

Aún así, algo que resulta inexplicable y llamativo para quienes nos observan desde fuera, es la calidad y exquisitez de cuanto servimos diariamente. No nos resignamos a que nuestra gente ‘sobreviva’. Estamos empeñados en transmitirles la dignidad de hijos amados y predilectos de Dios, no sólo desde el discurso teológico, sino desde cada sabor, el lugar donde los recibimos y el modo en que les servimos.
Creemos en la honestidad por despertar el deseo y la opción por la excelencia que cada persona lleva inscrito en lo profundo de su ser, y quizá inexplorado hasta el momento, pero emergente incluso en el resentido descontento, como manifestación básica y primaria de no hallarse en la situación que todo ser humano debiera.
Sinceramente nuestra opción por este estilo, no ha brotado de una preparación intelectual formada al respecto, -que no dudamos sería de gran provecho-, ni de una participación activa en movimientos de gran impacto social. No nos hemos preparado de antemano para atender estas realidades… y aún así, con el riesgo de equivocarnos, sin dejar de cotejar y aprendiendo de otros, sentimos que vivimos un milagro cotidiano, al tener un comedor con pretensiones de restaurante; una capilla bella y pulcra, encerada y lustrada mensual y semanalmente; junto a un conjunto de juegos infantiles, en un entorno armónicamente parquizado.
Los resultados percibidos hasta el momento en nuestros destinatarios son: alegría, sentido de pertenencia, agradecimiento humano y religioso, deseos de colaborar y ser parte de la obra, perseverancia y compromiso leal; y en algunos, al principio, hasta desconfianza por ser demasiado bueno lo que se ofrece, y sin cobros desleales en nombre de intereses políticos o de presiones religiosas.
Con quienes compartimos la cotidianeidad, no son meros receptores. Contamos con la ayuda diaria de excelentes personas, incluso con capacidades refinadas, provenientes de ambientes en los que muchos podrían preguntarse parafraseando el Evangelio: «¿Acaso puede salir algo bueno de esos barrios? Nuestra conclusión probada es que sí.
Por amor a la verdad, debemos decir que no siempre fueron así nuestras instituciones en esta provincia de San Miguel de Tucumán. A nuestra Escuela, Jardín de Infantes y Comedor, sólo venían los que no tenías más remedio o alternativa: los estigmatizados por su condición, los que no podían acceder a algo mejor. Sólo en estos últimos y escasos años, cobramos un renovado impulso. Por ellos, es que ahora podríamos decir que somos parámetro en algunos niveles, motivo por el cual, nos sabemos elegidos, luego de haberlos elegido a ellos, pero de verdad.
Entendemos que cada país, cada lugar, y cada circunstancia es diferente y tiene sus propios desafíos. En lo que nos hemos convertido hoy, es una sorpresa hasta para nosotros mismos. La magia y el secreto está en descubrir las posibilidades que algo encierra, y que hasta el momento oportuno no resultan visibles o viables. Es por ello que, para quienes no creían/mos hasta el momento en que Dios nos abrió los horizontes, decidimos dejar testimonios visuales en el registro fotográfico de lo que transmitimos con palabras.
Quizá, el temor de algunos responsables de nuestras obras, haya sido por mucho tiempo pensar que, si los aportantes vieran signos de progreso, posiblemente decaerán las ayudas recibidas. Nos parece percibir incluso, un cierto sentimiento de culpabilidad por aspirar a más, como si los más humildes, debieran perseverar en el nivel más básico de la experiencia de vivir, sin pretensiones más que lo estrictamente imprescindible.
Todo emprendimiento en favor de los demás, acarrea un sinnúmero de rubros poco pintorescos, que en poco o casi nada movilizan la sensibilidad de la gente deseosa de ayudar, pero que son absolutamente necesarios para su real funcionamiento, como son los impuestos, servicios municipales, etc., de los que muchos nos creen exentos. Para un pensamiento simple, quizá la constatación de un logro, sea sinónimo de: ‘ya se alcanzó una meta, no hago falta aquí’. Pero lo más difícil de una obra, no es el inicio, sino la continuidad y perseverancia, sin decaer en lo que se va conquistando. No volver atrás, no decrecer, es nuestro mayor estímulo. Hasta el momento, sentimos que mientras conservamos el nivel, vamos por más en nuevos frentes. «El Señor no tarda su promesa… tiene paciencia con todos porque no quiere que nadie se pierda» (2 Pe 3, 9).
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Aún así, algo que resulta inexplicable y llamativo para quienes nos observan desde fuera, es la calidad y exquisitez de cuanto servimos diariamente. No nos resignamos a que nuestra gente ‘sobreviva’. Estamos empeñados en transmitirles la dignidad de hijos amados y predilectos de Dios, no sólo desde el discurso teológico, sino desde cada sabor, el lugar donde los recibimos y el modo en que les servimos.
Creemos en la honestidad por despertar el deseo y la opción por la excelencia que cada persona lleva inscrito en lo profundo de su ser, y quizá inexplorado hasta el momento, pero emergente incluso en el resentido descontento, como manifestación básica y primaria de no hallarse en la situación que todo ser humano debiera.
Sinceramente nuestra opción por este estilo, no ha brotado de una preparación intelectual formada al respecto, -que no dudamos sería de gran provecho-, ni de una participación activa en movimientos de gran impacto social. No nos hemos preparado de antemano para atender estas realidades… y aún así, con el riesgo de equivocarnos, sin dejar de cotejar y aprendiendo de otros, sentimos que vivimos un milagro cotidiano, al tener un comedor con pretensiones de restaurante; una capilla bella y pulcra, encerada y lustrada mensual y semanalmente; junto a un conjunto de juegos infantiles, en un entorno armónicamente parquizado.
Los resultados percibidos hasta el momento en nuestros destinatarios son: alegría, sentido de pertenencia, agradecimiento humano y religioso, deseos de colaborar y ser parte de la obra, perseverancia y compromiso leal; y en algunos, al principio, hasta desconfianza por ser demasiado bueno lo que se ofrece, y sin cobros desleales en nombre de intereses políticos o de presiones religiosas.
Con quienes compartimos la cotidianeidad, no son meros receptores. Contamos con la ayuda diaria de excelentes personas, incluso con capacidades refinadas, provenientes de ambientes en los que muchos podrían preguntarse parafraseando el Evangelio: «¿Acaso puede salir algo bueno de esos barrios? Nuestra conclusión probada es que sí.
Por amor a la verdad, debemos decir que no siempre fueron así nuestras instituciones en esta provincia de San Miguel de Tucumán. A nuestra Escuela, Jardín de Infantes y Comedor, sólo venían los que no tenías más remedio o alternativa: los estigmatizados por su condición, los que no podían acceder a algo mejor. Sólo en estos últimos y escasos años, cobramos un renovado impulso. Por ellos, es que ahora podríamos decir que somos parámetro en algunos niveles, motivo por el cual, nos sabemos elegidos, luego de haberlos elegido a ellos, pero de verdad.
Entendemos que cada país, cada lugar, y cada circunstancia es diferente y tiene sus propios desafíos. En lo que nos hemos convertido hoy, es una sorpresa hasta para nosotros mismos. La magia y el secreto está en descubrir las posibilidades que algo encierra, y que hasta el momento oportuno no resultan visibles o viables. Es por ello que, para quienes no creían/mos hasta el momento en que Dios nos abrió los horizontes, decidimos dejar testimonios visuales en el registro fotográfico de lo que transmitimos con palabras.
Quizá, el temor de algunos responsables de nuestras obras, haya sido por mucho tiempo pensar que, si los aportantes vieran signos de progreso, posiblemente decaerán las ayudas recibidas. Nos parece percibir incluso, un cierto sentimiento de culpabilidad por aspirar a más, como si los más humildes, debieran perseverar en el nivel más básico de la experiencia de vivir, sin pretensiones más que lo estrictamente imprescindible.
Todo emprendimiento en favor de los demás, acarrea un sinnúmero de rubros poco pintorescos, que en poco o casi nada movilizan la sensibilidad de la gente deseosa de ayudar, pero que son absolutamente necesarios para su real funcionamiento, como son los impuestos, servicios municipales, etc., de los que muchos nos creen exentos. Para un pensamiento simple, quizá la constatación de un logro, sea sinónimo de: ‘ya se alcanzó una meta, no hago falta aquí’. Pero lo más difícil de una obra, no es el inicio, sino la continuidad y perseverancia, sin decaer en lo que se va conquistando. No volver atrás, no decrecer, es nuestro mayor estímulo. Hasta el momento, sentimos que mientras conservamos el nivel, vamos por más en nuevos frentes. «El Señor no tarda su promesa… tiene paciencia con todos porque no quiere que nadie se pierda» (2 Pe 3, 9).