

Queremos compartir con ustedes unas palabras de esperanza que brotan del corazón orante de un puñado de monjas carmelitas descalzas que viven «junto a la fuente de Elías» en el Monte Carmelo, en el norte de Israel, a unos 50 kilómetros de la frontera con el Líbano.
Aquí hemos sido llamadas a vivir nuestra vocación, nuestra consagración total al Señor.
Significado de una presencia
El primer aspecto fuerte que queremos compartir se refiere a nuestra identidad. Estamos en la tierra de la Palabra, en la tierra de la Revelación. La Palabra que es Jesús, el Señor, se convierte en nuestro alimento cotidiano, una lectio constante a lo largo de la jornada, rumiada en el silencio del encuentro personal con Él. Cada mañana, nos sentimos nuevamente convocadas «de todas las naciones», para cantar las alabanzas del Señor en nombre de todos, así como fue en el primer Cenáculo de los Apóstoles reunidos con María, la madre del Señor. Todas en dirección hacia el altar celebramos la memoria de su Pasión y Resurrección. Ese es el lugar, el espacio cósmico de la ofrenda que va más allá de la iglesia visible, en la patena de cada día ponemos los sufrimientos y las alegrías de nuestra gente, los caídos, los que sufren violencia y los violentos, nadie queda fuera del don eucarístico porque el Señor tiene paciencia con todos y quiere que todos lleguen a encontrarse con él. Convocadas por el Espíritu, la ruaj hakodesh, como pequeño ‹colegio de Cristo›, según la expresión de nuestra santa Madre Teresa, para experimentar el milagro de la unidad que se manifiesta al compartir el Pan y la Palabra.
El hoy
Somos muy conscientes de la situación que vivimos. Sentimos cada día los ruidos de la guerra y el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas que pareciera traspasar el aire que respiramos. Después de lo sucedido al alba del shabat de simha torá, el 7 de octubre, la muerte violenta de tantas personas inocentes, los rehenes y la guerra que se ha desencadenado… Los ataques coincidieron con una fiesta judía. El último día de sukkot (la fiesta de las tiendas) se celebra simha toráh, la alegría de la toráh, es una noche en que se canta y baila entorno a la Torá, ese día se termina de leer en las sinagogas la última parte del Pentateuco, todo el mundo se alegra y baila entorno a la ley. Una danza que se transformó en duelo.
Hay otro hecho que marca esa fecha, para el mundo árabe. Se recordaban los 50 años de la guerra de Yom Kippur – חמת יום כיפור, en 1973. Una guerra que comenzó cuando la coalición árabe liderados por Egipto y Siria lanzó un ataque sorpresa contra Israel, lo hicieron de manera conjunta, por el norte y por el sur. El objetivo era recuperar las posiciones conquistadas por Israel: el Sinaí y los Altos del Golán. Esto fue en Yom Kipur, el día más sagrado del judaísmo. Recordemos que Israel se había anexado esos territorios en la guerra de los Seis Días de 1967.
La realidad en el Medio Oriente es muy compleja, de hecho, expertos analistas han escrito muchas páginas sobre el tema, podríamos decir que hay una mezcla de fanatismo religioso, cuestiones geopolíticas, factores históricos, corrupción, que hacen difícil tener un análisis más objetivo.
Con sencillez y mirada lúcida, sintiendo nuestro entorno, vemos que la crisis actual engloba todo el Oriente Medio, estamos todos interconectados, las distancias geográficas son muy pequeñas. Pensemos que en unas pocas horas se puede recorrer Israel de norte a sur, de Haifa a Eilat.
Nuestras comunidades de carmelitas descalzas están distribuidas en cuatro puntos distintos: Jerusalén, Belén, Nazaret y Haifa.
Geográficamente Belén y Jerusalén están más cerca de Gaza, acompañamos de corazón a nuestras hermanas en esas zonas y estamos todas muy unidas en la oración y el apoyo a nuestra Iglesia local. Nuestros frailes carmelitas descalzos están en Haifa y atienden el santuario Stella Maris y el convento del Muraka, ubicado en la parte más alta del Monte Carmelo, en el lugar del sacrificio de Elías y los profetas de Baal; también la parroquia latina de Haifa y el colegio adyacente que forma a más de mil estudiantes de todas las edades. Ellos con su presencia fraterna confortan y animan la comunidad cristiana a ellos confiada y a los múltiples peregrinos que en tiempos normales visitan la Tierra Santa.
Esperamos que todos salgamos fortalecidos de este conflicto y aprendiendo la lección que la paz se va construyendo cada día en el corazón, en la familia, en las comunidades, en los países.
Un hermoso signo de esperanza
Pertenecer a una comunidad internacional como es la nuestra, 18 monjas de once países distintos, nos ayuda a comprender el país en el que vivimos: Israel, formado por inmigrantes de alrededor de 175 naciones diferentes, Palestina que une a árabes cristianos y musulmanes.
La Iglesia Católica en Tierra Santa, bajo la guía de nuestro pastor, el cardenal Pierbattista Pizzaballa es la única que traspasa las pertenencias étnicas, no se identifica con ninguna raza o lengua. Como ha recordado nuestro Patriarca en una larga entrevista: «Entre las tres religiones abrahámicas somos los únicos que no nos identificamos con un solo grupo étnico. Les pondré un ejemplo: ahora mismo, por ejemplo, hay soldados católicos que, bajo bandera israelí, están en Gaza. Ellos también son parte de mi rebaño. Luego están las comunidades de habla hebrea, los extranjeros y los trabajadores inmigrantes».
También hoy es el Espíritu, siempre obrante, quien nos hace un pueblo que camina juntos, en la pobreza de medios, a la sombra de luchas seculares, pero con la certeza de que Dios está con nosotros. Nos apoyamos mutuamente en el abrazo fraterno de la oración. Es un gran desafío y esto requiere un compromiso diario, sabiendo que así podemos contribuir a este trabajo artesanal de la cultura del encuentro. Estamos convencidas de que esto se construye día tras día, como el bordado de una tela preciosa, hecho de encuentros humildes, de corazones abiertos al respeto y al amor por los demás.
Un pueblo resiliente
Vivimos este tiempo en confianza y paz, apoyadas en la oración y el cariño fraterno, en la cercanía de nuestra gente, nuestros feligreses, nuestros amigos y tantas personas que nos expresan su cercanía. A todos los sentimos como nuestros hijos, que nos han sido dados por Dios, para llevarlos como una madre lleva a su niño a lo largo del camino…
Estamos en medio de un pueblo resiliente, habituado a rehacerse a partir de lo adverso. Nos edifican los testimonios de gran colaboración en todas partes, es muy hermoso ver que la gente está unida, sean árabes o judíos, aquí todo se comparte, hay un gran deseo de ayudar, de compartir lo que se tiene. Hay una inmensa red de voluntarios, de personas que ponen su tiempo a disposición para realizar tareas urgentes.
Nuestro monasterio de carmelitas descalzas está situado sobre el Monte Carmelo, en esta montaña santa que vio nacer a la Orden del Carmen, en la ciudad de Haifa. En una zona residencial junto a judíos, musulmanes y cristianos. Es una ciudad muy hermosa bordeada por el Mediterráneo, una ciudad especialmente tolerante, donde conviven pacíficamente las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el islam y el cristianismo, se comparten los servicios públicos, las universidades, en el respeto y la convivencia. Tenemos personas cercanas de todos los sectores, experimentamos mucho respeto y afecto fraterno que nos hace esperar que la guerra terminará y seguiremos viviendo juntos, las familias se entrelazan formando un solo pueblo, es el anhelo inscrito en los corazones.
Estamos aquí ante el Señor por todos y acogemos a todos en la misericordia del Padre, orando intensamente y manteniendo nuestras puertas abiertas. Nuestras hermanas mayores que ya han pasado al menos seis guerras nos edifican con su manera de vivir el inevitable clima de tensión del país, con mucha sobriedad y casi sin palabras, porque ante el sufrimiento uno se queda en silencio.
Testimonios de convivencia
Hay tantas experiencias hermosas que han surgido en tiempo de guerra, podríamos contar ejemplos concretos, desde las familias árabes que desde el primer momento de la tragedia abrieron sus puertas para acoger familias judías que perdieron todo, a los que organizaron almuerzos para dar alegría y aliviar la tristeza inmensa que iba creciendo a medida que se conocían las informaciones, las mujeres árabes que trabajan horas extras en un gran taller para coser uniformes militares a toda prisa por la gran demanda.
Nosotras en lo concreto, recibimos gestos de solidaridad de todo tipo, desde la asistencia social del Estado a la cercanía de nuestros feligreses y conocidos, en orden a cubrir nuestras necesidades ya que en situación de guerra no hay peregrinos y por lo tanto no vendemos nuestros productos. Al mismo tiempo, por nuestra parte, ante el posible peligro de que la guerra se extienda hacia el norte, hemos puesto a disposición de algunas familias las habitaciones exteriores en las dependencias del monasterio para ayudarles con un lugar seguro.
A nosotras lo que más nos ha impresionado de los muchos ejemplos que hay, es el gesto de un rabino que ha ido para ayudar a los árabes musulmanes en la Cisjordania, que se encuentran en la cosecha de los olivos. Lamentablemente la guerra ha impedido una tarea que se hace cada año en esta fecha y que resultaba ser una fiesta, recoger el fruto de los olivos que se trasformarán en aceite y aceitunas muy preciadas en el comercio. Es el gana-pan de miles de familias árabes.
Él mismo expresa: «Es difícil perder esta temporada de cosecha, pero oramos por la paz y estamos dispuestos a trabajar por ella». El Señor siempre suscita personas que vayan más allá de sus temores y de las fronteras religiosas o culturales. Él pertenece a una organización de rabinos por los derechos humanos, uno de ellos citando el Antiguo Testamento, explica la difícil situación de los palestinos en Cisjordania, evocando el versículo donde Abraham, protesta contra la decisión de Dios de destruir Sodoma para castigar los pecados de sus residentes: «¿De verdad vas a destruir al justo junto con el culpable?» (Gn 16,23).
Hay también muchos gestos humanitarios que quedan en el silencio, por ejemplo, que varios miles de habitantes de Gaza tienen acceso al agua potable gracias a las máquinas Watergen israelíes que todavía funcionan en el sur de la Franja de Gaza. Las máquinas de tecnología Watergen, utilizan una serie de filtros para purificar el aire. Una vez aspirado el aire y enfriado para extraer la humedad, el agua que se forma se trata y se transforma en agua potable. O el personal médico-militar israelí que presta servicios en el hospital más grande de Gaza.
El domingo, después de la misa, una de nuestras feligresas, María, de siete años ha dicho con rostro radiante y mucha seguridad: «¡La guerra acabará para navidad!». ¡Que el Señor escuche su oración!
¿Qué hacer para que los cristianos no se vayan?
Construir la paz, si no hay motivos serios, nadie quiere dejar su casa y sus familias, todo lo que han construido a lo largo de los años. ¡Trabajemos por cuidar este frágil soplo de vida y la casa se llenará! Sabiendo que el Reino -como dice el Señor- ya está en medio de vosotros, reconstruyendo la consciencia de que esta tierra es privilegiada, llevando en el corazón la certeza de que Dios nunca nos abandona y que ciertamente tiene planes de paz para su tierra amada, que el mismo Padre eterno escogió para que su Hijo se hiciera uno de nosotros.
Nos sobrecogen las palabras del Santo Padre el domingo después del Ángelus:
«Que cesen las armas, que nunca traerán la paz, y que no se amplíe el conflicto. Basta. Basta, hermanos, ¡basta! En Gaza, que se socorra inmediatamente a los heridos, que se proteja a los civiles, que llegue mucha más ayuda humanitaria a esa población exhausta. Liberad a los rehenes, entre los que hay muchos ancianos y niños. Todo ser humano, ya sea cristiano, judío, musulmán, de cualquier pueblo o religión, todo ser humano es sagrado, es precioso a los ojos de Dios y tiene derecho a vivir en paz. No perdamos la esperanza: recemos y trabajemos incansablemente para que el sentido de humanidad prevalezca sobre la dureza de los corazones».
Pero queremos ir más allá: La empatía
Y la pregunta que siempre nos habita: ¿Dónde encontrar una clave de comprensión que nos permita seguir esperando? La invitación de nuestro Patriarca, el cardenal Pizzaballa que ha dicho desde el inicio de la crisis, nuestra referencia es Cristo el Señor y su Palabra, el cristiano no tiene otra palabra que la que sale de la boca del Señor y de su Iglesia porque no caminamos solos. El libro del Apocalipsis nos dice que la historia tiene una orientación y un fin, la posición donde es llevado el vidente es «entre» cielo y tierra, y «recibe» una revelación que viene de arriba, donde Jesucristo es el rey, sacerdote y Señor, principio y el fin, y él posee las llaves de la muerte y de los avernos. Así empieza el libro y así termina. La historia pertenece al poderío de Cristo, único Mesías y Señor.
Creemos que el tiempo litúrgico en que entramos, el adviento, el tiempo más hermoso del año, nos dispone a renovar nuestra esperanza porque hace memoria de la irrupción de lo divino en la historia humana a través de una joven nacida aquí en nuestra tierra, la Stma. Virgen María que con su colaboración hizo posible el don de Dios a la humanidad. Queremos vivir nuevamente el misterio de la navidad, el misterio de la encarnación desde el interior.
Sin este acto humano, al alcance de todos, no hay amor verdadero, desinteresado como el que el Señor tiene por nosotros. Es desde el corazón donde nacen gestos concretos de solidaridad, de bondad, de colaboración, de compartir lo que se tiene, ahí es navidad, ahí nace nuevamente el príncipe de la paz.
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Queremos compartir con ustedes unas palabras de esperanza que brotan del corazón orante de un puñado de monjas carmelitas descalzas que viven «junto a la fuente de Elías» en el Monte Carmelo, en el norte de Israel, a unos 50 kilómetros de la frontera con el Líbano.
Aquí hemos sido llamadas a vivir nuestra vocación, nuestra consagración total al Señor.
Significado de una presencia
El primer aspecto fuerte que queremos compartir se refiere a nuestra identidad. Estamos en la tierra de la Palabra, en la tierra de la Revelación. La Palabra que es Jesús, el Señor, se convierte en nuestro alimento cotidiano, una lectio constante a lo largo de la jornada, rumiada en el silencio del encuentro personal con Él. Cada mañana, nos sentimos nuevamente convocadas «de todas las naciones», para cantar las alabanzas del Señor en nombre de todos, así como fue en el primer Cenáculo de los Apóstoles reunidos con María, la madre del Señor. Todas en dirección hacia el altar celebramos la memoria de su Pasión y Resurrección. Ese es el lugar, el espacio cósmico de la ofrenda que va más allá de la iglesia visible, en la patena de cada día ponemos los sufrimientos y las alegrías de nuestra gente, los caídos, los que sufren violencia y los violentos, nadie queda fuera del don eucarístico porque el Señor tiene paciencia con todos y quiere que todos lleguen a encontrarse con él. Convocadas por el Espíritu, la ruaj hakodesh, como pequeño ‹colegio de Cristo›, según la expresión de nuestra santa Madre Teresa, para experimentar el milagro de la unidad que se manifiesta al compartir el Pan y la Palabra.
El hoy
Somos muy conscientes de la situación que vivimos. Sentimos cada día los ruidos de la guerra y el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas que pareciera traspasar el aire que respiramos. Después de lo sucedido al alba del shabat de simha torá, el 7 de octubre, la muerte violenta de tantas personas inocentes, los rehenes y la guerra que se ha desencadenado… Los ataques coincidieron con una fiesta judía. El último día de sukkot (la fiesta de las tiendas) se celebra simha toráh, la alegría de la toráh, es una noche en que se canta y baila entorno a la Torá, ese día se termina de leer en las sinagogas la última parte del Pentateuco, todo el mundo se alegra y baila entorno a la ley. Una danza que se transformó en duelo.
Hay otro hecho que marca esa fecha, para el mundo árabe. Se recordaban los 50 años de la guerra de Yom Kippur – חמת יום כיפור, en 1973. Una guerra que comenzó cuando la coalición árabe liderados por Egipto y Siria lanzó un ataque sorpresa contra Israel, lo hicieron de manera conjunta, por el norte y por el sur. El objetivo era recuperar las posiciones conquistadas por Israel: el Sinaí y los Altos del Golán. Esto fue en Yom Kipur, el día más sagrado del judaísmo. Recordemos que Israel se había anexado esos territorios en la guerra de los Seis Días de 1967.
La realidad en el Medio Oriente es muy compleja, de hecho, expertos analistas han escrito muchas páginas sobre el tema, podríamos decir que hay una mezcla de fanatismo religioso, cuestiones geopolíticas, factores históricos, corrupción, que hacen difícil tener un análisis más objetivo.
Con sencillez y mirada lúcida, sintiendo nuestro entorno, vemos que la crisis actual engloba todo el Oriente Medio, estamos todos interconectados, las distancias geográficas son muy pequeñas. Pensemos que en unas pocas horas se puede recorrer Israel de norte a sur, de Haifa a Eilat.
Nuestras comunidades de carmelitas descalzas están distribuidas en cuatro puntos distintos: Jerusalén, Belén, Nazaret y Haifa.
Geográficamente Belén y Jerusalén están más cerca de Gaza, acompañamos de corazón a nuestras hermanas en esas zonas y estamos todas muy unidas en la oración y el apoyo a nuestra Iglesia local. Nuestros frailes carmelitas descalzos están en Haifa y atienden el santuario Stella Maris y el convento del Muraka, ubicado en la parte más alta del Monte Carmelo, en el lugar del sacrificio de Elías y los profetas de Baal; también la parroquia latina de Haifa y el colegio adyacente que forma a más de mil estudiantes de todas las edades. Ellos con su presencia fraterna confortan y animan la comunidad cristiana a ellos confiada y a los múltiples peregrinos que en tiempos normales visitan la Tierra Santa.
Esperamos que todos salgamos fortalecidos de este conflicto y aprendiendo la lección que la paz se va construyendo cada día en el corazón, en la familia, en las comunidades, en los países.
Un hermoso signo de esperanza
Pertenecer a una comunidad internacional como es la nuestra, 18 monjas de once países distintos, nos ayuda a comprender el país en el que vivimos: Israel, formado por inmigrantes de alrededor de 175 naciones diferentes, Palestina que une a árabes cristianos y musulmanes.
La Iglesia Católica en Tierra Santa, bajo la guía de nuestro pastor, el cardenal Pierbattista Pizzaballa es la única que traspasa las pertenencias étnicas, no se identifica con ninguna raza o lengua. Como ha recordado nuestro Patriarca en una larga entrevista: «Entre las tres religiones abrahámicas somos los únicos que no nos identificamos con un solo grupo étnico. Les pondré un ejemplo: ahora mismo, por ejemplo, hay soldados católicos que, bajo bandera israelí, están en Gaza. Ellos también son parte de mi rebaño. Luego están las comunidades de habla hebrea, los extranjeros y los trabajadores inmigrantes».
También hoy es el Espíritu, siempre obrante, quien nos hace un pueblo que camina juntos, en la pobreza de medios, a la sombra de luchas seculares, pero con la certeza de que Dios está con nosotros. Nos apoyamos mutuamente en el abrazo fraterno de la oración. Es un gran desafío y esto requiere un compromiso diario, sabiendo que así podemos contribuir a este trabajo artesanal de la cultura del encuentro. Estamos convencidas de que esto se construye día tras día, como el bordado de una tela preciosa, hecho de encuentros humildes, de corazones abiertos al respeto y al amor por los demás.
Un pueblo resiliente
Vivimos este tiempo en confianza y paz, apoyadas en la oración y el cariño fraterno, en la cercanía de nuestra gente, nuestros feligreses, nuestros amigos y tantas personas que nos expresan su cercanía. A todos los sentimos como nuestros hijos, que nos han sido dados por Dios, para llevarlos como una madre lleva a su niño a lo largo del camino…
Estamos en medio de un pueblo resiliente, habituado a rehacerse a partir de lo adverso. Nos edifican los testimonios de gran colaboración en todas partes, es muy hermoso ver que la gente está unida, sean árabes o judíos, aquí todo se comparte, hay un gran deseo de ayudar, de compartir lo que se tiene. Hay una inmensa red de voluntarios, de personas que ponen su tiempo a disposición para realizar tareas urgentes.
Nuestro monasterio de carmelitas descalzas está situado sobre el Monte Carmelo, en esta montaña santa que vio nacer a la Orden del Carmen, en la ciudad de Haifa. En una zona residencial junto a judíos, musulmanes y cristianos. Es una ciudad muy hermosa bordeada por el Mediterráneo, una ciudad especialmente tolerante, donde conviven pacíficamente las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el islam y el cristianismo, se comparten los servicios públicos, las universidades, en el respeto y la convivencia. Tenemos personas cercanas de todos los sectores, experimentamos mucho respeto y afecto fraterno que nos hace esperar que la guerra terminará y seguiremos viviendo juntos, las familias se entrelazan formando un solo pueblo, es el anhelo inscrito en los corazones.
Estamos aquí ante el Señor por todos y acogemos a todos en la misericordia del Padre, orando intensamente y manteniendo nuestras puertas abiertas. Nuestras hermanas mayores que ya han pasado al menos seis guerras nos edifican con su manera de vivir el inevitable clima de tensión del país, con mucha sobriedad y casi sin palabras, porque ante el sufrimiento uno se queda en silencio.
Testimonios de convivencia
Hay tantas experiencias hermosas que han surgido en tiempo de guerra, podríamos contar ejemplos concretos, desde las familias árabes que desde el primer momento de la tragedia abrieron sus puertas para acoger familias judías que perdieron todo, a los que organizaron almuerzos para dar alegría y aliviar la tristeza inmensa que iba creciendo a medida que se conocían las informaciones, las mujeres árabes que trabajan horas extras en un gran taller para coser uniformes militares a toda prisa por la gran demanda.
Nosotras en lo concreto, recibimos gestos de solidaridad de todo tipo, desde la asistencia social del Estado a la cercanía de nuestros feligreses y conocidos, en orden a cubrir nuestras necesidades ya que en situación de guerra no hay peregrinos y por lo tanto no vendemos nuestros productos. Al mismo tiempo, por nuestra parte, ante el posible peligro de que la guerra se extienda hacia el norte, hemos puesto a disposición de algunas familias las habitaciones exteriores en las dependencias del monasterio para ayudarles con un lugar seguro.
A nosotras lo que más nos ha impresionado de los muchos ejemplos que hay, es el gesto de un rabino que ha ido para ayudar a los árabes musulmanes en la Cisjordania, que se encuentran en la cosecha de los olivos. Lamentablemente la guerra ha impedido una tarea que se hace cada año en esta fecha y que resultaba ser una fiesta, recoger el fruto de los olivos que se trasformarán en aceite y aceitunas muy preciadas en el comercio. Es el gana-pan de miles de familias árabes.
Él mismo expresa: «Es difícil perder esta temporada de cosecha, pero oramos por la paz y estamos dispuestos a trabajar por ella». El Señor siempre suscita personas que vayan más allá de sus temores y de las fronteras religiosas o culturales. Él pertenece a una organización de rabinos por los derechos humanos, uno de ellos citando el Antiguo Testamento, explica la difícil situación de los palestinos en Cisjordania, evocando el versículo donde Abraham, protesta contra la decisión de Dios de destruir Sodoma para castigar los pecados de sus residentes: «¿De verdad vas a destruir al justo junto con el culpable?» (Gn 16,23).
Hay también muchos gestos humanitarios que quedan en el silencio, por ejemplo, que varios miles de habitantes de Gaza tienen acceso al agua potable gracias a las máquinas Watergen israelíes que todavía funcionan en el sur de la Franja de Gaza. Las máquinas de tecnología Watergen, utilizan una serie de filtros para purificar el aire. Una vez aspirado el aire y enfriado para extraer la humedad, el agua que se forma se trata y se transforma en agua potable. O el personal médico-militar israelí que presta servicios en el hospital más grande de Gaza.
El domingo, después de la misa, una de nuestras feligresas, María, de siete años ha dicho con rostro radiante y mucha seguridad: «¡La guerra acabará para navidad!». ¡Que el Señor escuche su oración!
¿Qué hacer para que los cristianos no se vayan?
Construir la paz, si no hay motivos serios, nadie quiere dejar su casa y sus familias, todo lo que han construido a lo largo de los años. ¡Trabajemos por cuidar este frágil soplo de vida y la casa se llenará! Sabiendo que el Reino -como dice el Señor- ya está en medio de vosotros, reconstruyendo la consciencia de que esta tierra es privilegiada, llevando en el corazón la certeza de que Dios nunca nos abandona y que ciertamente tiene planes de paz para su tierra amada, que el mismo Padre eterno escogió para que su Hijo se hiciera uno de nosotros.
Nos sobrecogen las palabras del Santo Padre el domingo después del Ángelus:
«Que cesen las armas, que nunca traerán la paz, y que no se amplíe el conflicto. Basta. Basta, hermanos, ¡basta! En Gaza, que se socorra inmediatamente a los heridos, que se proteja a los civiles, que llegue mucha más ayuda humanitaria a esa población exhausta. Liberad a los rehenes, entre los que hay muchos ancianos y niños. Todo ser humano, ya sea cristiano, judío, musulmán, de cualquier pueblo o religión, todo ser humano es sagrado, es precioso a los ojos de Dios y tiene derecho a vivir en paz. No perdamos la esperanza: recemos y trabajemos incansablemente para que el sentido de humanidad prevalezca sobre la dureza de los corazones».
Pero queremos ir más allá: La empatía
Y la pregunta que siempre nos habita: ¿Dónde encontrar una clave de comprensión que nos permita seguir esperando? La invitación de nuestro Patriarca, el cardenal Pizzaballa que ha dicho desde el inicio de la crisis, nuestra referencia es Cristo el Señor y su Palabra, el cristiano no tiene otra palabra que la que sale de la boca del Señor y de su Iglesia porque no caminamos solos. El libro del Apocalipsis nos dice que la historia tiene una orientación y un fin, la posición donde es llevado el vidente es «entre» cielo y tierra, y «recibe» una revelación que viene de arriba, donde Jesucristo es el rey, sacerdote y Señor, principio y el fin, y él posee las llaves de la muerte y de los avernos. Así empieza el libro y así termina. La historia pertenece al poderío de Cristo, único Mesías y Señor.
Creemos que el tiempo litúrgico en que entramos, el adviento, el tiempo más hermoso del año, nos dispone a renovar nuestra esperanza porque hace memoria de la irrupción de lo divino en la historia humana a través de una joven nacida aquí en nuestra tierra, la Stma. Virgen María que con su colaboración hizo posible el don de Dios a la humanidad. Queremos vivir nuevamente el misterio de la navidad, el misterio de la encarnación desde el interior.
Sin este acto humano, al alcance de todos, no hay amor verdadero, desinteresado como el que el Señor tiene por nosotros. Es desde el corazón donde nacen gestos concretos de solidaridad, de bondad, de colaboración, de compartir lo que se tiene, ahí es navidad, ahí nace nuevamente el príncipe de la paz.