

Y es que en efecto, la religiosidad popular de este pueblo forma parte de su genética: la necesidad de recorrer las calles alabando a Dios tras la imagen de un crucificado, el deseo de tocar, o al menos rozar, una imagen de un Cristo sufriente en procesión, las ganas de recibir de parte de un sacerdote la bendición a través de la imposición de manos… son sencillas manifestaciones de fe que forman parte de nuestra piedad y cultura como lo puede ser también el plato que tradicionalmente las familias consumen solo en Viernes Santo llamado «fanesca», que es una menestra elaborada con 12 tipos de granos distintos y pescado salado.
Fue de una esperanzadora alegría compartir con los fieles tales muestras de devoción, sobre todo en aquellas celebraciones que se realizan fuera de los templos, como por ejemplo los Vía Crucis, en donde acudieron gran cantidad de personas: en la ciudad de Milagro y sus arterias principales, cientos… en la ciudad de Durán igualmente un buen número de fieles en las distintas procesiones parroquiales bajo un sol de respeto y con casi 35 grados de temperatura.
Las misas del triduo pascual igualmente concurridas, a pesar de que una parte de la población también aprovechó el feriado para hacer turismo en las playas… No obstante, la alegría de la Pascua se reflejó en la inmensa mayoría de los que asistieron a sus comunidades, con un sentimiento general de agradecimiento a Dios por las gracias recibidas durante el año y por la frágil tranquilidad que nos brinda la sensación de que poco a poco retomamos nuestras actividades cotidianas sin temor a que el contacto con el prójimo nos enferme.
Todas estas manifestaciones de fe y devoción son un tesoro para nuestra Diócesis, en tiempos donde el influjo de otras culturas, trata de sustituir el símbolo de la Cruz Redentora por un simpático conejo de pascua, desviando el sentido de estos días santos. Esta realidad también nos hace meditar sobre el gran desafío que representa para la Iglesia Latinoamericana el pasar de una fe inculcada por tradición a una fe encarnada por convicción, fruto de un auténtico encuentro personal con el Resucitado… No es algo fácil ni para seglares ni para consagrados, pero no hay ni habrá otra manera.
Las pasadas lecturas de la Pasión que meditamos recientemente nos mostraban una sociedad teocrática, presidida por fieles observantes de una Ley con tradiciones encaminadas a acercarles a Dios y a evitar caer en «impurezas rituales» al mismo tiempo que confabulaban para quitarle la vida a un inocente.
En ese sentido, en medio de la alegría de estos días pascuales, observamos el rostro sufriente de Cristo en tantas personas sin lo necesario para subsistir, en las madres solteras que se prostituyen por un tarro de leche para sus hijos, en los jóvenes que se pierden en las drogas y la violencia, en los enfermos que no encuentran las medicinas, en los familiares de los presos que viven con la angustia de no saber si habrá un reencuentro debido a la crisis carcelaria de un Ecuador plagado de masacres y de indiferencia.
Esta pasión interminable de Cristo debe sacudirnos el corazón para que las prácticas de piedad popular, tan valiosas y enriquecedoras, adquieran verdadero significado en el seno de la sociedad ecuatoriana y sensibilice hasta lo más hondo las entrañas de nuestra iglesia local. Quizás parezca muy poco lo que podemos hacer frente a estas crudas realidades que humanamente nos desaniman, sin embargo, a semejanza de María y del resto de discípulos que permanecieron en la hora más oscura junto a Jesús, comprendemos que nuestra entrega es más plena cuanto más nos abrazamos al crucificado, compartiendo el dolor con aquellos que sufren y con la certeza de la victoria definitiva frente a la cultura de la muerte, del descarte y del pecado.
Desde nuestra Diócesis de San Jacinto deseamos una Feliz Pascua de Resurrección para los lectores de la Obra Máxima.
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Y es que en efecto, la religiosidad popular de este pueblo forma parte de su genética: la necesidad de recorrer las calles alabando a Dios tras la imagen de un crucificado, el deseo de tocar, o al menos rozar, una imagen de un Cristo sufriente en procesión, las ganas de recibir de parte de un sacerdote la bendición a través de la imposición de manos… son sencillas manifestaciones de fe que forman parte de nuestra piedad y cultura como lo puede ser también el plato que tradicionalmente las familias consumen solo en Viernes Santo llamado «fanesca», que es una menestra elaborada con 12 tipos de granos distintos y pescado salado.
Fue de una esperanzadora alegría compartir con los fieles tales muestras de devoción, sobre todo en aquellas celebraciones que se realizan fuera de los templos, como por ejemplo los Vía Crucis, en donde acudieron gran cantidad de personas: en la ciudad de Milagro y sus arterias principales, cientos… en la ciudad de Durán igualmente un buen número de fieles en las distintas procesiones parroquiales bajo un sol de respeto y con casi 35 grados de temperatura.
Las misas del triduo pascual igualmente concurridas, a pesar de que una parte de la población también aprovechó el feriado para hacer turismo en las playas… No obstante, la alegría de la Pascua se reflejó en la inmensa mayoría de los que asistieron a sus comunidades, con un sentimiento general de agradecimiento a Dios por las gracias recibidas durante el año y por la frágil tranquilidad que nos brinda la sensación de que poco a poco retomamos nuestras actividades cotidianas sin temor a que el contacto con el prójimo nos enferme.
Todas estas manifestaciones de fe y devoción son un tesoro para nuestra Diócesis, en tiempos donde el influjo de otras culturas, trata de sustituir el símbolo de la Cruz Redentora por un simpático conejo de pascua, desviando el sentido de estos días santos. Esta realidad también nos hace meditar sobre el gran desafío que representa para la Iglesia Latinoamericana el pasar de una fe inculcada por tradición a una fe encarnada por convicción, fruto de un auténtico encuentro personal con el Resucitado… No es algo fácil ni para seglares ni para consagrados, pero no hay ni habrá otra manera.
Las pasadas lecturas de la Pasión que meditamos recientemente nos mostraban una sociedad teocrática, presidida por fieles observantes de una Ley con tradiciones encaminadas a acercarles a Dios y a evitar caer en «impurezas rituales» al mismo tiempo que confabulaban para quitarle la vida a un inocente.
En ese sentido, en medio de la alegría de estos días pascuales, observamos el rostro sufriente de Cristo en tantas personas sin lo necesario para subsistir, en las madres solteras que se prostituyen por un tarro de leche para sus hijos, en los jóvenes que se pierden en las drogas y la violencia, en los enfermos que no encuentran las medicinas, en los familiares de los presos que viven con la angustia de no saber si habrá un reencuentro debido a la crisis carcelaria de un Ecuador plagado de masacres y de indiferencia.
Esta pasión interminable de Cristo debe sacudirnos el corazón para que las prácticas de piedad popular, tan valiosas y enriquecedoras, adquieran verdadero significado en el seno de la sociedad ecuatoriana y sensibilice hasta lo más hondo las entrañas de nuestra iglesia local. Quizás parezca muy poco lo que podemos hacer frente a estas crudas realidades que humanamente nos desaniman, sin embargo, a semejanza de María y del resto de discípulos que permanecieron en la hora más oscura junto a Jesús, comprendemos que nuestra entrega es más plena cuanto más nos abrazamos al crucificado, compartiendo el dolor con aquellos que sufren y con la certeza de la victoria definitiva frente a la cultura de la muerte, del descarte y del pecado.
Desde nuestra Diócesis de San Jacinto deseamos una Feliz Pascua de Resurrección para los lectores de la Obra Máxima.