vocación.
Junto al corazón misionero, el Carmelo me acompaña con la vida de oración y con la fraternidad. La siento con mucha fuerza, tanto desde la Orden como desde mi Provincia en particular. Una fraternidad que encontré, al menos en parte, también con el clero de la diócesis de Bangassou.
Por último, te agradecería que compartiese con nuestros lectores un mensaje de esperanza y de colaboración misionera…
Cuando me preguntaron si aceptaba el episcopado, pasé momentos (días y semanas…) bastante abrumado por el miedo ante un ministerio tan exigente. Pero me encomendé a la Misericordia de Dios y a la oración de muchos hermanos y hermanas. Y veo y siento con mucha fuerza que la Misericordia de Dios me sostiene, y el cariño y la oración de tantas personas me llevan, «como sobre alas de águila».