

Entre luces y sombras, más luces que sombras, no han dejado de cantar las «maravillas de Dios» en estas tierras del Ecuador.
Entre las selvas de la Amazonía, junto al canto de las exóticas aves orientales está grabada la impronta de los Carmelitas que nos trajeron el aroma de Teresa y de Juan de la Cruz; nos prodigaron el perfume del Evangelio, que, sin duda, se ha enriquecido al contacto con las vulnerables pero prodigiosas culturas que articulan el tejido social, cultural, y religioso ecuatoriano.
Entre los árboles de la Amazonía echaron la primera semilla del Evangelio con olor a Carmelitas Descalzos; no obstante, también había que regar la semilla entre los pavimentos de las grandes ciudades del Ecuador. Las ciudades demandaban la simiente del Carmelo para así fecundar las entrañas interiores de los que allí moraban.
Jamás desatendieron las silentes voces de Dios que a través de rostros humanos pedían extender el Carisma Teresiano-Sanjuanista a Quito, Guayaquil, y Cuenca: tres ciudades importantes asentadas entre la Costa y los Andes del Ecuador.
Hoy cantamos a Dios nuestro Magníficat; damos gracias a Dios por haberse servido de una serie de mediaciones humanas para contarnos lo que Dios hace cuando toca el corazón de las personas.
De ese toque nos sigue hablando Teresa de Jesús; de ese «toque delicado» nos narra San Juan de la Cruz; ese toque amoroso queremos seguir prolongando entre los distintos hombres y mujeres con quienes compartimos una misma fe, una misma pasión, un mismo Evangelio, un igual compromiso, un mismo Carisma que a borbotones se riega, a modo de semillero en los «palomarcitos de Cristo», donde bajo la presencia tutelar de Cristo, y la inspiración de Santa Teresa, la de Ávila, y de San Juan de la Cruz, el de las Montañas y de las profundidades, seguimos diseminando la semilla del Evangelio y de la Interioridad.
Ahora bien. «La mies es mucha»; no en vano, seguimos orando y trabajando para que lleguen obreros a su mies; para que el Dueño de los campos nos prodigue trabajadores que laboren en su mies. Gracias a Dios la súplica es escuchada por el Señor «que oye el clamor de los pobres», que escucha la súplica orante de los suyos. Durante los últimos años ha vuelto a florecer el campo vocacional. Es para la Iglesia, para el Carmelo Descalzo en el Ecuador una gran esperanza saber que los jóvenes siguen tocando las puertas de nuestra Comunidad con el propósito de arriesgar y entregar sus vidas al Señor al estilo de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
Queremos acogerlos con prontitud y con disponibilidad de corazón; no podría ser de otra manera, cuando a la luz de la Palabra de Dios descubrimos que a través de ellos nos visita Cristo revestido de rostro discreto y juvenil.
Allí moran, allí ensanchan sus corazones a través de una formación integral. Allí decantan el sentido de sus vidas; en aquella casa, la de Formación, degustan el Evangelio, se enamoran de Cristo, redescubren a Santa Teresa y San Juan de la Cruz; allí, en la ciudad de Quito se preparan para servir al Pueblo de Dios, para extender la Buena Nueva del Reino, para contar a los otros lo que ellos mismos han descubierto, a saber: que Dios tiene un Castillo, que Dios mora en un cielo, y éste no fuera, sino en «el más profundo centro», en la espesura del corazón «do mana el agua pura».
Con los jóvenes postulantes queremos extender nuestro más sincero agradecimiento a la «Obra Máxima», y a través de ella a todos los bienhechores, manos generosas de Dios, que extendieron una significativa colaboración para así dar inicio a la reestructuración de la capilla, habitaciones y salones de nuestra Casa de Formación Santa Teresa de Jesús.
Sin duda alguna, redundará en bien del Amado pueblo de Dios. Gracias a ustedes porque nos animan a seguir soñando en una Iglesia comprometida, un Carmelo encarnado, en unos hombres que «dejándolo todo» se deciden por el Señor y su Proyecto, que no es otro, sino el «Reino», y Éste asentado entre los hombres y las mujeres que devenimos construyendo la auténtica humanidad; esto es, «la civilización del amor».
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Entre luces y sombras, más luces que sombras, no han dejado de cantar las «maravillas de Dios» en estas tierras del Ecuador.
Entre las selvas de la Amazonía, junto al canto de las exóticas aves orientales está grabada la impronta de los Carmelitas que nos trajeron el aroma de Teresa y de Juan de la Cruz; nos prodigaron el perfume del Evangelio, que, sin duda, se ha enriquecido al contacto con las vulnerables pero prodigiosas culturas que articulan el tejido social, cultural, y religioso ecuatoriano.
Entre los árboles de la Amazonía echaron la primera semilla del Evangelio con olor a Carmelitas Descalzos; no obstante, también había que regar la semilla entre los pavimentos de las grandes ciudades del Ecuador. Las ciudades demandaban la simiente del Carmelo para así fecundar las entrañas interiores de los que allí moraban.
Jamás desatendieron las silentes voces de Dios que a través de rostros humanos pedían extender el Carisma Teresiano-Sanjuanista a Quito, Guayaquil, y Cuenca: tres ciudades importantes asentadas entre la Costa y los Andes del Ecuador.
Hoy cantamos a Dios nuestro Magníficat; damos gracias a Dios por haberse servido de una serie de mediaciones humanas para contarnos lo que Dios hace cuando toca el corazón de las personas.
De ese toque nos sigue hablando Teresa de Jesús; de ese «toque delicado» nos narra San Juan de la Cruz; ese toque amoroso queremos seguir prolongando entre los distintos hombres y mujeres con quienes compartimos una misma fe, una misma pasión, un mismo Evangelio, un igual compromiso, un mismo Carisma que a borbotones se riega, a modo de semillero en los «palomarcitos de Cristo», donde bajo la presencia tutelar de Cristo, y la inspiración de Santa Teresa, la de Ávila, y de San Juan de la Cruz, el de las Montañas y de las profundidades, seguimos diseminando la semilla del Evangelio y de la Interioridad.
Ahora bien. «La mies es mucha»; no en vano, seguimos orando y trabajando para que lleguen obreros a su mies; para que el Dueño de los campos nos prodigue trabajadores que laboren en su mies. Gracias a Dios la súplica es escuchada por el Señor «que oye el clamor de los pobres», que escucha la súplica orante de los suyos. Durante los últimos años ha vuelto a florecer el campo vocacional. Es para la Iglesia, para el Carmelo Descalzo en el Ecuador una gran esperanza saber que los jóvenes siguen tocando las puertas de nuestra Comunidad con el propósito de arriesgar y entregar sus vidas al Señor al estilo de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
Queremos acogerlos con prontitud y con disponibilidad de corazón; no podría ser de otra manera, cuando a la luz de la Palabra de Dios descubrimos que a través de ellos nos visita Cristo revestido de rostro discreto y juvenil.
Allí moran, allí ensanchan sus corazones a través de una formación integral. Allí decantan el sentido de sus vidas; en aquella casa, la de Formación, degustan el Evangelio, se enamoran de Cristo, redescubren a Santa Teresa y San Juan de la Cruz; allí, en la ciudad de Quito se preparan para servir al Pueblo de Dios, para extender la Buena Nueva del Reino, para contar a los otros lo que ellos mismos han descubierto, a saber: que Dios tiene un Castillo, que Dios mora en un cielo, y éste no fuera, sino en «el más profundo centro», en la espesura del corazón «do mana el agua pura».
Con los jóvenes postulantes queremos extender nuestro más sincero agradecimiento a la «Obra Máxima», y a través de ella a todos los bienhechores, manos generosas de Dios, que extendieron una significativa colaboración para así dar inicio a la reestructuración de la capilla, habitaciones y salones de nuestra Casa de Formación Santa Teresa de Jesús.
Sin duda alguna, redundará en bien del Amado pueblo de Dios. Gracias a ustedes porque nos animan a seguir soñando en una Iglesia comprometida, un Carmelo encarnado, en unos hombres que «dejándolo todo» se deciden por el Señor y su Proyecto, que no es otro, sino el «Reino», y Éste asentado entre los hombres y las mujeres que devenimos construyendo la auténtica humanidad; esto es, «la civilización del amor».