Después de días de reflexión, supe exactamente a quién dedicar estas líneas: la historia de un gran amigo y hermano, un ejemplo vivo de resiliencia.
Para nosotros, los jóvenes en Venezuela, alcanzar una meta no siempre es fácil. La situación del país hace que cada logro requiera mucho esfuerzo, perseverancia y dedicación. Le pedí a mi gran amigo que compartiera conmigo, cómo logró este importante hito en su vida… Sin extenderme más, quiero que conozcan al protagonista de esta historia, él nos recuerda que los sueños, por difíciles que sean, pueden convertirse en realidad.
«Buenos días, tardes o noches, dependiendo de qué rincón del mundo te encuentres y del momento en que decidas leer estas palabras. Son unas breves líneas que buscan reflejar cada experiencia que ha marcado mi vida. Mi nombre es Abraham Moreno, un nombre que resuena en lo más profundo de mí ser, cargado de un significado hermoso: no por nada es el nombre del padre de la fe. Tengo 20 años y soy originario de Caracas, Venezuela, específicamente de un humilde barrio llamado Los Frailes de Catia. En sus diversas calles y rincones, hay un lugar que para mí es especialmente valioso: la Parroquia San José Obrero. Allí, cada día se convierte en una experiencia con Dios, donde convivo con hermanos que también tienen sed de Él y buscan su presencia con fervor.
Recuerdo que cuando conocí la parroquia por primera vez fue gracias a mi abuela -a quien en ese entonces llamaba fastidiosa-. Ella me llevaba los domingos sin que yo entendiera del todo por qué. Me levantaba obligado, asistí a la eucaristía sin comprender aún la profundidad de ese acto. Pero con el tiempo, comprendí que ella no solo me llevaba a una iglesia, sino que sembraba en mí una semilla de fe y amor que hoy valoro profundamente.
Esa experiencia sencilla pero llena de amor y paciencia me enseñó mucho sobre la importancia de la fe y el compromiso familiar. Ahora sé que esos momentos compartidos con mi abuela en la parroquia han sido fundamentales para formar quien soy hoy: un joven lleno de esperanza y gratitud por las bendiciones recibidas.
Muchos años después, tuve la fortuna de conocer a una gran amiga que me invitó a formar parte del coro de la parroquia. Ella creyó que mi carisma y mi amor por la música podrían sumar algo especial a esa hermosa labor, que no es más que alabar al Señor a través del canto. Desde el primer momento en que escuche esa música tan variada y con un estilo único, jamás había sentido algo igual.
Quedé completamente enamorado de lo que se hacía en el coro parroquial, y sin dudarlo, decidí quedarme para aprender y crecer junto a ellos, tanto en lo musical como en lo espiritual.
A lo largo de estos años, mientras me he ido empapando y nutriendo en la parroquia, he aprendido cosas valiosísimas sobre la vida y sobre cómo vivirla siguiendo a Cristo. Antes pensaba que estaba disfrutando de mi vida, pero ahora entiendo que no sabía de lo que me estaba perdiendo cuando mi abuela me insistía en ir a ese pedacito de cielo en la tierra. Esa experiencia ha sido un regalo divino, una obra que Dios puso en mi camino para guiarme y fortalecerme.
En esa ocasión, se reparte un plato navideño a aquellas personas que, lamentablemente, se encuentran en situación de calle. Es un acto sencillo pero lleno de significado: hacerlo el 24 de diciembre, ese día en que todos esperamos con ilusión la llegada del Niño Dios.
Con esa pequeña acción, buscamos que nuestros hermanos más necesitados también sientan que no están solos, que el amor del Niño Jesús puede nacer en sus corazones y darles un poco de paz en medio de sus dificultades.
Estos últimos años han sido especialmente duros para mí. La pérdida de mi abuela y de mi papá, han marcado profundamente mi vida. Me ha tocado asumir el rol de cabeza de mi hogar, en un país donde la situación cada vez es más difícil y desoladora. He enfrentado vivencias muy crueles y agotadoras, momentos en los que me he cuestionado cual es mi propósito, por qué estoy aquí. Pero a pesar de todo ese dolor y esas dudas, nunca perdí la fe. Esa fe que me sostiene y me fortalece cada día, esa esperanza inquebrantable que me dice que no estoy solo, sé que cada lucha tiene un propósito y que Dios siempre está a mi lado, guiándome con su amor infinito.
Aunque las circunstancias sean adversas y el camino parezca oscuro, encuentro paz en saber que Él nunca me abandona. Esa certeza me da fuerzas para seguir adelante, con la confianza de que todo lo que vivo forma parte de un plan divino lleno de misericordia y amor.
Mi hermano aportó el capital, y yo me encargué de adecuar el espacio, transformándolo en un lugar donde las personas pudieran comer cómodamente y sentirse relajadas, un rincón donde puedan disfrutar sin prisa y con alegría. Fueron noches de trabajo arduo, en las que cada hora parecía eterna. Pegando bloques, frisando paredes, comprando mercancía de todo un poco -como decimos por aquí-. Cada momento fue una prueba de perseverancia y fe. Un proyecto en el que cada gota de sudor valió la pena, porque sabíamos en lo profundo que estábamos frente a una gran oportunidad: crear algo propio que nos brindara estabilidad económica en medio de esta crisis tan dura que atraviesa nuestro país.
Hoy, apenas hace una semana desde la apertura, el negocio va bastante bien. Nos llena de esperanza ver como cada día crece un poquito más. Con la ayuda de Dios, confiamos en que pronto llegará esa calma financiera que tanto anhelamos para nuestra familia. Este sueño no solo representa un ingreso; es una muestra de nuestra lucha constante por salir adelante, con fe firme en que Dios nos guía y nos fortalece en cada paso del camino. Y para ti, querido joven que hoy lees estas palabras, te invito a encontrar en tu corazón la calma y la paciencia.
Trabaja en la escucha activa, porque Dios siempre nos está enviando mensajes a través de las personas y sus palabras. Sus experiencias pueden ser luz en nuestro camino, guiando nos para seguir adelante en esta hermosa travesía llena de fe y esperanza. Sé que en un mundo lleno de dificultades es muy difícil no desesperarse, pero recuerda que cada acontecimiento en nuestra vida tiene un propósito y nos deja una enseñanza. Los mejores guerreros son aquellos que enfrentan las batallas más duras, porque saben que después de la tormenta llega la calma.
Te invito a que, cuando vuelvas a enfrentarte a una nueva batalla o a una situación difícil, recuerdes Confía en Él, porque Él nunca te abandona y siempre tiene un plan perfecto para ti. Solo debes abrir tu corazón y seguir caminado con fe firme, sabiendo que cada prueba es una oportunidad para crecer y fortalecer tu espíritu». Abraham M, (2025), Caracas Venezuela.
Esta es una historia que me llena de nostalgia. He sido testigo de muchas caídas que ha tenido mi amigo, pero su historia es, sobre todo, una historia de fe, una prueba de que siempre se puede seguir adelante. Como mencioné antes, no es fácil salir adelante en Venezuela.
Muchos de nosotros tenemos que trabajar para poder estudiar y aportar algo a nuestros hogares. Las rutinas diarias son exigentes, pero como jóvenes enfrentamos cada desafío con orgullo, porque sabemos que es el camino para alcanzar nuestras metas.
También hemos tenido que abandonar sueños para priorizar otros, pero nunca dejamos de soñar. Y sí, nos ha tocado muy fuerte, pero seguimos caminando. Me despido diciéndoles que no vale rendirse jamás por sus sueños, les invito a luchar hasta el final, a caminar de la mano de Dios. Porque, por más difícil que sea el camino, cada paso debe darse con amor para siempre lograr ese gran objetivo.
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Después de días de reflexión, supe exactamente a quién dedicar estas líneas: la historia de un gran amigo y hermano, un ejemplo vivo de resiliencia.
Para nosotros, los jóvenes en Venezuela, alcanzar una meta no siempre es fácil. La situación del país hace que cada logro requiera mucho esfuerzo, perseverancia y dedicación. Le pedí a mi gran amigo que compartiera conmigo, cómo logró este importante hito en su vida… Sin extenderme más, quiero que conozcan al protagonista de esta historia, él nos recuerda que los sueños, por difíciles que sean, pueden convertirse en realidad.
«Buenos días, tardes o noches, dependiendo de qué rincón del mundo te encuentres y del momento en que decidas leer estas palabras. Son unas breves líneas que buscan reflejar cada experiencia que ha marcado mi vida. Mi nombre es Abraham Moreno, un nombre que resuena en lo más profundo de mí ser, cargado de un significado hermoso: no por nada es el nombre del padre de la fe. Tengo 20 años y soy originario de Caracas, Venezuela, específicamente de un humilde barrio llamado Los Frailes de Catia. En sus diversas calles y rincones, hay un lugar que para mí es especialmente valioso: la Parroquia San José Obrero. Allí, cada día se convierte en una experiencia con Dios, donde convivo con hermanos que también tienen sed de Él y buscan su presencia con fervor.
Recuerdo que cuando conocí la parroquia por primera vez fue gracias a mi abuela -a quien en ese entonces llamaba fastidiosa-. Ella me llevaba los domingos sin que yo entendiera del todo por qué. Me levantaba obligado, asistí a la eucaristía sin comprender aún la profundidad de ese acto. Pero con el tiempo, comprendí que ella no solo me llevaba a una iglesia, sino que sembraba en mí una semilla de fe y amor que hoy valoro profundamente.
Esa experiencia sencilla pero llena de amor y paciencia me enseñó mucho sobre la importancia de la fe y el compromiso familiar. Ahora sé que esos momentos compartidos con mi abuela en la parroquia han sido fundamentales para formar quien soy hoy: un joven lleno de esperanza y gratitud por las bendiciones recibidas.
Muchos años después, tuve la fortuna de conocer a una gran amiga que me invitó a formar parte del coro de la parroquia. Ella creyó que mi carisma y mi amor por la música podrían sumar algo especial a esa hermosa labor, que no es más que alabar al Señor a través del canto. Desde el primer momento en que escuche esa música tan variada y con un estilo único, jamás había sentido algo igual.
Quedé completamente enamorado de lo que se hacía en el coro parroquial, y sin dudarlo, decidí quedarme para aprender y crecer junto a ellos, tanto en lo musical como en lo espiritual.
A lo largo de estos años, mientras me he ido empapando y nutriendo en la parroquia, he aprendido cosas valiosísimas sobre la vida y sobre cómo vivirla siguiendo a Cristo. Antes pensaba que estaba disfrutando de mi vida, pero ahora entiendo que no sabía de lo que me estaba perdiendo cuando mi abuela me insistía en ir a ese pedacito de cielo en la tierra. Esa experiencia ha sido un regalo divino, una obra que Dios puso en mi camino para guiarme y fortalecerme.
En esa ocasión, se reparte un plato navideño a aquellas personas que, lamentablemente, se encuentran en situación de calle. Es un acto sencillo pero lleno de significado: hacerlo el 24 de diciembre, ese día en que todos esperamos con ilusión la llegada del Niño Dios.
Con esa pequeña acción, buscamos que nuestros hermanos más necesitados también sientan que no están solos, que el amor del Niño Jesús puede nacer en sus corazones y darles un poco de paz en medio de sus dificultades.
Estos últimos años han sido especialmente duros para mí. La pérdida de mi abuela y de mi papá, han marcado profundamente mi vida. Me ha tocado asumir el rol de cabeza de mi hogar, en un país donde la situación cada vez es más difícil y desoladora. He enfrentado vivencias muy crueles y agotadoras, momentos en los que me he cuestionado cual es mi propósito, por qué estoy aquí. Pero a pesar de todo ese dolor y esas dudas, nunca perdí la fe. Esa fe que me sostiene y me fortalece cada día, esa esperanza inquebrantable que me dice que no estoy solo, sé que cada lucha tiene un propósito y que Dios siempre está a mi lado, guiándome con su amor infinito.
Aunque las circunstancias sean adversas y el camino parezca oscuro, encuentro paz en saber que Él nunca me abandona. Esa certeza me da fuerzas para seguir adelante, con la confianza de que todo lo que vivo forma parte de un plan divino lleno de misericordia y amor.
Mi hermano aportó el capital, y yo me encargué de adecuar el espacio, transformándolo en un lugar donde las personas pudieran comer cómodamente y sentirse relajadas, un rincón donde puedan disfrutar sin prisa y con alegría. Fueron noches de trabajo arduo, en las que cada hora parecía eterna. Pegando bloques, frisando paredes, comprando mercancía de todo un poco -como decimos por aquí-. Cada momento fue una prueba de perseverancia y fe. Un proyecto en el que cada gota de sudor valió la pena, porque sabíamos en lo profundo que estábamos frente a una gran oportunidad: crear algo propio que nos brindara estabilidad económica en medio de esta crisis tan dura que atraviesa nuestro país.
Hoy, apenas hace una semana desde la apertura, el negocio va bastante bien. Nos llena de esperanza ver como cada día crece un poquito más. Con la ayuda de Dios, confiamos en que pronto llegará esa calma financiera que tanto anhelamos para nuestra familia. Este sueño no solo representa un ingreso; es una muestra de nuestra lucha constante por salir adelante, con fe firme en que Dios nos guía y nos fortalece en cada paso del camino. Y para ti, querido joven que hoy lees estas palabras, te invito a encontrar en tu corazón la calma y la paciencia.
Trabaja en la escucha activa, porque Dios siempre nos está enviando mensajes a través de las personas y sus palabras. Sus experiencias pueden ser luz en nuestro camino, guiando nos para seguir adelante en esta hermosa travesía llena de fe y esperanza. Sé que en un mundo lleno de dificultades es muy difícil no desesperarse, pero recuerda que cada acontecimiento en nuestra vida tiene un propósito y nos deja una enseñanza. Los mejores guerreros son aquellos que enfrentan las batallas más duras, porque saben que después de la tormenta llega la calma.
Te invito a que, cuando vuelvas a enfrentarte a una nueva batalla o a una situación difícil, recuerdes Confía en Él, porque Él nunca te abandona y siempre tiene un plan perfecto para ti. Solo debes abrir tu corazón y seguir caminado con fe firme, sabiendo que cada prueba es una oportunidad para crecer y fortalecer tu espíritu». Abraham M, (2025), Caracas Venezuela.
Esta es una historia que me llena de nostalgia. He sido testigo de muchas caídas que ha tenido mi amigo, pero su historia es, sobre todo, una historia de fe, una prueba de que siempre se puede seguir adelante. Como mencioné antes, no es fácil salir adelante en Venezuela.
Muchos de nosotros tenemos que trabajar para poder estudiar y aportar algo a nuestros hogares. Las rutinas diarias son exigentes, pero como jóvenes enfrentamos cada desafío con orgullo, porque sabemos que es el camino para alcanzar nuestras metas.
También hemos tenido que abandonar sueños para priorizar otros, pero nunca dejamos de soñar. Y sí, nos ha tocado muy fuerte, pero seguimos caminando. Me despido diciéndoles que no vale rendirse jamás por sus sueños, les invito a luchar hasta el final, a caminar de la mano de Dios. Porque, por más difícil que sea el camino, cada paso debe darse con amor para siempre lograr ese gran objetivo.




