La Obra Máxima
Barquisimeto

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Venezuela

Por alguna razón que nace, sin lugar a dudas, del actuar oportuno y certero del Espíritu Santo, Fray Jon me pide que le dedique unas líneas sobre la situación de la Desnutrición de los Niños en Venezuela justo en el momento de mayor colapso del sistema público de salud en mi amado y vapuleado país.
Zimbabwe

Los médicos y, en general, todos quienes laboramos a diario en los centros de atención enfrentamos un dilema moral y profesional; por un lado la frustración de tener los conocimientos y la disposición de brindar la mejor atención a nuestros niños sin contar con los recursos y las herramientas necesarias, y por el otro el anhelo de querer ayudar a los más vulnerables bajo las condiciones más desfavorables (tanto de bioseguridad así como de remuneración pues el salario de un médico en Venezuela es de 10 dólares al mes). 

En mi hospital, con requerimiento actual de ocho pediatras, solo quedamos dos y, justo cuando el correo electrónico de Fray Jon me llegó, estaba enarbolando las palabras para redactar mi carta de renuncia. Cosas de Dios que me hace, en un instante de mi existencia, recordar lo mucho que amo mi trabajo y lo necesario que soy en este instante de tormentas. Como diría Santa Teresa de los Andes “Soy la persona más feliz con mi vocación, y no me canso de darle gracias a Dios por haberme traído a este rinconcito de cielo”, porque, después de todo, allí en los hospitales rodeado de mis niños, es justo como me siento.

Hablar de un tema tan delicado, repleto de tantas vertientes es, para los políticos un problema, para los estadistas una calamidad, para las ONGs una tristeza y para un país la desnutrición se transforma en una profunda herida que compromete su futuro. No pretendo abrumar a los lectores con cifras que, por más grotescas que puedan ser, no alcanzan a reflejar el verdadero rostro de la infancia venezolana azotada por una cruenta realidad instaurada mucho antes de la pandemia la cual vino a acrecentar las brechas entre pobres y ricos.

La Iglesia Católica que, a lo largo de la historia, ha sido la luz de Cristo que vence las tinieblas, juega un papel fundamental no solo en la recopilación de datos pondoestaturales de los niños sino también en los proyectos de seguimiento y recuperación nutricional. 

Cáritas Venezuela, a través del Sistema de Monitoreo, Alerta y Atención en Nutrición y Salud (SAMAN), ha llevado adelante, pese a las limitaciones, trabas, persecuciones e incluso amenazas por parte del régimen nacional diferentes centros multidisciplinarios con la participación activa de voluntarios en las zonas más vulnerables del territorio venezolano logrando no solo detectar diversos grados de desnutrición infantil sino también brindar atención para minimizar los efectos sobre el neurodesarrollo y las capacidades futuras de los más pequeños. 

Desde el punto de vista científico es ampliamente conocido que la dieta de los primeros 1000 días (Desde la concepción, la gestación y hasta los dos años de edad) es fundamental para garantizar el alcance óptimo de todas las capacidades en la vida adulta por lo que los esfuerzos del personal de salud junto con ONGs que trabajan en el área van destinados a garantizar los requerimientos nutricionales necesarios en la mujer embarazada y, posteriormente, en los niños hasta los 24 meses.

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¿Cómo estamos en Venezuela? Según los reportes de Cáritas, aproximadamente un 73% de los niños menores de cinco años presentan desnutrición aguda, de los cuales un 49% corresponden a niños menores de dos años (Datos obtenidos del Boletín XV elaborado entre febrero y julio del 2020).

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Barquisimeto 1

Esto es lo que, en líneas generales se ve, pero difícilmente puede expresar lo que realmente se vive por lo que intentaré, bajo el resguardo de sus identidades y con el único propósito de visibilizarlos, compartirles un poco de lo que experimento día a día en las áreas de hospitalización de mi país.

A las 7:00 de la mañana llego al hospital en una cola (aventón) pues no hay combustible ni transporte público que garantice la movilidad. Al entrar a la emergencia lo primero que siento es un golpe de calor pues los aires acondicionados tienen meses sin funcionar. En las camillas están mis niños y junto a ellos sus abuelos, tíos y a veces hasta vecinos que asumieron la responsabilidad de cuidarlos mientras papá y mamá huyeron del país por alguna frontera boscosa en busca de algo que enviar a casa.

En la cama nº. 5 observo un ovillo de sábanas y, por un instante, creo que el espacio está vacío, pero un momento después algo se mueve y emerge un pequeño cuya cabeza no es del todo proporcional con su cuerpo frágil. La médico que amaneció de guardia, prácticamente sin pegar un ojo porque estuvo sola toda la noche ya que sus compañeros no pudieron llegar a la guardia, me dice “Doctor, este es un niño de 18 meses quien consultó por tos y dificultad para respirar”, pero inmediatamente la interrumpo pues hay algo que no me cuadra “¿18 meses? ¿Cuánto pesa este nene?” “Si Doctor, tiene 18 meses y pesa 6 kilogramos”. La sangre se me congela en el centro del pecho por lo que, con cuidado, retiro las sábanas que en principio creí eran las únicas habitantes de aquel espacio para descubrir una mirada que me alivió un poco la tristeza pues, pese a que no tenía ni mejillas, aquel niño venezolano aún conservaba la capacidad de sonreír.

La mamá estaba sin trabajo, me prohibió preguntar por el papá y me dijo que “hacía tiempo que lo veía flaquito pero se le hacía muy difícil salir del monte pal´ hospital”, fue que logró conseguir que alguien la llevara en una moto porque lo escuchó tosiendo muy feo. El niño se puso de pie sobre la camilla y, cuando extendió los brazos hacia su madre no pude evitar recordar a Cristo en la fragilidad de Su humanidad y en la majestuosidad de Su santidad junto a una María que no abandona, que no sabe con exactitud lo que sucede, pero que confía.

Como él son muchas las historias que en este momento se escriben en el libro de la vida mientras los poderosos se sortean los pocos recursos que aún nos quedan como nación al mejor estilo de los soldados que echaron a la suerte las prendas de Jesús. Puede que hoy nos toque, como generación al frente, contemplar el dolor de los niños en una Cruz de Hambre, pero estoy convencido que grandes cosas tiene preparadas el Señor para sus más frágiles y heroicos guerreros. Mientras tanto aquí seguiré confiando, orando y actuando desde lo que sé y soy; un Pediatra Carmelita.

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En mi hospital, con requerimiento actual de ocho pediatras, solo quedamos dos y, justo cuando el correo electrónico de Fray Jon me llegó, estaba enarbolando las palabras para redactar mi carta de renuncia. Cosas de Dios que me hace, en un instante de mi existencia, recordar lo mucho que amo mi trabajo y lo necesario que soy en este instante de tormentas. Como diría Santa Teresa de los Andes “Soy la persona más feliz con mi vocación, y no me canso de darle gracias a Dios por haberme traído a este rinconcito de cielo”, porque, después de todo, allí en los hospitales rodeado de mis niños, es justo como me siento.

Hablar de un tema tan delicado, repleto de tantas vertientes es, para los políticos un problema, para los estadistas una calamidad, para las ONGs una tristeza y para un país la desnutrición se transforma en una profunda herida que compromete su futuro. No pretendo abrumar a los lectores con cifras que, por más grotescas que puedan ser, no alcanzan a reflejar el verdadero rostro de la infancia venezolana azotada por una cruenta realidad instaurada mucho antes de la pandemia la cual vino a acrecentar las brechas entre pobres y ricos.

La Iglesia Católica que, a lo largo de la historia, ha sido la luz de Cristo que vence las tinieblas, juega un papel fundamental no solo en la recopilación de datos pondoestaturales de los niños sino también en los proyectos de seguimiento y recuperación nutricional. 

Cáritas Venezuela, a través del Sistema de Monitoreo, Alerta y Atención en Nutrición y Salud (SAMAN), ha llevado adelante, pese a las limitaciones, trabas, persecuciones e incluso amenazas por parte del régimen nacional diferentes centros multidisciplinarios con la participación activa de voluntarios en las zonas más vulnerables del territorio venezolano logrando no solo detectar diversos grados de desnutrición infantil sino también brindar atención para minimizar los efectos sobre el neurodesarrollo y las capacidades futuras de los más pequeños. 

Desde el punto de vista científico es ampliamente conocido que la dieta de los primeros 1000 días (Desde la concepción, la gestación y hasta los dos años de edad) es fundamental para garantizar el alcance óptimo de todas las capacidades en la vida adulta por lo que los esfuerzos del personal de salud junto con ONGs que trabajan en el área van destinados a garantizar los requerimientos nutricionales necesarios en la mujer embarazada y, posteriormente, en los niños hasta los 24 meses.

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¿Cómo estamos en Venezuela? Según los reportes de Cáritas, aproximadamente un 73% de los niños menores de cinco años presentan desnutrición aguda, de los cuales un 49% corresponden a niños menores de dos años (Datos obtenidos del Boletín XV elaborado entre febrero y julio del 2020).

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Esto es lo que, en líneas generales se ve, pero difícilmente puede expresar lo que realmente se vive por lo que intentaré, bajo el resguardo de sus identidades y con el único propósito de visibilizarlos, compartirles un poco de lo que experimento día a día en las áreas de hospitalización de mi país.

A las 7:00 de la mañana llego al hospital en una cola (aventón) pues no hay combustible ni transporte público que garantice la movilidad. Al entrar a la emergencia lo primero que siento es un golpe de calor pues los aires acondicionados tienen meses sin funcionar. En las camillas están mis niños y junto a ellos sus abuelos, tíos y a veces hasta vecinos que asumieron la responsabilidad de cuidarlos mientras papá y mamá huyeron del país por alguna frontera boscosa en busca de algo que enviar a casa.

En la cama nº. 5 observo un ovillo de sábanas y, por un instante, creo que el espacio está vacío, pero un momento después algo se mueve y emerge un pequeño cuya cabeza no es del todo proporcional con su cuerpo frágil. La médico que amaneció de guardia, prácticamente sin pegar un ojo porque estuvo sola toda la noche ya que sus compañeros no pudieron llegar a la guardia, me dice “Doctor, este es un niño de 18 meses quien consultó por tos y dificultad para respirar”, pero inmediatamente la interrumpo pues hay algo que no me cuadra “¿18 meses? ¿Cuánto pesa este nene?” “Si Doctor, tiene 18 meses y pesa 6 kilogramos”. La sangre se me congela en el centro del pecho por lo que, con cuidado, retiro las sábanas que en principio creí eran las únicas habitantes de aquel espacio para descubrir una mirada que me alivió un poco la tristeza pues, pese a que no tenía ni mejillas, aquel niño venezolano aún conservaba la capacidad de sonreír.

La mamá estaba sin trabajo, me prohibió preguntar por el papá y me dijo que “hacía tiempo que lo veía flaquito pero se le hacía muy difícil salir del monte pal´ hospital”, fue que logró conseguir que alguien la llevara en una moto porque lo escuchó tosiendo muy feo. El niño se puso de pie sobre la camilla y, cuando extendió los brazos hacia su madre no pude evitar recordar a Cristo en la fragilidad de Su humanidad y en la majestuosidad de Su santidad junto a una María que no abandona, que no sabe con exactitud lo que sucede, pero que confía.

Como él son muchas las historias que en este momento se escriben en el libro de la vida mientras los poderosos se sortean los pocos recursos que aún nos quedan como nación al mejor estilo de los soldados que echaron a la suerte las prendas de Jesús. Puede que hoy nos toque, como generación al frente, contemplar el dolor de los niños en una Cruz de Hambre, pero estoy convencido que grandes cosas tiene preparadas el Señor para sus más frágiles y heroicos guerreros. Mientras tanto aquí seguiré confiando, orando y actuando desde lo que sé y soy; un Pediatra Carmelita.

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