

P. Fernando, nos encontramos en la parroquia que los Carmelitas Descalzos atendemos en este barrio de La Rochapea de Pamplona. Llegaste aquí hace 34 años.
Si, llegué aquí hace 34 años, en 1989. Venía de nuestra comunidad de Logroño, también parroquia, que acababa de estrenar casa nueva, iglesia nueva y locales nuevos, en el centro de la ciudad. Allí llegamos a tener 1.500 niños en la catequesis, con lo que esto suponía de locales, personal, catequistas… La Misa de niños dominical era una gran fiesta.
El barrio, lógicamente, ha vivido un cambio muy grande.
Sí. Esta parroquia, disgregada de la parroquia del Salvador, comenzó con unos 2.000 fieles. Hoy, somos unos 9.000 feligreses en este recodo del Río Arga. Se ha edificado mucho, se han hecho muchos parques y paseos, colegios nuevos, negocios nuevos y mucha gente joven.
La parroquia, a diferencia de lo que estamos acostumbrados, no es un espacio muy grande, pero, aun así, durante muchos años, ha tenido una feligresía muy fiel.
Así es. El casco viejo de la parroquia es muy fiel, muy sano, de gente que ha venido de los pueblos, encontró trabajo por aquí y aquí han nacido y se han criado sus hijos.
El proceso de secularización de la sociedad lo hemos visto muy notablemente en los grupos de iniciación cristiana, comenzando por los bautismos. En estos 34 años que has vivido en la parroquia, con tantas actividades con los grupos de primera comunión ¿ahora cuesta convocarles?
Esta zona de la parroquia era como un pueblo. Nos conocíamos todos. Nos saludábamos todos. El trato era «como de pueblo bien avenido». Gente sencilla, creyente. Por eso, bautizaban a su hijos, los traían a la catequesis, participaba en las actividades de la parroquia, en grupos de todo tipo. Como dato que corrobora esta afirmación os diré que había seis grupos de ocho personas para el barrido de la iglesia… Hoy ha quedado reducido a un grupo. La gente se ha hecho mayor y muchos han fallecido.
Este barrio, como otros de la ciudad, tiene ya un rostro muy distinto, más plural. La llegada de familias migrantes ha sido muy alta.
Así es. Muy distinto en todo. Seguimos conociéndonos en el casco viejo del barrio. La barriada nueva vive bastante alejada del trato personal y de la iglesia. Todo se ha masificado y esto muchas veces no favorece nada los encuentros, el trato personal… pero sigue siendo un barrio bastante tranquilo. Para vivir bien cerca del centro de la ciudad.
La inmigración se nota nada más salir a la calle: rostros latinos, mucho africano, de casi todos los países, singularmente de Nigeria, Marruecos, Ghana, Camerún… un bonito cuadro de colores.
¿Cómo has visto la integración de los niños y jóvenes de aquí con otros que han llegado de varios continentes?
En general no hay problemas. En los colegios viven así integrados. Todos son amigos de todos. Todos juegan y hacen deporte juntos. Y en la calle también.
Hablar de esta parroquia es hablar también de un gran proyecto social ¿Qué actividades sociales tenéis en la parroquia?
Es verdad. Hoy más que nunca es necesario este proyecto social. Un proyecto social no es solamente dar comida. Nuestro primer objetivo es la persona, la familia. Y al contactar con las personas vemos sus carencias humanas, personales, trastornos, traumas. Entre esas carencias están «los papeles», el trabajo, la falta de recursos económicos, la vivienda, la comida… Por tanto, el proyecto social no es sólo dar comida… Es el acompañamiento. Vivir con ellos estas realidades duras al venir a un país extranjero, sin prácticamente nada. A veces hasta sin «papeles».
Estos proyectos, como bien sabemos, se pueden llevar adelante gracias a la labor generosa y participativa de los voluntarios.
Sí, está claro. Sin voluntarios, el párroco sólo no es nada ni nadie. Por ejemplo, hasta la pandemia dábamos desayunos en el Centro parroquial a 15 niños antes de ir al colegio. Esto supone madrugar, preparar, atenderlos con todo cariño hasta la entrada en el colegio a las 9:00h. Hoy ya no hacemos esto.
Algunas de estas ayudas hay que recuperarlas, porque la inundación de los locales que tuvimos y la pandemia no nos ha dejado poner en marcha de nuevo.
En estos años que has dirigido esta comunidad parroquial como sacerdote habrás vivido experiencias muy intensas. Compártenos alguna que recuerdes con especial cariño.
Recuerdo con especial cariño los campamentos de verano en Codés y en Calahorra. Han sido 40 años seguidos, desde que estaba en Logroño y luego aquí en la Rochapea. Tandas de hasta 150 niños con escasos medios, mucho humor y amor. De estas tandas han salido 2 monitores como sacerdotes, numerosas familias cristianas.
Ahora, bastante mermado por los años, es el vivir de cada día que también tiene sus anécdotas, como la de un musulmán que no come carne de cerdo. Y me decía que del cerdo sólo le gusta el jamón ¡Toma y si es Jabugo, mejor!
Bueno, acabo. Personalmente todo esto me ha ayudado a querer a los pobres, a vivir con sobriedad y con alegría. A vivir mi voto de pobreza confiando en Dios. Me siento muy a gusto entre ellos, porque yo también soy pobre y necesitado del amor de Dios y de los hermanos. Confío en Dios «rico» en misericordia, porque sé que me ama como a hijo. Ah, y no me olvido de San José, emigrante como muchos de los que vienen a esta parroquia.
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P. Fernando, nos encontramos en la parroquia que los Carmelitas Descalzos atendemos en este barrio de La Rochapea de Pamplona. Llegaste aquí hace 34 años.
Si, llegué aquí hace 34 años, en 1989. Venía de nuestra comunidad de Logroño, también parroquia, que acababa de estrenar casa nueva, iglesia nueva y locales nuevos, en el centro de la ciudad. Allí llegamos a tener 1.500 niños en la catequesis, con lo que esto suponía de locales, personal, catequistas… La Misa de niños dominical era una gran fiesta.
El barrio, lógicamente, ha vivido un cambio muy grande.
Sí. Esta parroquia, disgregada de la parroquia del Salvador, comenzó con unos 2.000 fieles. Hoy, somos unos 9.000 feligreses en este recodo del Río Arga. Se ha edificado mucho, se han hecho muchos parques y paseos, colegios nuevos, negocios nuevos y mucha gente joven.
La parroquia, a diferencia de lo que estamos acostumbrados, no es un espacio muy grande, pero, aun así, durante muchos años, ha tenido una feligresía muy fiel.
Así es. El casco viejo de la parroquia es muy fiel, muy sano, de gente que ha venido de los pueblos, encontró trabajo por aquí y aquí han nacido y se han criado sus hijos.
El proceso de secularización de la sociedad lo hemos visto muy notablemente en los grupos de iniciación cristiana, comenzando por los bautismos. En estos 34 años que has vivido en la parroquia, con tantas actividades con los grupos de primera comunión ¿ahora cuesta convocarles?
Esta zona de la parroquia era como un pueblo. Nos conocíamos todos. Nos saludábamos todos. El trato era «como de pueblo bien avenido». Gente sencilla, creyente. Por eso, bautizaban a su hijos, los traían a la catequesis, participaba en las actividades de la parroquia, en grupos de todo tipo. Como dato que corrobora esta afirmación os diré que había seis grupos de ocho personas para el barrido de la iglesia… Hoy ha quedado reducido a un grupo. La gente se ha hecho mayor y muchos han fallecido.
Este barrio, como otros de la ciudad, tiene ya un rostro muy distinto, más plural. La llegada de familias migrantes ha sido muy alta.
Así es. Muy distinto en todo. Seguimos conociéndonos en el casco viejo del barrio. La barriada nueva vive bastante alejada del trato personal y de la iglesia. Todo se ha masificado y esto muchas veces no favorece nada los encuentros, el trato personal… pero sigue siendo un barrio bastante tranquilo. Para vivir bien cerca del centro de la ciudad.
La inmigración se nota nada más salir a la calle: rostros latinos, mucho africano, de casi todos los países, singularmente de Nigeria, Marruecos, Ghana, Camerún… un bonito cuadro de colores.
¿Cómo has visto la integración de los niños y jóvenes de aquí con otros que han llegado de varios continentes?
En general no hay problemas. En los colegios viven así integrados. Todos son amigos de todos. Todos juegan y hacen deporte juntos. Y en la calle también.
Hablar de esta parroquia es hablar también de un gran proyecto social ¿Qué actividades sociales tenéis en la parroquia?
Es verdad. Hoy más que nunca es necesario este proyecto social. Un proyecto social no es solamente dar comida. Nuestro primer objetivo es la persona, la familia. Y al contactar con las personas vemos sus carencias humanas, personales, trastornos, traumas. Entre esas carencias están «los papeles», el trabajo, la falta de recursos económicos, la vivienda, la comida… Por tanto, el proyecto social no es sólo dar comida… Es el acompañamiento. Vivir con ellos estas realidades duras al venir a un país extranjero, sin prácticamente nada. A veces hasta sin «papeles».
Estos proyectos, como bien sabemos, se pueden llevar adelante gracias a la labor generosa y participativa de los voluntarios.
Sí, está claro. Sin voluntarios, el párroco sólo no es nada ni nadie. Por ejemplo, hasta la pandemia dábamos desayunos en el Centro parroquial a 15 niños antes de ir al colegio. Esto supone madrugar, preparar, atenderlos con todo cariño hasta la entrada en el colegio a las 9:00h. Hoy ya no hacemos esto.
Algunas de estas ayudas hay que recuperarlas, porque la inundación de los locales que tuvimos y la pandemia no nos ha dejado poner en marcha de nuevo.
En estos años que has dirigido esta comunidad parroquial como sacerdote habrás vivido experiencias muy intensas. Compártenos alguna que recuerdes con especial cariño.
Recuerdo con especial cariño los campamentos de verano en Codés y en Calahorra. Han sido 40 años seguidos, desde que estaba en Logroño y luego aquí en la Rochapea. Tandas de hasta 150 niños con escasos medios, mucho humor y amor. De estas tandas han salido 2 monitores como sacerdotes, numerosas familias cristianas.
Ahora, bastante mermado por los años, es el vivir de cada día que también tiene sus anécdotas, como la de un musulmán que no come carne de cerdo. Y me decía que del cerdo sólo le gusta el jamón ¡Toma y si es Jabugo, mejor!
Bueno, acabo. Personalmente todo esto me ha ayudado a querer a los pobres, a vivir con sobriedad y con alegría. A vivir mi voto de pobreza confiando en Dios. Me siento muy a gusto entre ellos, porque yo también soy pobre y necesitado del amor de Dios y de los hermanos. Confío en Dios «rico» en misericordia, porque sé que me ama como a hijo. Ah, y no me olvido de San José, emigrante como muchos de los que vienen a esta parroquia.