

Para contar la historia de María, tenemos que retroceder unos años, al momento en el que una jovencísima pareja, llena de temores, estaba dispuesta a abortar al bebé que esperaban.
Pero ese bebé tenía el apoyo de una super-familia. Una familia cuyos miembros estaban de misión en Viena y que, al conocer la situación de estos jóvenes, se pusieron en contacto con ellos, les invitaron a pasar una semana en su casa, y, a fuerza de cariño, les despejaron cualquier duda: «No es un error, es una bendición», «Sí a la vida». «Nos transmitieron justo las palabras que nos hacían falta», decían nuestros protagonistas. Allí, al lado de esa familia, empezaron a comprender lo que era una familia en misión.
«El motor que nos encendió»
«Volvimos a casa, nos casamos, y estábamos muy agradecidos. El Señor nos había dado el ciento por uno por nuestros pecados, nos había dado gratuitamente todo: una boda preciosa, un piso, un trabajo… Ese agradecimiento fue el motor que nos encendió las ganas de darnos más. Con la ayuda de los catequistas, intentamos discernir si era el momento, si era oportuno ser familia en misión. Después de rezarlo, de hablarlo y de ponderarlo, estábamos seguros de que era nuestro momento. Nos fuimos a una convivencia de una semana en Italia. Al final de la convivencia se hace un sorteo en el que se pide al Espíritu Santo que sea la mano inocente. Se sortean los lugares donde los obispos han pedido familias en misión entre las familias que están dispuestas». Les tocó Odessa, en Ucrania.
Suenan tambores de guerra
En Ucrania había más familias en misión. Entre ellas, una familia de Castellón, que les facilitó mucho la adaptación. Tres años y medio después de ese diciembre de 2018 en que viajaron a Ucrania, se empezaron a plantear la vuelta de manera abrupta. Con mucha indecisión por la pena de dejar vacía la misión. Pero empezaban a sonar tambores de guerra. Las dudas de si volver o esperar se fueron disipando cuando, la semana pasada, ya empezaron a notar otro ritmo en la tensión. El ejército ruso entró en el Donbass, supuestamente para apoyar, para proteger a los rusos de los ucranianos. Pero sabían que era una provocación, que era sobrepasar una de las líneas rojas.
Sin tiempo para despedidas
«Queríamos habernos ido el viernes, despedirnos de la gente y cerrar toda esta etapa con calma. Pero el miércoles se aprobó la ley marcial y autorizaron las armas en la calle. Eso fue el gran detonante para acelerar la partida». Así que decidieron irse el jueves por la mañana. Con ayuda de unos amigos, cargaron la furgoneta y llenaron el depósito de gasolina. Pero la noche les sorprendió con los primeros bombardeos:
Afortunadamente, durante el tiempo que llevó superar los tres kilómetros de cola que había para pasar la frontera (en hora y media habían avanzado un metro), los niños estuvieron completamente dormidos y, cuando se despertaron, ya habían llegado a Hungría.
En esa cola pudieron practicar la frase de Diego Blanco: «Reza, espera, y no te preocupes».
¿Volver cuando todo esto termine? La verdad es que, hoy por hoy, no sabrían qué decir. Pensaban decidir si seguir en misión o no durante este verano. Una guerra aceleró los tiempos… Las puertas no están cerradas, pero ahora tienen claro que su misión es la del día a día aquí, en Valencia. Bienvenidos… a casa. Why not?
La revuelta de las madres en Rusia y la resistencia del pueblo ucraniano
A Ucrania han sido enviados a combatir también soldados rusos muy jóvenes sin ser informados de esta misión de guerra. Sus madres protestan enérgicamente porque no tienen noticias de sus hijos. Mientras tanto, el pueblo ucraniano intenta resistir al invasor: una lucha desigual para defender su libertad.
Hay madres valientes en Rusia que no tienen miedo de protestar porque sus hijos fueron enviados a invadir Ucrania sin siquiera saberlo. Algunos son reclutas que acaban de cumplir la mayoría de edad, jóvenes soldados que no quieren luchar en una guerra ajena.
Hay madres que pueden estar de acuerdo con las razones de la guerra, porque hay mucha propaganda y desinformación, pero si tienes un hijo que ha sido engañado, utilizado y enviado al frente para matar y morir en lugar de vivir y dejar vivir, entonces la rebelión se hace más fuerte que cualquier miedo. No importa que ahora haya una ley que condene hasta 15 años de prisión si alguien habla de invasión. Si las madres se rebelan, un régimen tiene que preocuparse.
Las guerras son contra los niños
Hay madres rusas que han salido a la calle a manifestarse y han sido golpeadas y detenidas. Para las madres, un hijo lo es todo. Quieren saber dónde están sus hijos, enviados al frente como carne de cañón, y de los que no tienen noticias porque las autoridades no tienen interés en darlas.
Hay madres que tienen esperanza, porque su hijo capturado por los ucranianos ha podido llamar, llorando. Todavía está vivo. Hay otros jóvenes soldados que desertan y huyen. No entienden por qué deben morir por esta guerra.
Basta con ver la cantidad de ancianos, mujeres y civiles ucranianos desarmados que salen a las calles ocupadas por los tanques enviados desde Moscú, gritando que salgan. Se trata de hechos de una evidencia obvia frente a los cuales las historias que ofrecen una narrativa contraria aparecen en toda su falsedad. He aquí un pueblo, el ucraniano, que quiere ser libre para decidir su propio futuro y resistirá hasta el final.
Por eso el ejército ruso dispara a los civiles y los mata de hambre, arrasa con todo, golpea casas, hospitales, escuelas, iglesias: porque Moscú sabe que puede ganar la batalla pero no la guerra contra un pueblo que quiere la libertad.
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Para contar la historia de María, tenemos que retroceder unos años, al momento en el que una jovencísima pareja, llena de temores, estaba dispuesta a abortar al bebé que esperaban.
Pero ese bebé tenía el apoyo de una super-familia. Una familia cuyos miembros estaban de misión en Viena y que, al conocer la situación de estos jóvenes, se pusieron en contacto con ellos, les invitaron a pasar una semana en su casa, y, a fuerza de cariño, les despejaron cualquier duda: «No es un error, es una bendición», «Sí a la vida». «Nos transmitieron justo las palabras que nos hacían falta», decían nuestros protagonistas. Allí, al lado de esa familia, empezaron a comprender lo que era una familia en misión.
«El motor que nos encendió»
«Volvimos a casa, nos casamos, y estábamos muy agradecidos. El Señor nos había dado el ciento por uno por nuestros pecados, nos había dado gratuitamente todo: una boda preciosa, un piso, un trabajo… Ese agradecimiento fue el motor que nos encendió las ganas de darnos más. Con la ayuda de los catequistas, intentamos discernir si era el momento, si era oportuno ser familia en misión. Después de rezarlo, de hablarlo y de ponderarlo, estábamos seguros de que era nuestro momento. Nos fuimos a una convivencia de una semana en Italia. Al final de la convivencia se hace un sorteo en el que se pide al Espíritu Santo que sea la mano inocente. Se sortean los lugares donde los obispos han pedido familias en misión entre las familias que están dispuestas». Les tocó Odessa, en Ucrania.
Suenan tambores de guerra
En Ucrania había más familias en misión. Entre ellas, una familia de Castellón, que les facilitó mucho la adaptación. Tres años y medio después de ese diciembre de 2018 en que viajaron a Ucrania, se empezaron a plantear la vuelta de manera abrupta. Con mucha indecisión por la pena de dejar vacía la misión. Pero empezaban a sonar tambores de guerra. Las dudas de si volver o esperar se fueron disipando cuando, la semana pasada, ya empezaron a notar otro ritmo en la tensión. El ejército ruso entró en el Donbass, supuestamente para apoyar, para proteger a los rusos de los ucranianos. Pero sabían que era una provocación, que era sobrepasar una de las líneas rojas.
Sin tiempo para despedidas
«Queríamos habernos ido el viernes, despedirnos de la gente y cerrar toda esta etapa con calma. Pero el miércoles se aprobó la ley marcial y autorizaron las armas en la calle. Eso fue el gran detonante para acelerar la partida». Así que decidieron irse el jueves por la mañana. Con ayuda de unos amigos, cargaron la furgoneta y llenaron el depósito de gasolina. Pero la noche les sorprendió con los primeros bombardeos:
Afortunadamente, durante el tiempo que llevó superar los tres kilómetros de cola que había para pasar la frontera (en hora y media habían avanzado un metro), los niños estuvieron completamente dormidos y, cuando se despertaron, ya habían llegado a Hungría.
En esa cola pudieron practicar la frase de Diego Blanco: «Reza, espera, y no te preocupes».
¿Volver cuando todo esto termine? La verdad es que, hoy por hoy, no sabrían qué decir. Pensaban decidir si seguir en misión o no durante este verano. Una guerra aceleró los tiempos… Las puertas no están cerradas, pero ahora tienen claro que su misión es la del día a día aquí, en Valencia. Bienvenidos… a casa. Why not?
La revuelta de las madres en Rusia y la resistencia del pueblo ucraniano
A Ucrania han sido enviados a combatir también soldados rusos muy jóvenes sin ser informados de esta misión de guerra. Sus madres protestan enérgicamente porque no tienen noticias de sus hijos. Mientras tanto, el pueblo ucraniano intenta resistir al invasor: una lucha desigual para defender su libertad.
Hay madres valientes en Rusia que no tienen miedo de protestar porque sus hijos fueron enviados a invadir Ucrania sin siquiera saberlo. Algunos son reclutas que acaban de cumplir la mayoría de edad, jóvenes soldados que no quieren luchar en una guerra ajena.
Hay madres que pueden estar de acuerdo con las razones de la guerra, porque hay mucha propaganda y desinformación, pero si tienes un hijo que ha sido engañado, utilizado y enviado al frente para matar y morir en lugar de vivir y dejar vivir, entonces la rebelión se hace más fuerte que cualquier miedo. No importa que ahora haya una ley que condene hasta 15 años de prisión si alguien habla de invasión. Si las madres se rebelan, un régimen tiene que preocuparse.
Las guerras son contra los niños
Hay madres rusas que han salido a la calle a manifestarse y han sido golpeadas y detenidas. Para las madres, un hijo lo es todo. Quieren saber dónde están sus hijos, enviados al frente como carne de cañón, y de los que no tienen noticias porque las autoridades no tienen interés en darlas.
Hay madres que tienen esperanza, porque su hijo capturado por los ucranianos ha podido llamar, llorando. Todavía está vivo. Hay otros jóvenes soldados que desertan y huyen. No entienden por qué deben morir por esta guerra.
Basta con ver la cantidad de ancianos, mujeres y civiles ucranianos desarmados que salen a las calles ocupadas por los tanques enviados desde Moscú, gritando que salgan. Se trata de hechos de una evidencia obvia frente a los cuales las historias que ofrecen una narrativa contraria aparecen en toda su falsedad. He aquí un pueblo, el ucraniano, que quiere ser libre para decidir su propio futuro y resistirá hasta el final.
Por eso el ejército ruso dispara a los civiles y los mata de hambre, arrasa con todo, golpea casas, hospitales, escuelas, iglesias: porque Moscú sabe que puede ganar la batalla pero no la guerra contra un pueblo que quiere la libertad.