

Una misión y un reto, que tomamos a pecho, y enfermamos también en el empeño. Pronto hubo que hacer cambios y buscar sustitutos. Por ello mismo, tuvimos que aprender también a actuar con más prudencia. Pero no nos abandonó el convencimiento de que a aquel pueblo no se le podía evangelizar sin que de alguna forma se le hiciera experimentar al mismo tiempo la acción sanadora de Jesús para la persona y el pueblo.
Con este fin, entre otras cosas y con la perspectiva de generosos proyectos en la cabeza, nos hicimos, gracias a bienhechores de las misiones, con el servicio de un tractor. Nos ha sido de grandísima utilidad para las construcciones, acarreo de materiales, como arena del río, y piedra de los montes, para roturar y cultivar campos.
Habíamos optado por llevar adelante dos centros misionales a la vez, en Mwanjawanthu y en Chamilala, con la esperanza de forzar así un desarrollo más rápido, y con la idea de una colaboración enriquecedora entre las dos comunidades. En todo caso, el trabajo de construcciones se ha duplicado. En el plan de promoción del pueblo, tenemos ahora pendiente la construcción de un Centro de la juventud en la primera de las misiones, y de un colegio de secundaria en la segunda. En Mwanjawanthu existe una escuela primaria y un centro de salud, que sirven a 35 aldeas situadas a diferentes distancias.
Ya se sabe, tenemos que afrontar toda clase de necesidades, a cuál más urgentes. Acerca de éstas, hemos tenido reuniones de consulta con el pueblo, y ellos han juzgado que lo más importante y sensible es el cuidado de la salud. En Zambia hay un doctor para cada 19.000 habitantes. El 50% de los niños de menos de cinco años sufren subdesarrollo, y uno de cada seis no llega a cumplir su quinto año. La mortalidad maternal no deja de crecer, sobre todo en esta provincia del este, debido a matrimonios precoces. Al cuidado de la salud pertenece la malaria, que, como sabido, es la enfermedad normal y universal en África, que nunca en realidad se la ataca masivamente para vencerla.
He mencionado todas estas carencias y urgencias. No obstante, ante la realidad cruel del hambre permanente de nuestra gente; a los misioneros se nos impone con la máxima e impostergable urgencia la necesidad de hacer algo más efectivo para que este pueblo no sufra tanto del hambre. En Mwanjawanthu el 99,9% de la población son pobres campesinos, que dependen totalmente de las lluvias estacionales para su alimentación. Los que son asalariados de los propietarios de los terrenos ganan menos de 10 dólares a la semana. En Chamilala, siendo aún más aguda la escasez de agua, muchos, además de su habitual cultivo de la tierra, se emplean en la producción de carbón, a la caza en vedado, a la pesca y medios semejantes, por la necesidad de allegar alguna subsistencia suplementaria.
Ni la tecnología moderna ni los métodos científicos de cultivo han tenido apenas entrada en esta región. Por ello la cosecha sigue siendo siempre insuficiente. Pero cuando la estación de lluvias se retrasa o se perturba en sus ritmos, el impacto en la vida del pueblo es directo e inmediato. Sufren hambruna, y, en particular desde diciembre a febrero, se llega a la inanición, pues pueden consumir sólo dos o tres comidas a la semana.
Sin embargo, aun en el mejor de los casos, aunque en el año las lluvias sean regulares y tempestivas, una cosecha sola anual no cubre las necesidades de la gente, y siempre e indefectiblemente sobreviene el hambre, que es crónica en mayor o menor medida. En los últimos cuatro años hemos distribuido paquetes de comida a 480 o 600 familias durante los meses de hambre. Pero esto no es una solución permanente, es una emergencia continua. Decidimos por ello roturar nuevos terrenos con el tractor, y cultivarlos, produciendo alguna mejora, pero muy lejos de resolver sustancialmente el problema de la emergencia anual y del hambre crónica. Es decir, hasta ahora no se ha abordado el problema en su raíz: nunca hay agua suficiente como para erradicar el hambre. Pero no hay agua suficiente porque no se la recoge y conserva cuando la hay. La solución es el aprovechamiento de las lluvias anuales, sean las que sean y como sean, para el riego de los campos en los tiempos apropiados. Tenemos que recoger y conservar estas aguas para un riego racional, de modo que podamos asegurar a nuestra gente al menos dos cosechas al año, e incluso tres.
Nuestro proyecto es el de conseguir una excavadora que nos permita remover las tierras con relativa facilidad y abrir en medio de los campos estanques de 150x100x3m. La primera experiencia la haremos en los terrenos de la misión, para mostrar cómo se pueden obtener dos cosechas gracias al riego con agua de lluvia retenida.
Si logramos esto, la hambruna anual sería eliminada en esta zona oriental de la provincia, y esto será un modelo y estímulo de lo que se puede hacer en otras partes del país.
El Gobierno no presta atención al problema y a su solución. Otras ONGs están más ocupadas con el grave problema de los porcentajes de AIDs. Por su parte, los habitantes de Mwanjawanthu, que viven de las actividades agrícolas, no trabajan en modo cooperador. Durante los cuatro últimos años hemos hecho lo que podíamos para organizarlos en una cierta cooperativa, una colaboración, pero no se ha logrado. No están acostumbrados a trabajar de este modo. Cada uno para sí. Tal vez la pobreza misma los convierte en suspicaces. No se fían de las nuevas ideas. Temen perder lo poco y único que tienen.
La excavadora nos va a facilitar también, secundariamente, la instalación de letrinas en las aldeas y en las casas individuales. Será imprescindible esa herramienta en la fundamentación de los edificios que tenemos en proyecto para el pueblo. Pues para los trabajadores resulta enormemente duro el trabajo de la excavación manual en el suelo reseco; más aún en la región de Chamilala, debido a la superficie rocosa del terreno. En la obra de carreteras y de alcantarillado, la excavadora y los nuevos dispositivos complementarios jugarán un papel decisivo.
Todo esto es verdad y prometedor. Pero tengo que dejar claro que ahora nuestro objetivo primario es la eliminación del hambre, gracias a una segunda cosecha producida por el riego del agua de lluvias recogida en estanques. Las mujeres serán las primeras en adherirse al proyecto y a apoyarnos. En la cultura de nuestro pueblo ellas son más poderosas que los hombres. Casi todas las actividades, como la agricultura, el comercio y los negocios etc., están dirigidas por ellas. En cambio, en la construcción de edificios y carreteras baja mucho el porcentaje de su participación. Lo que queremos promover con la excavadora redunda directamente en el empoderamiento de la mujer, y, a la vez, ellas están destinadas por su cultura misma a ser las primeras aliadas y valedoras del proyecto.
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Una misión y un reto, que tomamos a pecho, y enfermamos también en el empeño. Pronto hubo que hacer cambios y buscar sustitutos. Por ello mismo, tuvimos que aprender también a actuar con más prudencia. Pero no nos abandonó el convencimiento de que a aquel pueblo no se le podía evangelizar sin que de alguna forma se le hiciera experimentar al mismo tiempo la acción sanadora de Jesús para la persona y el pueblo.
Con este fin, entre otras cosas y con la perspectiva de generosos proyectos en la cabeza, nos hicimos, gracias a bienhechores de las misiones, con el servicio de un tractor. Nos ha sido de grandísima utilidad para las construcciones, acarreo de materiales, como arena del río, y piedra de los montes, para roturar y cultivar campos.
Habíamos optado por llevar adelante dos centros misionales a la vez, en Mwanjawanthu y en Chamilala, con la esperanza de forzar así un desarrollo más rápido, y con la idea de una colaboración enriquecedora entre las dos comunidades. En todo caso, el trabajo de construcciones se ha duplicado. En el plan de promoción del pueblo, tenemos ahora pendiente la construcción de un Centro de la juventud en la primera de las misiones, y de un colegio de secundaria en la segunda. En Mwanjawanthu existe una escuela primaria y un centro de salud, que sirven a 35 aldeas situadas a diferentes distancias.
Ya se sabe, tenemos que afrontar toda clase de necesidades, a cuál más urgentes. Acerca de éstas, hemos tenido reuniones de consulta con el pueblo, y ellos han juzgado que lo más importante y sensible es el cuidado de la salud. En Zambia hay un doctor para cada 19.000 habitantes. El 50% de los niños de menos de cinco años sufren subdesarrollo, y uno de cada seis no llega a cumplir su quinto año. La mortalidad maternal no deja de crecer, sobre todo en esta provincia del este, debido a matrimonios precoces. Al cuidado de la salud pertenece la malaria, que, como sabido, es la enfermedad normal y universal en África, que nunca en realidad se la ataca masivamente para vencerla.
He mencionado todas estas carencias y urgencias. No obstante, ante la realidad cruel del hambre permanente de nuestra gente; a los misioneros se nos impone con la máxima e impostergable urgencia la necesidad de hacer algo más efectivo para que este pueblo no sufra tanto del hambre. En Mwanjawanthu el 99,9% de la población son pobres campesinos, que dependen totalmente de las lluvias estacionales para su alimentación. Los que son asalariados de los propietarios de los terrenos ganan menos de 10 dólares a la semana. En Chamilala, siendo aún más aguda la escasez de agua, muchos, además de su habitual cultivo de la tierra, se emplean en la producción de carbón, a la caza en vedado, a la pesca y medios semejantes, por la necesidad de allegar alguna subsistencia suplementaria.
Ni la tecnología moderna ni los métodos científicos de cultivo han tenido apenas entrada en esta región. Por ello la cosecha sigue siendo siempre insuficiente. Pero cuando la estación de lluvias se retrasa o se perturba en sus ritmos, el impacto en la vida del pueblo es directo e inmediato. Sufren hambruna, y, en particular desde diciembre a febrero, se llega a la inanición, pues pueden consumir sólo dos o tres comidas a la semana.
Sin embargo, aun en el mejor de los casos, aunque en el año las lluvias sean regulares y tempestivas, una cosecha sola anual no cubre las necesidades de la gente, y siempre e indefectiblemente sobreviene el hambre, que es crónica en mayor o menor medida. En los últimos cuatro años hemos distribuido paquetes de comida a 480 o 600 familias durante los meses de hambre. Pero esto no es una solución permanente, es una emergencia continua. Decidimos por ello roturar nuevos terrenos con el tractor, y cultivarlos, produciendo alguna mejora, pero muy lejos de resolver sustancialmente el problema de la emergencia anual y del hambre crónica. Es decir, hasta ahora no se ha abordado el problema en su raíz: nunca hay agua suficiente como para erradicar el hambre. Pero no hay agua suficiente porque no se la recoge y conserva cuando la hay. La solución es el aprovechamiento de las lluvias anuales, sean las que sean y como sean, para el riego de los campos en los tiempos apropiados. Tenemos que recoger y conservar estas aguas para un riego racional, de modo que podamos asegurar a nuestra gente al menos dos cosechas al año, e incluso tres.
Nuestro proyecto es el de conseguir una excavadora que nos permita remover las tierras con relativa facilidad y abrir en medio de los campos estanques de 150x100x3m. La primera experiencia la haremos en los terrenos de la misión, para mostrar cómo se pueden obtener dos cosechas gracias al riego con agua de lluvia retenida.
Si logramos esto, la hambruna anual sería eliminada en esta zona oriental de la provincia, y esto será un modelo y estímulo de lo que se puede hacer en otras partes del país.
El Gobierno no presta atención al problema y a su solución. Otras ONGs están más ocupadas con el grave problema de los porcentajes de AIDs. Por su parte, los habitantes de Mwanjawanthu, que viven de las actividades agrícolas, no trabajan en modo cooperador. Durante los cuatro últimos años hemos hecho lo que podíamos para organizarlos en una cierta cooperativa, una colaboración, pero no se ha logrado. No están acostumbrados a trabajar de este modo. Cada uno para sí. Tal vez la pobreza misma los convierte en suspicaces. No se fían de las nuevas ideas. Temen perder lo poco y único que tienen.
La excavadora nos va a facilitar también, secundariamente, la instalación de letrinas en las aldeas y en las casas individuales. Será imprescindible esa herramienta en la fundamentación de los edificios que tenemos en proyecto para el pueblo. Pues para los trabajadores resulta enormemente duro el trabajo de la excavación manual en el suelo reseco; más aún en la región de Chamilala, debido a la superficie rocosa del terreno. En la obra de carreteras y de alcantarillado, la excavadora y los nuevos dispositivos complementarios jugarán un papel decisivo.
Todo esto es verdad y prometedor. Pero tengo que dejar claro que ahora nuestro objetivo primario es la eliminación del hambre, gracias a una segunda cosecha producida por el riego del agua de lluvias recogida en estanques. Las mujeres serán las primeras en adherirse al proyecto y a apoyarnos. En la cultura de nuestro pueblo ellas son más poderosas que los hombres. Casi todas las actividades, como la agricultura, el comercio y los negocios etc., están dirigidas por ellas. En cambio, en la construcción de edificios y carreteras baja mucho el porcentaje de su participación. Lo que queremos promover con la excavadora redunda directamente en el empoderamiento de la mujer, y, a la vez, ellas están destinadas por su cultura misma a ser las primeras aliadas y valedoras del proyecto.