

Al morir a sus 96 años en la madrugada del 23 de noviembre pasado ha dejado una estela de aprecio y de admiración. La tiene merecido por su bondad de corazón y por la sabiduría que adquirió en la investigación esforzada.
Ha entrado en la historia de su Orden religiosa. Sobrecogidos, pronunciemos su nombre: P. José Vicente Rodríguez de la Eucaristía. Un Carmelita Descalzo moldeado en el estudio de los Santos del Carmelo.
Si abrimos la pantalla de sus prestaciones académicas, encontramos al profesor, al conferenciante, al escritor ameno y divertido. Buscaba, encontraba y sacaba chispa a cuanto decía y a cuanto escribía. Se nos ha ido, pero permanece con la gloria refrendada de ser uno de los mayores especialistas de San Juan de la Cruz de todos los tiempos. Ahí está para demostrarlo «la biografía» del Santo (Edit. San Pablo, Madrid, 2012, 954 pg). Abarcó la doble vertiente de la crítica textual, como editor de sus Obras Completas, y de los análisis exegéticos de la doctrina, de las fuentes, de los valores literarios del inspirado poeta de Fontiveros.
Junto con san Juan de la Cruz cultivó, además, otros campos del panorama carmelitano: Santa Teresa de Jesús, Santa Teresa del Niño Jesús, Santa Isabel de la Trinidad, el beato Bautista Mantuano, … Perfiló en una biografía «la sonrisa interminable» de la Carmelita Descalza Hª María Cristina de Jesús Sacramentado (2004). Describió la vida ejemplar de «un cristiano de a pie», que fue el Carmelita Seglar Víctor Rodríguez Martínez (2015). Se extendió también a temas que sobrepasan el Carmelo. Se atrevió, incluso, con don Miguel de Unamuno, tratándole con cariño y respeto.
Ahí están sus libros –muchos- que lo avalan como especialista de renombre imperecedero. Permanecerá en la historia como un memorable patriarca de la investigación carmelitana. Manejó la pluma con competencia, con horizonte, con minuciosidad documentada.
Como extensión de esa conferencia memorable preparó el libro biográfico «A zaga de su huella misionera» (1952). Dedicó el libro «a la juventud que siente la pasión de las almas y lleva encendido en el pecho y en las pupilas el ideal misionero». A esa juventud dedicaba el P. José Vicente «con afecto sagrado estas páginas». En la elaboración y publicación de estos escritos el P. José Vicente quedó cautivado de por vida por el personaje P. Juan Vicente. Diez años más tarde le consagró otro libro: «Araldo del Vangelo» (1962). Estos escritos del P. José Vicente sobre el P. Juan Vicente han logrado proyectarlo más allá de las fronteras de España y de la India.
Declaró en el proceso canónico de la beatificación y de la canonización del Siervo de Dios, explayándose en largas deposiciones («Positio super virtutibus, Roma, 1990). Patrocinado por «La Obras Máxima», publicó «Los trabajos y los días de un misionero enamorado» (BAC, Madrid, 1995, 291 pp).
Posteriormente, del V. P. Juan Vicente nos propinó una «Antología de sus escritos» (EDE, Madrid, 2001, 388 pp.) con muchas notas aclaratorias. Fue un servicio práctico e innovativo. Ofrece un acceso directo al pensamiento o ideario de los escritos del futuro beato Carmelita, que permanecían inéditos. Antes sólo contábamos con un leve florilegio en «¡Sed de almas!» del P. Santiago de la Anunciación (1950).
En el marco de los congresos presentaba sus ponencias sobre el Venerable Carmelita, rezumadas siempre con sus comparaciones ocurrentes, con divertidas anécdotas de relax. Pero nunca faltaba el análisis profundo, ni la investigación documentada, ni la reflexión actualizada. En el volumen en colaboración de «15 estudios sobre el Padre Juan Vicente Zengotita, CD» (Monte Carmelo, Burgos, 1994, 503 pp.) nuestro escritor salmantino presenta un estudio sobre «El P. Juan Vicente, guía de almas y orientador espiritual» (447-487).
Participó con entusiasmo y alegría en el congreso sobre «Herencia histórica y dinamismo evangelizador» de los Carmelitas Descalzos. Se celebró del 14 al 19 de enero del 2002 en Amorebieta-Larrea. En la sección de «Misioneros de reconocida santidad» él presentó una ponencia sobre «Juan Vicente de Jesús María, misionero integral» (Monte Carmelo, 110 (2002) 397-467). Comenzó con esta juiciosa observación: «Hablar o escribir acerca del P. Juan Vicente es fácil y difícil al mismo tiempo. Es fácil por la cantidad de documentación, propia y ajena, que conservamos de él. Es difícil por la riqueza de su personalidad y por los muchos aspectos que hay que conjugar para acertar a configurarle debidamente».
En sus visitas a las oficinas de «La Obra Máxima» en San Sebastián-Donostia quedaba prendido en la lectura de los escritos del misionero de Bérriz. Y no podía reprimir su exclamación frecuente, tan rebozada de admiración y de bonhomía: «¡Pero qué tío [Juan Vicente]! Fíjate lo que escribe …» Y me acercaba el volumen para que también yo corroborara su apreciación. En más de una ocasión se extendió en el comentario: «Juan Vicente es el mayor Carmelita de la Restauración». Y mis oídos escucharon la afirmación que parece una hipérbole, pero en él era firme convicción: «Es superior al B. Francisco Palau …»
Por su cercanía cordial e intelectual con el P. Juan Vicente, en compañía del P. Gaudencio Fraile, ocd, el P. José Vicente solía participar en los Encuentros Misionales que «La Obra Máxima» organizaba durante los veranos en Ávila para los misioneros y misioneras de institutos carmelitanos de vacaciones en España. Y deleitaba al auditorio con sus charlas, saboreadas de chispeantes anécdotas. Ilustraba también como el guía más indicado los lugares teresianos y sanjuanistas que visitábamos.
El P. José Vicente Rodríguez de la Eucaristía permanecerá en nuestra memoria agradecida. Le recordaremos con admiración. Era de justicia manifestar aquí que su recuerdo queda vinculado con subrayado a la historia de «La Obra máxima» y, sobre todo, a la de su santo fundador.
¿Te ha gustado el artículo? PUEDES COMPARTIRLO
COLABORA CON LOM
Al morir a sus 96 años en la madrugada del 23 de noviembre pasado ha dejado una estela de aprecio y de admiración. La tiene merecido por su bondad de corazón y por la sabiduría que adquirió en la investigación esforzada.
Ha entrado en la historia de su Orden religiosa. Sobrecogidos, pronunciemos su nombre: P. José Vicente Rodríguez de la Eucaristía. Un Carmelita Descalzo moldeado en el estudio de los Santos del Carmelo.
Si abrimos la pantalla de sus prestaciones académicas, encontramos al profesor, al conferenciante, al escritor ameno y divertido. Buscaba, encontraba y sacaba chispa a cuanto decía y a cuanto escribía. Se nos ha ido, pero permanece con la gloria refrendada de ser uno de los mayores especialistas de San Juan de la Cruz de todos los tiempos. Ahí está para demostrarlo «la biografía» del Santo (Edit. San Pablo, Madrid, 2012, 954 pg). Abarcó la doble vertiente de la crítica textual, como editor de sus Obras Completas, y de los análisis exegéticos de la doctrina, de las fuentes, de los valores literarios del inspirado poeta de Fontiveros.
Junto con san Juan de la Cruz cultivó, además, otros campos del panorama carmelitano: Santa Teresa de Jesús, Santa Teresa del Niño Jesús, Santa Isabel de la Trinidad, el beato Bautista Mantuano, … Perfiló en una biografía «la sonrisa interminable» de la Carmelita Descalza Hª María Cristina de Jesús Sacramentado (2004). Describió la vida ejemplar de «un cristiano de a pie», que fue el Carmelita Seglar Víctor Rodríguez Martínez (2015). Se extendió también a temas que sobrepasan el Carmelo. Se atrevió, incluso, con don Miguel de Unamuno, tratándole con cariño y respeto.
Ahí están sus libros –muchos- que lo avalan como especialista de renombre imperecedero. Permanecerá en la historia como un memorable patriarca de la investigación carmelitana. Manejó la pluma con competencia, con horizonte, con minuciosidad documentada.
Como extensión de esa conferencia memorable preparó el libro biográfico «A zaga de su huella misionera» (1952). Dedicó el libro «a la juventud que siente la pasión de las almas y lleva encendido en el pecho y en las pupilas el ideal misionero». A esa juventud dedicaba el P. José Vicente «con afecto sagrado estas páginas». En la elaboración y publicación de estos escritos el P. José Vicente quedó cautivado de por vida por el personaje P. Juan Vicente. Diez años más tarde le consagró otro libro: «Araldo del Vangelo» (1962). Estos escritos del P. José Vicente sobre el P. Juan Vicente han logrado proyectarlo más allá de las fronteras de España y de la India.
Declaró en el proceso canónico de la beatificación y de la canonización del Siervo de Dios, explayándose en largas deposiciones («Positio super virtutibus, Roma, 1990). Patrocinado por «La Obras Máxima», publicó «Los trabajos y los días de un misionero enamorado» (BAC, Madrid, 1995, 291 pp).
Posteriormente, del V. P. Juan Vicente nos propinó una «Antología de sus escritos» (EDE, Madrid, 2001, 388 pp.) con muchas notas aclaratorias. Fue un servicio práctico e innovativo. Ofrece un acceso directo al pensamiento o ideario de los escritos del futuro beato Carmelita, que permanecían inéditos. Antes sólo contábamos con un leve florilegio en «¡Sed de almas!» del P. Santiago de la Anunciación (1950).
En el marco de los congresos presentaba sus ponencias sobre el Venerable Carmelita, rezumadas siempre con sus comparaciones ocurrentes, con divertidas anécdotas de relax. Pero nunca faltaba el análisis profundo, ni la investigación documentada, ni la reflexión actualizada. En el volumen en colaboración de «15 estudios sobre el Padre Juan Vicente Zengotita, CD» (Monte Carmelo, Burgos, 1994, 503 pp.) nuestro escritor salmantino presenta un estudio sobre «El P. Juan Vicente, guía de almas y orientador espiritual» (447-487).
Participó con entusiasmo y alegría en el congreso sobre «Herencia histórica y dinamismo evangelizador» de los Carmelitas Descalzos. Se celebró del 14 al 19 de enero del 2002 en Amorebieta-Larrea. En la sección de «Misioneros de reconocida santidad» él presentó una ponencia sobre «Juan Vicente de Jesús María, misionero integral» (Monte Carmelo, 110 (2002) 397-467). Comenzó con esta juiciosa observación: «Hablar o escribir acerca del P. Juan Vicente es fácil y difícil al mismo tiempo. Es fácil por la cantidad de documentación, propia y ajena, que conservamos de él. Es difícil por la riqueza de su personalidad y por los muchos aspectos que hay que conjugar para acertar a configurarle debidamente».
En sus visitas a las oficinas de «La Obra Máxima» en San Sebastián-Donostia quedaba prendido en la lectura de los escritos del misionero de Bérriz. Y no podía reprimir su exclamación frecuente, tan rebozada de admiración y de bonhomía: «¡Pero qué tío [Juan Vicente]! Fíjate lo que escribe …» Y me acercaba el volumen para que también yo corroborara su apreciación. En más de una ocasión se extendió en el comentario: «Juan Vicente es el mayor Carmelita de la Restauración». Y mis oídos escucharon la afirmación que parece una hipérbole, pero en él era firme convicción: «Es superior al B. Francisco Palau …»
Por su cercanía cordial e intelectual con el P. Juan Vicente, en compañía del P. Gaudencio Fraile, ocd, el P. José Vicente solía participar en los Encuentros Misionales que «La Obra Máxima» organizaba durante los veranos en Ávila para los misioneros y misioneras de institutos carmelitanos de vacaciones en España. Y deleitaba al auditorio con sus charlas, saboreadas de chispeantes anécdotas. Ilustraba también como el guía más indicado los lugares teresianos y sanjuanistas que visitábamos.
El P. José Vicente Rodríguez de la Eucaristía permanecerá en nuestra memoria agradecida. Le recordaremos con admiración. Era de justicia manifestar aquí que su recuerdo queda vinculado con subrayado a la historia de «La Obra máxima» y, sobre todo, a la de su santo fundador.