La Obra Máxima
Dignos de ser llorados

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ONG GUALAWI

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Las cinco personas más ricas del mundo ganaron 14 millones a la hora desde 2020 mientras el poder adquisitivo de la mayoría disminuía. Según los expertos, la desigualdad aumenta en el mundo a un ritmo como nunca se había visto antes. Vivimos en una sociedad en forma de pirámide donde las ganancias de unos pocos se concentran en un pico y la gran mayoría de las personas viven en una base que se agranda y deteriora.
Zimbabwe

Una base que ni siquiera aspira a subir posiciones sino a sobrevivir pero que depende del poder y de las decisiones de quienes están en la cúspide. 

El filósofo y sociólogo César Rendueles cree que vivimos una distopía elitista en la que la minoría de la cúspide se ha aliado con las élites políticas desarrollando un programa muy eficaz para no pagar impuestos y mantenerse en el poder, donde «la gente ha ido aceptando la desigualdad con una gran naturalidad en las últimas décadas hasta que ha colonizado nuestras mentes y cuerpos».

Esta individualidad propia del sistema capitalista, de mirar por los intereses de cada uno sin pararnos a pensar demasiado en el bien común es precisamente la que ha utilizado con éxito y siguen utilizando algunos partidos para inculcar el miedo en la gente centrándose en un discurso de odio hacia el pobre (como dice la filósofa Adela Cortina, no se rechaza al extranjero sino al pobre). Una estrategia de apuntar con el dedo al extranjero sin recursos con el argumento de que viene a nuestra sociedad a quitarnos el trabajo, delinquir, robar… Utilizar esta figura aprovechándose de su debilidad sin tener en cuenta que la mayoría libra una lucha por sobrevivir en un sistema que no les acoge con amabilidad. 

Son el blanco fácil para señalarles como principales culpables de la inestabilidad y declive de la sociedad en vez de mencionar a aquellos que miran desde arriba con la sonrisa cómplice que otorga el poder y la posición social de estar en la cumbre porque, en esta estrategia bien implantada, copiada y globalizada entre países, saben que de los segundos podrán sacar provecho, favores políticos y económicos que a la larga les beneficiarán.

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«En los años 50 del siglo XX no era nada extraño que los países occidentales hicieran pagar impuestos cercanos o superiores al 70% a las rentas más altas. Poner esos impuestos es recuperar soberanía, es recuperar la democracia, hacer mejor nuestras democracias. Y eso es lo que entendió la gente en los años 50, la de izquierdas, pero también la de derechas a diario», afirma Rendueles en una entrevista a la cadena Ser.

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La pregunta que debemos hacernos hoy en día, cuando hablamos orgullosos de nuestras democracias es: ¿estamos viviendo realmente en sistemas democráticos si hay una alta concentración de poder en unas pocas personas?

Aunque muchos vieron en la pandemia la oportunidad de hacer las cosas diferentes con cambios que nos llevaran hacia una sociedad más justa, los efectos del fenómeno han sido todo lo contrario: más desigualdad, aumento de la brecha entre ricos y pobres, enfermedades mentales, aislamiento, soledad, suicidios, división…

Cómo revertir la situación para favorecer a la mayoría es pensar en otras fórmulas que existen. Poner en marcha políticas que se centren en el bien común, intervenciones que generen igualdad, recuperar la conciencia colectiva…. La conciencia social debe ser el fruto de un trabajo en conjunto de la familia, la educación, los organismos y los colectivos sociales.

La filósofa Judith Butler defiende un concepto maravilloso de igualdad: «la de merecer ser llorado». Nos hace reflexionar sobre cómo sería un mundo si realmente pensáramos que todas las vidas son igual de valiosas. Ser una persona que merece ser llorada equivale a ser, en este mundo, una vida de la que lamentaríamos su pérdida.

Me vienen a la cabeza las imágenes de todas las embarcaciones hundidas en el Mediterráneo, de todas las vidas olvidadas, de nombres y apellidos que ya sólo recuerdan en sus hogares de origen porque en los de llegada no son ni siquiera un número. 

En una sociedad donde se mide el éxito por lo que uno tiene y no por lo que uno es, resulta vital recordarnos continuamente que todos merecemos ser llorados. Que todos somos dignos de ser amados.

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Zimbabwe

Una base que ni siquiera aspira a subir posiciones sino a sobrevivir pero que depende del poder y de las decisiones de quienes están en la cúspide. 

El filósofo y sociólogo César Rendueles cree que vivimos una distopía elitista en la que la minoría de la cúspide se ha aliado con las élites políticas desarrollando un programa muy eficaz para no pagar impuestos y mantenerse en el poder, donde «la gente ha ido aceptando la desigualdad con una gran naturalidad en las últimas décadas hasta que ha colonizado nuestras mentes y cuerpos».

Esta individualidad propia del sistema capitalista, de mirar por los intereses de cada uno sin pararnos a pensar demasiado en el bien común es precisamente la que ha utilizado con éxito y siguen utilizando algunos partidos para inculcar el miedo en la gente centrándose en un discurso de odio hacia el pobre (como dice la filósofa Adela Cortina, no se rechaza al extranjero sino al pobre). Una estrategia de apuntar con el dedo al extranjero sin recursos con el argumento de que viene a nuestra sociedad a quitarnos el trabajo, delinquir, robar… Utilizar esta figura aprovechándose de su debilidad sin tener en cuenta que la mayoría libra una lucha por sobrevivir en un sistema que no les acoge con amabilidad. 

Son el blanco fácil para señalarles como principales culpables de la inestabilidad y declive de la sociedad en vez de mencionar a aquellos que miran desde arriba con la sonrisa cómplice que otorga el poder y la posición social de estar en la cumbre porque, en esta estrategia bien implantada, copiada y globalizada entre países, saben que de los segundos podrán sacar provecho, favores políticos y económicos que a la larga les beneficiarán.

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«En los años 50 del siglo XX no era nada extraño que los países occidentales hicieran pagar impuestos cercanos o superiores al 70% a las rentas más altas. Poner esos impuestos es recuperar soberanía, es recuperar la democracia, hacer mejor nuestras democracias. Y eso es lo que entendió la gente en los años 50, la de izquierdas, pero también la de derechas a diario», afirma Rendueles en una entrevista a la cadena Ser.

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La pregunta que debemos hacernos hoy en día, cuando hablamos orgullosos de nuestras democracias es: ¿estamos viviendo realmente en sistemas democráticos si hay una alta concentración de poder en unas pocas personas?

Aunque muchos vieron en la pandemia la oportunidad de hacer las cosas diferentes con cambios que nos llevaran hacia una sociedad más justa, los efectos del fenómeno han sido todo lo contrario: más desigualdad, aumento de la brecha entre ricos y pobres, enfermedades mentales, aislamiento, soledad, suicidios, división…

Cómo revertir la situación para favorecer a la mayoría es pensar en otras fórmulas que existen. Poner en marcha políticas que se centren en el bien común, intervenciones que generen igualdad, recuperar la conciencia colectiva…. La conciencia social debe ser el fruto de un trabajo en conjunto de la familia, la educación, los organismos y los colectivos sociales.

La filósofa Judith Butler defiende un concepto maravilloso de igualdad: «la de merecer ser llorado». Nos hace reflexionar sobre cómo sería un mundo si realmente pensáramos que todas las vidas son igual de valiosas. Ser una persona que merece ser llorada equivale a ser, en este mundo, una vida de la que lamentaríamos su pérdida.

Me vienen a la cabeza las imágenes de todas las embarcaciones hundidas en el Mediterráneo, de todas las vidas olvidadas, de nombres y apellidos que ya sólo recuerdan en sus hogares de origen porque en los de llegada no son ni siquiera un número. 

En una sociedad donde se mide el éxito por lo que uno tiene y no por lo que uno es, resulta vital recordarnos continuamente que todos merecemos ser llorados. Que todos somos dignos de ser amados.

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