

El edificio se ha transformado en una casa de acogida para albergar a los refugiados de la guerra.
El 25 de febrero, Rusia invadió militarmente Ucrania. «Nunca sucederá» pensaban algunos. En estos momentos se mueven por toda Europa central y occidental millones de refugiados, 90% de los cuales son mujeres y niños.
Nosotros, los Carmelitas Descalzos de Praga, hemos pensado juntos cómo ayudar inmediatamente a todas estas personas. El ex monasterio en Hradcany, que hemos recibido de nuestras hermanas carmelitas que se trasladaron a la periferia, lo adaptamos para albergar 54 espacios para dormir.
El 27 de febrero decidimos cancelar todas las actividades que teníamos programados para ofrecer la máxima acogida a los refugiados en colaboración con las organizaciones estatales y no gubernativas. El edificio se encuentra en el corazón mismo de Praga, cerca de la catedral y del palacio presidencial.
El 2 de marzo, miércoles de ceniza, recibimos la primera familia con seis niños. El más joven tenía tres meses. En los siguientes dos días, el número de refugiados aumentó hasta llegar a 30 personas. Necesitábamos ropa, zapatos, material para el aseo personal, cunas para los niños pequeños, biberones. Preparar las comidas para el desayuno, comida y cena.
Algunos refugiados solo tuvieron media hora para hacer la maleta y salir para evitar los bombardeos. Los primeros en llegar venían de Kiev, de Ucrania oriental, de Odessa, también de Lvov. Un gran pasillo lo convertimos en un grande guardarropa, donde al menos se podían encontrar la ropa más importante. La gran ex capilla se convirtió en una sala para que los niños pudiesen jugar. En el subterráneo improvisamos una lavandería.
Para encontrar material más urgente nos bastamos del Facebook: necesitábamos tres lavadoras, cinco cunas, juguetes, y en una hora ya llegó una furgoneta con este material. Desde el comienzo nos emocionó la generosidad de la gente que venían a ofrecerse como voluntarios. No solo nos traían el material que necesitábamos, nos ayudaban, también, con dinero para las necesidades básicas. Nos traían teléfonos móviles y con las tarjetas SIM que disponíamos, los refugiados podían llamar a sus familias en Ucrania.
Nos dimos cuenta que también eran necesarios garantizar la atención médica, tanto para las personas mayores como para los niños. Una pediatra se ofreció para visitar a los niños allí mismo.
Teníamos delante a personas, madres con sus hijos pequeños y grandes que tuvieron que viajar durante largas jornadas durmiendo en estaciones, superando muchas dificultades a través de Hungría o Bulgaria, antes de llegar a Praga. Habían dejado atrás el horror de la guerra, los bombardeos de sus propias casas. Sus maridos y los hijos adultos se quedaron en Ucrania para defender la patria.
Nosotros nos preguntábamos si seríamos capaces de gestionar una situación así inesperada en nuestra casa garantizando la ayuda que necesitaban.
Desde los comienzos de marzo, han encontrado refugio en nuestra casa 80 refugiados, algunos de los cuales solo permanecieron con nosotros solo unos días para continuar su viaje a Alemania u otros países de Occidente.
Algunos de nosotros, en otros tiempos, tuvimos que estudiar el ruso en la escuela. Ahora nos tocaba recuperar algunas palabras que teníamos olvidadas y decíamos que si hubiésemos sabido para qué nos serviría hubiésemos estudiado con más entusiasmo. De un momento a otro, este idioma ha dejado de ser el idioma de nuestros invasores del 1968, para convertirse el idioma de nuestros amigos ucranianos. De hecho, nuestros huéspedes, son de nacionalidad ucraniana pero muchos de lengua rusa. No obstante, tuvimos que recurrir a traductores de lengua ucraniana, para poder entender tantas situaciones organizativas muy complejas. Para acompañar, incluso, situaciones traumáticas, vimos que era necesario la presencia de psicólogos y psicoterapeutas.
Nos resultaba casi imposible afrontar la emergencia: ¡¡¡cuántas cosas nos faltaban!!! Muchas veces, sin embargo, teníamos la impresión de sentir la necesidad de alguna cosa y en poco tiempo sonaba el timbre que nos lo traían y personas capacitadas que se ofrecían en ayudarnos. Experimentamos las cosas imposibles que se convertían en posibles gracias a los pequeños milagros cotidianos de la Providencia.
Con los niños no solo jugábamos, sino que pusimos en marcha un plan escolástico. Se crearon tres grupos por ciclos de edad que eran atendidos por los maestros voluntarios que enseñaban en ¡checo! De esta manera, los niños comenzaron a frecuentar después las escuelas checas. Algunos adultos ya han encontrado trabajo. Otros cuidan y atendienden la casa, la limpian y preparar las comidas. Algunas familias han dejado su sitio a otras que han ido llegando durante estas semanas. Hemos decidido a ofrecer los espacios de nuestra casa hasta finales del mes de julio.
Por el momento, la situación del monasterio se gestiona bastante bien, sobre todo gracias a los voluntarios que trabajan en el lugar, pero también por las ayudas económicas y materiales extraordinarias de nuestros bienhechores de todas partes, siempre en cantidades increíblemente grandes. Agradecemos a todos de corazón.
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El edificio se ha transformado en una casa de acogida para albergar a los refugiados de la guerra.
El 25 de febrero, Rusia invadió militarmente Ucrania. «Nunca sucederá» pensaban algunos. En estos momentos se mueven por toda Europa central y occidental millones de refugiados, 90% de los cuales son mujeres y niños.
Nosotros, los Carmelitas Descalzos de Praga, hemos pensado juntos cómo ayudar inmediatamente a todas estas personas. El ex monasterio en Hradcany, que hemos recibido de nuestras hermanas carmelitas que se trasladaron a la periferia, lo adaptamos para albergar 54 espacios para dormir.
El 27 de febrero decidimos cancelar todas las actividades que teníamos programados para ofrecer la máxima acogida a los refugiados en colaboración con las organizaciones estatales y no gubernativas. El edificio se encuentra en el corazón mismo de Praga, cerca de la catedral y del palacio presidencial.
El 2 de marzo, miércoles de ceniza, recibimos la primera familia con seis niños. El más joven tenía tres meses. En los siguientes dos días, el número de refugiados aumentó hasta llegar a 30 personas. Necesitábamos ropa, zapatos, material para el aseo personal, cunas para los niños pequeños, biberones. Preparar las comidas para el desayuno, comida y cena.
Algunos refugiados solo tuvieron media hora para hacer la maleta y salir para evitar los bombardeos. Los primeros en llegar venían de Kiev, de Ucrania oriental, de Odessa, también de Lvov. Un gran pasillo lo convertimos en un grande guardarropa, donde al menos se podían encontrar la ropa más importante. La gran ex capilla se convirtió en una sala para que los niños pudiesen jugar. En el subterráneo improvisamos una lavandería.
Para encontrar material más urgente nos bastamos del Facebook: necesitábamos tres lavadoras, cinco cunas, juguetes, y en una hora ya llegó una furgoneta con este material. Desde el comienzo nos emocionó la generosidad de la gente que venían a ofrecerse como voluntarios. No solo nos traían el material que necesitábamos, nos ayudaban, también, con dinero para las necesidades básicas. Nos traían teléfonos móviles y con las tarjetas SIM que disponíamos, los refugiados podían llamar a sus familias en Ucrania.
Nos dimos cuenta que también eran necesarios garantizar la atención médica, tanto para las personas mayores como para los niños. Una pediatra se ofreció para visitar a los niños allí mismo.
Teníamos delante a personas, madres con sus hijos pequeños y grandes que tuvieron que viajar durante largas jornadas durmiendo en estaciones, superando muchas dificultades a través de Hungría o Bulgaria, antes de llegar a Praga. Habían dejado atrás el horror de la guerra, los bombardeos de sus propias casas. Sus maridos y los hijos adultos se quedaron en Ucrania para defender la patria.
Nosotros nos preguntábamos si seríamos capaces de gestionar una situación así inesperada en nuestra casa garantizando la ayuda que necesitaban.
Desde los comienzos de marzo, han encontrado refugio en nuestra casa 80 refugiados, algunos de los cuales solo permanecieron con nosotros solo unos días para continuar su viaje a Alemania u otros países de Occidente.
Algunos de nosotros, en otros tiempos, tuvimos que estudiar el ruso en la escuela. Ahora nos tocaba recuperar algunas palabras que teníamos olvidadas y decíamos que si hubiésemos sabido para qué nos serviría hubiésemos estudiado con más entusiasmo. De un momento a otro, este idioma ha dejado de ser el idioma de nuestros invasores del 1968, para convertirse el idioma de nuestros amigos ucranianos. De hecho, nuestros huéspedes, son de nacionalidad ucraniana pero muchos de lengua rusa. No obstante, tuvimos que recurrir a traductores de lengua ucraniana, para poder entender tantas situaciones organizativas muy complejas. Para acompañar, incluso, situaciones traumáticas, vimos que era necesario la presencia de psicólogos y psicoterapeutas.
Nos resultaba casi imposible afrontar la emergencia: ¡¡¡cuántas cosas nos faltaban!!! Muchas veces, sin embargo, teníamos la impresión de sentir la necesidad de alguna cosa y en poco tiempo sonaba el timbre que nos lo traían y personas capacitadas que se ofrecían en ayudarnos. Experimentamos las cosas imposibles que se convertían en posibles gracias a los pequeños milagros cotidianos de la Providencia.
Con los niños no solo jugábamos, sino que pusimos en marcha un plan escolástico. Se crearon tres grupos por ciclos de edad que eran atendidos por los maestros voluntarios que enseñaban en ¡checo! De esta manera, los niños comenzaron a frecuentar después las escuelas checas. Algunos adultos ya han encontrado trabajo. Otros cuidan y atendienden la casa, la limpian y preparar las comidas. Algunas familias han dejado su sitio a otras que han ido llegando durante estas semanas. Hemos decidido a ofrecer los espacios de nuestra casa hasta finales del mes de julio.
Por el momento, la situación del monasterio se gestiona bastante bien, sobre todo gracias a los voluntarios que trabajan en el lugar, pero también por las ayudas económicas y materiales extraordinarias de nuestros bienhechores de todas partes, siempre en cantidades increíblemente grandes. Agradecemos a todos de corazón.