

Dos meses más tarde, en una reunión en el convento de Bilbao con el provincial y unos cuantos representantes de los conventos de la provincia, se perfilan diversos proyectos para impulsar y organizar la ayuda efectiva a las misiones.
Entre ellos destaca la propuesta de publicar una revista mensual con contenido misionero. Al año siguiente aparece Ecos del Carmelo y Praga, de contenido más amplio, si bien con una sección misional. Sin embargo, el P. Juan Vicente no cejará en su empeño de elaborar una revista totalmente dedicada a las misiones.
Después de regresar temporalmente a la India como visitador, el P. Juan Vicente retoma el proyecto hasta convencer a los superiores, de tal modo que en enero del 1921 se edita el primer número de la revista. Sus 16 densas páginas reflejan el entusiasmo misionero de su creador y director. La revista nace con fuerza, como fruto maduro de un ambiente y de unas personas que se sienten plenamente identificadas con el deseo de dar a conocer a Cristo a toda la humanidad.
En la cabecera del primer número de la revista figura un expresivo texto teresiano: «Precia más Nuestro Señor un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos, que todos los servicios que le podemos hacer» (Fundaciones 1,7). Teresa se expresa así a propósito del famoso encuentro con el franciscano Alonso Maldonado, recién llegado «de las Indias», que tan poderosamente confirmó en Teresa la pasión por la salvación universal y la dimensión misionera de su obra fundacional.
Como es sabido, no todos los seguidores de Teresa comprendieron ni aceptaron dicho planteamiento, y se llegó a contraponer la vida contemplativa al apostolado directo. Sin embargo, gracias a grandes religiosos como Jerónimo Gracián, Tomás de Jesús o Juan de Jesús María, la llama misionera transmitida por Teresa a su familia no se apagó. En concreto, la Congregación italiana acogió con determinación la llamada misionera, y los religiosos se prestaron a participar activamente en la acción evangelizadora de la Iglesia. En el número 3 de La Obra Máxima se evoca con entusiasmo el gesto del capítulo general de 1605, en el cual la Congregación asumió oficialmente las misiones y todos los capitulares se ofrecieron personalmente y unánimemente como misioneros. A partir de aquí se desplegó una larga y fecunda historia de trabajo evangelizador en muchos lugares, entre otros Siria, Persia y la India.
A partir de 1868, desde el convento de Markina (Vizcaya), el Carmelo Teresiano se reimplantó en España, no ya con una congregación autónoma, sino plenamente unido al resto de la Orden. Esto favoreció que la nueva etapa comenzara con una clara identidad misionera. Durante los años de su formación religiosa, Juan Vicente ve partir a unos cuantos religiosos hacia la India. Poco a poco va madurando en él la vocación misionera, hasta que en 1900 es enviado a la misión de Verapoly en Malabar (Kerala, India).
La experiencia directa le confirma la prioridad eclesial de la acción misionera y también que esta forma parte intrínseca del carisma teresiano. Al mismo tiempo, siente también progresivamente la verdad y la actualidad de las palabras de Jesús: «La mies es mucha y los obreros pocos» (Mt 9,37). Las perspectivas de evangelización son extraordinarias, y sin embargo los recursos humanos y materiales resultan del todo insuficientes. A consecuencia de la gran guerra que azota Europa, se había reducido enormemente la ayuda que llegaba a los misioneros. Por esta razón, el P. Juan Vicente regresa a Europa, sabiendo que su dedicación puede ser más útil aquí que en primera línea de misión.
En este contexto piensa en la revista como una parte esencial e imprescindible de su proyecto. La idea venía de lejos: desde antes de ir a la India estaba convencido de la importancia de la palabra escrita. En Burgos había participado en la fundación de un periódico y, desde que fuera creada en 1900, escribe en la revista Monte Carmelo. Una vez llegado a la India, sigue colaborando con diversas revistas carmelitanas y él mismo funda una publicación periódica eclesial.
La revista misional que tiene en la mente y en el corazón, y a la que finalmente consigue dar vida, es el eje central de un proyecto mucho más amplio, que incluye de modo particular la singular iniciativa de los coros marianos, grupos de cinco personas que se comprometen a todo tipo de actividades oracionales, de difusión y de recogida de fondos para las misiones.
La Obra Máxima se convirtió desde su nacimiento en un instrumento privilegiado al servicio de la animación misional, tal como había sido concebida.
Comienza ya con 6.000 suscriptores, y en un crecimiento espectacular, llega en un año a 12.000 y en cuatro años a 19.000. El P. Juan Vicente será su director y animador infatigable hasta 1935, cuando la enfermedad le impide seguir trabajando. Pero la planta ya había crecido y se había fortalecido. Otros tomaron el relevo y siguieron cuidándola y alimentándola para el bien de las misiones carmelitanas y de toda la Iglesia.
La revista nacida del ardor misionero del P. Juan Vicente siguió adelante de forma ininterrumpida y ha llegado hasta nuestros días. Al cumplir cien años mantiene toda su vitalidad y su vigencia. A lo largo de todo un siglo, la cercanía y el apoyo efectivo de la revista se han hecho presentes en el mundo entero, en cualquier lugar donde hubiera misioneros, carmelitas descalzos o no. A través de ella se han conseguido y canalizado todo tipo de ayudas, grandes y pequeñas, espirituales y materiales, para el anuncio del Evangelio y la promoción social, humana y económica de un número incalculable de personas «de toda tribu, pueblo, lengua y nación» (Ap 5,9).
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Dos meses más tarde, en una reunión en el convento de Bilbao con el provincial y unos cuantos representantes de los conventos de la provincia, se perfilan diversos proyectos para impulsar y organizar la ayuda efectiva a las misiones.
Entre ellos destaca la propuesta de publicar una revista mensual con contenido misionero. Al año siguiente aparece Ecos del Carmelo y Praga, de contenido más amplio, si bien con una sección misional. Sin embargo, el P. Juan Vicente no cejará en su empeño de elaborar una revista totalmente dedicada a las misiones.
Después de regresar temporalmente a la India como visitador, el P. Juan Vicente retoma el proyecto hasta convencer a los superiores, de tal modo que en enero del 1921 se edita el primer número de la revista. Sus 16 densas páginas reflejan el entusiasmo misionero de su creador y director. La revista nace con fuerza, como fruto maduro de un ambiente y de unas personas que se sienten plenamente identificadas con el deseo de dar a conocer a Cristo a toda la humanidad.
En la cabecera del primer número de la revista figura un expresivo texto teresiano: «Precia más Nuestro Señor un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos, que todos los servicios que le podemos hacer» (Fundaciones 1,7). Teresa se expresa así a propósito del famoso encuentro con el franciscano Alonso Maldonado, recién llegado «de las Indias», que tan poderosamente confirmó en Teresa la pasión por la salvación universal y la dimensión misionera de su obra fundacional.
Como es sabido, no todos los seguidores de Teresa comprendieron ni aceptaron dicho planteamiento, y se llegó a contraponer la vida contemplativa al apostolado directo. Sin embargo, gracias a grandes religiosos como Jerónimo Gracián, Tomás de Jesús o Juan de Jesús María, la llama misionera transmitida por Teresa a su familia no se apagó. En concreto, la Congregación italiana acogió con determinación la llamada misionera, y los religiosos se prestaron a participar activamente en la acción evangelizadora de la Iglesia. En el número 3 de La Obra Máxima se evoca con entusiasmo el gesto del capítulo general de 1605, en el cual la Congregación asumió oficialmente las misiones y todos los capitulares se ofrecieron personalmente y unánimemente como misioneros. A partir de aquí se desplegó una larga y fecunda historia de trabajo evangelizador en muchos lugares, entre otros Siria, Persia y la India.
A partir de 1868, desde el convento de Markina (Vizcaya), el Carmelo Teresiano se reimplantó en España, no ya con una congregación autónoma, sino plenamente unido al resto de la Orden. Esto favoreció que la nueva etapa comenzara con una clara identidad misionera. Durante los años de su formación religiosa, Juan Vicente ve partir a unos cuantos religiosos hacia la India. Poco a poco va madurando en él la vocación misionera, hasta que en 1900 es enviado a la misión de Verapoly en Malabar (Kerala, India).
La experiencia directa le confirma la prioridad eclesial de la acción misionera y también que esta forma parte intrínseca del carisma teresiano. Al mismo tiempo, siente también progresivamente la verdad y la actualidad de las palabras de Jesús: «La mies es mucha y los obreros pocos» (Mt 9,37). Las perspectivas de evangelización son extraordinarias, y sin embargo los recursos humanos y materiales resultan del todo insuficientes. A consecuencia de la gran guerra que azota Europa, se había reducido enormemente la ayuda que llegaba a los misioneros. Por esta razón, el P. Juan Vicente regresa a Europa, sabiendo que su dedicación puede ser más útil aquí que en primera línea de misión.
En este contexto piensa en la revista como una parte esencial e imprescindible de su proyecto. La idea venía de lejos: desde antes de ir a la India estaba convencido de la importancia de la palabra escrita. En Burgos había participado en la fundación de un periódico y, desde que fuera creada en 1900, escribe en la revista Monte Carmelo. Una vez llegado a la India, sigue colaborando con diversas revistas carmelitanas y él mismo funda una publicación periódica eclesial.
La revista misional que tiene en la mente y en el corazón, y a la que finalmente consigue dar vida, es el eje central de un proyecto mucho más amplio, que incluye de modo particular la singular iniciativa de los coros marianos, grupos de cinco personas que se comprometen a todo tipo de actividades oracionales, de difusión y de recogida de fondos para las misiones.
La Obra Máxima se convirtió desde su nacimiento en un instrumento privilegiado al servicio de la animación misional, tal como había sido concebida.
Comienza ya con 6.000 suscriptores, y en un crecimiento espectacular, llega en un año a 12.000 y en cuatro años a 19.000. El P. Juan Vicente será su director y animador infatigable hasta 1935, cuando la enfermedad le impide seguir trabajando. Pero la planta ya había crecido y se había fortalecido. Otros tomaron el relevo y siguieron cuidándola y alimentándola para el bien de las misiones carmelitanas y de toda la Iglesia.
La revista nacida del ardor misionero del P. Juan Vicente siguió adelante de forma ininterrumpida y ha llegado hasta nuestros días. Al cumplir cien años mantiene toda su vitalidad y su vigencia. A lo largo de todo un siglo, la cercanía y el apoyo efectivo de la revista se han hecho presentes en el mundo entero, en cualquier lugar donde hubiera misioneros, carmelitas descalzos o no. A través de ella se han conseguido y canalizado todo tipo de ayudas, grandes y pequeñas, espirituales y materiales, para el anuncio del Evangelio y la promoción social, humana y económica de un número incalculable de personas «de toda tribu, pueblo, lengua y nación» (Ap 5,9).