

Mientras el café gotea pausadamente en la cocina, conversamos sobre la alarmante situación que enfrentamos los profesionales de la salud dentro de los hospitales públicos del país.
Y es que no solamente tenemos que sortear el éxodo de médicos, enfermeros y técnicos que han marchado en búsqueda de calidad de vida en otros horizontes sino también el progresivo deterioro de la infraestructura, equipos e insumos. Recordábamos juntos cuando en la Unidad Neonatal teníamos 20 incubadoras y 6 ventiladores mecánicos que, ya en aquel momento (Hace unos 3 años) eran insuficientes para atender la demanda de un hospital que es centro de referencia en toda la región centrooccidental del país.
En la actualidad solo funcionan 5 incubadoras y 3 ventiladores mecánicos lo que transforma cada guardia en 24 horas de angustia, desesperación e impotencia al no poder brindar la atención necesaria a los mas pequeños y vulnerables. Y es que si hay algo que ha herido profundamente el corazón del medico venezolano en tiempos tan recios es ese choque brutal que existe entre el saber que hacer y el no poder hacerlo.
La realidad en las maternidades es quizás mas cruenta porque convergen realidades que, sin duda alguna nos sacuden las entrañas; por un lado madres cuyos hijos han partido precozmente a la Casa del Padre luego de un efímero paso por la tierra y por el otro a bebés cuyas madres son las victimas de un sistema decadente y prácticamente desmembrado. Le preguntaba a mi amiga ¿Por qué razón había repuntado tanto el número de muertes maternas? Y ella me contaba que el control prenatal es prácticamente nulo en la actualidad; la imposibilidad económica de las gestantes para realizarse exámenes de laboratorio de rutina así como controles ecográficos y estudios especiales imposibilitan la detección temprana de riesgos (anemia, infecciones, malformaciones) que terminan siendo descubiertos demasiado tarde viéndose comprometidas tanto la vida de la madre como la del niño. Y es que hasta el acceso a vitaminas fundamentales durante el periodo de gestación es inconcebible para una población que sobrevive con un salario mínimo de 20 dólares al mes donde también se ve afectado el estado nutricional de las embarazadas.
En muchos centros de salud los médicos solo cuentan con sus manos, sus conocimientos, su compromiso y disposición para la atención de las embarazadas, pero esto se torna insuficiente por lo que los riesgos de complicaciones durante el parto o las cesáreas aumentan vertiginosamente desencadenando un ascenso de muertes maternas y neonatales sin mencionar la lesión social, familiar e incluso espiritual que situaciones tan adversas generan.
En Venezuela, como en muchos países latinoamericanos, son comunes los «rincones de oración» dentro de los centros hospitalarios; resquicios, pasillos y a veces hasta un sencillo tramo de pared donde la imagen de Cristo junto a una estampilla de la Divina Pastora y el Beato Jose Gregorio Hernandez (Médico venezolano en proceso de canonización) son el único consuelo y sostén de familiares y amigos de los pacientes. Muchas veces ese mismo lugar es a donde vamos los médicos a llorar cuando sentimos que no podemos mas y justo allí mismo encontramos la fuerza para levantarnos, volver a nuestro lugar y hacer todo lo que podemos con lo poco que tenemos.
Quizás el panorama es desolador y probablemente muchos se preguntan ¿Qué hacen aun allí? ¿Por qué no se unen y reclaman mejores condiciones laborales? ¿Por qué los afectados no exigen insumos y recursos para la atención de sus familiares? Y es difícil brindar una respuesta clara cuando en medio de la oscuridad de un país en crisis la única luz que tenuemente titila es la de las manos de quienes aun quedamos aquí.
Mi amiga se fue antes que la electricidad se cortara y mientras recogía y lavaba las tazas recordé unas palabras que hace un par de días nos dijo el Prepósito General Miguel Márquez en una breve pero muy fructífera visita a Venezuela y que a continuación me permito compartirles: «Vivimos en un mundo de imposibles y nos enfrentamos a imposibles cada día, pero es precisamente eso lo que lo hace posible para Dios».
No olviden hermanos que vivimos un tiempo para dar la vida y no reservarse nada para si, que en cada cosa que hagamos nos entreguemos por completo».
Les pido, mis queridos hermanos, que nos sigan acompañando desde la oración que nos une como familia donde sea que nos encontremos. Nosotros, desde ésta trinchera, seguimos en pie de lucha y confiando siempre que vendrán tiempos mejores por nosotros, por nuestros niños y por todos los mas afectados de ésta crisis dolorosa que ha desplazado a mas de 6 millones de venezolanos a lo largo y ancho del mundo.
¿Te ha gustado el artículo? PUEDES COMPARTIRLO
COLABORA CON LOM
Mientras el café gotea pausadamente en la cocina, conversamos sobre la alarmante situación que enfrentamos los profesionales de la salud dentro de los hospitales públicos del país.
Y es que no solamente tenemos que sortear el éxodo de médicos, enfermeros y técnicos que han marchado en búsqueda de calidad de vida en otros horizontes sino también el progresivo deterioro de la infraestructura, equipos e insumos. Recordábamos juntos cuando en la Unidad Neonatal teníamos 20 incubadoras y 6 ventiladores mecánicos que, ya en aquel momento (Hace unos 3 años) eran insuficientes para atender la demanda de un hospital que es centro de referencia en toda la región centrooccidental del país.
En la actualidad solo funcionan 5 incubadoras y 3 ventiladores mecánicos lo que transforma cada guardia en 24 horas de angustia, desesperación e impotencia al no poder brindar la atención necesaria a los mas pequeños y vulnerables. Y es que si hay algo que ha herido profundamente el corazón del medico venezolano en tiempos tan recios es ese choque brutal que existe entre el saber que hacer y el no poder hacerlo.
La realidad en las maternidades es quizás mas cruenta porque convergen realidades que, sin duda alguna nos sacuden las entrañas; por un lado madres cuyos hijos han partido precozmente a la Casa del Padre luego de un efímero paso por la tierra y por el otro a bebés cuyas madres son las victimas de un sistema decadente y prácticamente desmembrado. Le preguntaba a mi amiga ¿Por qué razón había repuntado tanto el número de muertes maternas? Y ella me contaba que el control prenatal es prácticamente nulo en la actualidad; la imposibilidad económica de las gestantes para realizarse exámenes de laboratorio de rutina así como controles ecográficos y estudios especiales imposibilitan la detección temprana de riesgos (anemia, infecciones, malformaciones) que terminan siendo descubiertos demasiado tarde viéndose comprometidas tanto la vida de la madre como la del niño. Y es que hasta el acceso a vitaminas fundamentales durante el periodo de gestación es inconcebible para una población que sobrevive con un salario mínimo de 20 dólares al mes donde también se ve afectado el estado nutricional de las embarazadas.
En muchos centros de salud los médicos solo cuentan con sus manos, sus conocimientos, su compromiso y disposición para la atención de las embarazadas, pero esto se torna insuficiente por lo que los riesgos de complicaciones durante el parto o las cesáreas aumentan vertiginosamente desencadenando un ascenso de muertes maternas y neonatales sin mencionar la lesión social, familiar e incluso espiritual que situaciones tan adversas generan.
En Venezuela, como en muchos países latinoamericanos, son comunes los «rincones de oración» dentro de los centros hospitalarios; resquicios, pasillos y a veces hasta un sencillo tramo de pared donde la imagen de Cristo junto a una estampilla de la Divina Pastora y el Beato Jose Gregorio Hernandez (Médico venezolano en proceso de canonización) son el único consuelo y sostén de familiares y amigos de los pacientes. Muchas veces ese mismo lugar es a donde vamos los médicos a llorar cuando sentimos que no podemos mas y justo allí mismo encontramos la fuerza para levantarnos, volver a nuestro lugar y hacer todo lo que podemos con lo poco que tenemos.
Quizás el panorama es desolador y probablemente muchos se preguntan ¿Qué hacen aun allí? ¿Por qué no se unen y reclaman mejores condiciones laborales? ¿Por qué los afectados no exigen insumos y recursos para la atención de sus familiares? Y es difícil brindar una respuesta clara cuando en medio de la oscuridad de un país en crisis la única luz que tenuemente titila es la de las manos de quienes aun quedamos aquí.
Mi amiga se fue antes que la electricidad se cortara y mientras recogía y lavaba las tazas recordé unas palabras que hace un par de días nos dijo el Prepósito General Miguel Márquez en una breve pero muy fructífera visita a Venezuela y que a continuación me permito compartirles: «Vivimos en un mundo de imposibles y nos enfrentamos a imposibles cada día, pero es precisamente eso lo que lo hace posible para Dios».
No olviden hermanos que vivimos un tiempo para dar la vida y no reservarse nada para si, que en cada cosa que hagamos nos entreguemos por completo».
Les pido, mis queridos hermanos, que nos sigan acompañando desde la oración que nos une como familia donde sea que nos encontremos. Nosotros, desde ésta trinchera, seguimos en pie de lucha y confiando siempre que vendrán tiempos mejores por nosotros, por nuestros niños y por todos los mas afectados de ésta crisis dolorosa que ha desplazado a mas de 6 millones de venezolanos a lo largo y ancho del mundo.