

Este incidente no es un hecho aislado, sino un eslabón en una cadena de eventos que reflejan la arraigada corrupción, indiferencia y violencia en nuestra sociedad.
Vivimos en un contexto de asesinatos por encargo y situaciones de injusticia social, una realidad que desafortunadamente parece volverse cotidiana en la vida de este noble pueblo, una vida que Dios no desea para nosotros.
Nuestra Iglesia local, ubicada en uno de los cantones más violentos del Ecuador, ha venido sufriendo dolorosamente esta realidad. En primer lugar, en la carne de los fieles católicos que han sido extorsionados, secuestrados y amenazados por bandas criminales ante la indiferencia o complicidad de las autoridades. En segundo lugar, en el impacto que ha tenido la violencia dentro de las comunidades parroquiales: disminución de la cantidad de fieles en las misas, suspensión de actividades presenciales como catequesis, reuniones de grupos laicales, cumplimiento de un toque de queda que recordaba los duros meses que vivimos cuando la pandemia del COVID-19 y una pérdida de esperanza en el futuro manifestada en la migración masiva de ecuatorianos de todas las partes del país.
En este panorama hemos vivido la Cuaresma
Coinciden en este momento los efectos crecientes que están teniendo las lluvias y el fenómeno del Niño en el Ecuador, sobre todo en nuestro territorio, donde ya se ha sufrido de inundaciones por desbordamiento de ríos, deslaves en vías principales que cortan el acceso a poblaciones enteras, pérdida de cosechas, viviendas y bienes materiales, propagación de enfermedades asociadas a la contaminación de las aguas o proliferación de otros agentes transmisores… y como siempre, son los más pobres quienes quedan a merced de las circunstancias, de las voluntades de los políticos o la politiquería, de las consecuencias del paternalismo o la indiferencia, de la violencia y la corrupción. También son ellos los primeros en extender sus manos a nuestra iglesia esperando el consuelo o el alivio hacia sus necesidades más urgentes.
Y lo segundo que nos invada la tentación de la desesperanza y la falsa piedad de creer que poner las cosas en manos de Dios signifique cruzarse de brazos y adormecer nuestra conciencia… Con el corazón en el cielo y los pies bien puestos en tierra, es el mismo Señor quien nos invita a una auténtica renovación espiritual que nos haga testigos de aquello que amamos y por lo que estamos dispuestos a dar la vida.
Dios quiere recordarnos que este tiempo de reflexión y penitencia también es un llamado al servicio, contemplando el sufrimiento de Cristo en la cruz que nos conecta con el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas.
Los pocos panes y peces que disponemos hemos dispuesto para cubrir las necesidades fundamentales: al conocer la situación de emergencia de uno de los sitios más remotos de nuestra jurisdicción: la Isla Puná, donde solamente se llega atravesando en lancha o canoa el río Guayas en dirección al oeste -y donde la población está desesperada por los estragos de la lluvia y carencias de todo tipo- , pudimos comprar con donativos de nuestros fieles unas 150 canastas de alimentos, con los víveres no perecibles fundamentales: arroz (que no puede faltar en la mesa del ecuatoriano), lentejas, avena, enlatados, aceite… Los dos sacerdotes que viven en la zona acompañados de los agentes de pastoral pudieron llegar, con tan poco, a los sitios más necesitados de ayuda. ¡Por lo menos unos días las familias podrán llevar algo a la mesa en lo que mejora la situación!
Otras comunidades que subsisten de la agricultura y la pesca corren similar suerte: poblados como Tenguel, Cien Camas, Cooperativa San Bernabé, y tantas otras, sufren de inundaciones por el desborde de los ríos o por lluvias tan intensas que sencillamente colapsan los sistemas de drenaje. Con ayuda de los agentes de la Pastoral Social Cáritas y otros laicos, nos empeñamos en adquirir más víveres, colchones, medicinas, tejas de zinc, enseres, y así cualquiera de las cosas que contribuyan a minimizar la calamidad de las familias más pobres.
Invitamos a toda la comunidad internacional a unirse en oración por esta bella tierra que en este año celebra el 150 aniversario de consagración al Sagrado Corazón de Jesús, para que la paz reemplace la violencia, la justicia prevalezca sobre la corrupción y la esperanza florezca en medio de las dificultades. Agradecemos la solidaridad de aquellos que, desde Europa y otras partes del mundo, han mostrado su apoyo a nuestras comunidades en momentos difíciles.
Este tiempo nos recuerda que la verdadera fe se manifiesta en el amor concreto hacia nuestros hermanos. En la cruz de Cristo encontramos la fortaleza para seguir adelante, confiando en que, con la ayuda divina, superaremos estos desafíos y construiremos juntos un futuro lleno de justicia, paz y amor.
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Este incidente no es un hecho aislado, sino un eslabón en una cadena de eventos que reflejan la arraigada corrupción, indiferencia y violencia en nuestra sociedad.
Vivimos en un contexto de asesinatos por encargo y situaciones de injusticia social, una realidad que desafortunadamente parece volverse cotidiana en la vida de este noble pueblo, una vida que Dios no desea para nosotros.
Nuestra Iglesia local, ubicada en uno de los cantones más violentos del Ecuador, ha venido sufriendo dolorosamente esta realidad. En primer lugar, en la carne de los fieles católicos que han sido extorsionados, secuestrados y amenazados por bandas criminales ante la indiferencia o complicidad de las autoridades. En segundo lugar, en el impacto que ha tenido la violencia dentro de las comunidades parroquiales: disminución de la cantidad de fieles en las misas, suspensión de actividades presenciales como catequesis, reuniones de grupos laicales, cumplimiento de un toque de queda que recordaba los duros meses que vivimos cuando la pandemia del COVID-19 y una pérdida de esperanza en el futuro manifestada en la migración masiva de ecuatorianos de todas las partes del país.
En este panorama hemos vivido la Cuaresma
Coinciden en este momento los efectos crecientes que están teniendo las lluvias y el fenómeno del Niño en el Ecuador, sobre todo en nuestro territorio, donde ya se ha sufrido de inundaciones por desbordamiento de ríos, deslaves en vías principales que cortan el acceso a poblaciones enteras, pérdida de cosechas, viviendas y bienes materiales, propagación de enfermedades asociadas a la contaminación de las aguas o proliferación de otros agentes transmisores… y como siempre, son los más pobres quienes quedan a merced de las circunstancias, de las voluntades de los políticos o la politiquería, de las consecuencias del paternalismo o la indiferencia, de la violencia y la corrupción. También son ellos los primeros en extender sus manos a nuestra iglesia esperando el consuelo o el alivio hacia sus necesidades más urgentes.
Y lo segundo que nos invada la tentación de la desesperanza y la falsa piedad de creer que poner las cosas en manos de Dios signifique cruzarse de brazos y adormecer nuestra conciencia… Con el corazón en el cielo y los pies bien puestos en tierra, es el mismo Señor quien nos invita a una auténtica renovación espiritual que nos haga testigos de aquello que amamos y por lo que estamos dispuestos a dar la vida.
Dios quiere recordarnos que este tiempo de reflexión y penitencia también es un llamado al servicio, contemplando el sufrimiento de Cristo en la cruz que nos conecta con el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas.
Los pocos panes y peces que disponemos hemos dispuesto para cubrir las necesidades fundamentales: al conocer la situación de emergencia de uno de los sitios más remotos de nuestra jurisdicción: la Isla Puná, donde solamente se llega atravesando en lancha o canoa el río Guayas en dirección al oeste -y donde la población está desesperada por los estragos de la lluvia y carencias de todo tipo- , pudimos comprar con donativos de nuestros fieles unas 150 canastas de alimentos, con los víveres no perecibles fundamentales: arroz (que no puede faltar en la mesa del ecuatoriano), lentejas, avena, enlatados, aceite… Los dos sacerdotes que viven en la zona acompañados de los agentes de pastoral pudieron llegar, con tan poco, a los sitios más necesitados de ayuda. ¡Por lo menos unos días las familias podrán llevar algo a la mesa en lo que mejora la situación!
Otras comunidades que subsisten de la agricultura y la pesca corren similar suerte: poblados como Tenguel, Cien Camas, Cooperativa San Bernabé, y tantas otras, sufren de inundaciones por el desborde de los ríos o por lluvias tan intensas que sencillamente colapsan los sistemas de drenaje. Con ayuda de los agentes de la Pastoral Social Cáritas y otros laicos, nos empeñamos en adquirir más víveres, colchones, medicinas, tejas de zinc, enseres, y así cualquiera de las cosas que contribuyan a minimizar la calamidad de las familias más pobres.
Invitamos a toda la comunidad internacional a unirse en oración por esta bella tierra que en este año celebra el 150 aniversario de consagración al Sagrado Corazón de Jesús, para que la paz reemplace la violencia, la justicia prevalezca sobre la corrupción y la esperanza florezca en medio de las dificultades. Agradecemos la solidaridad de aquellos que, desde Europa y otras partes del mundo, han mostrado su apoyo a nuestras comunidades en momentos difíciles.
Este tiempo nos recuerda que la verdadera fe se manifiesta en el amor concreto hacia nuestros hermanos. En la cruz de Cristo encontramos la fortaleza para seguir adelante, confiando en que, con la ayuda divina, superaremos estos desafíos y construiremos juntos un futuro lleno de justicia, paz y amor.