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Nos acercamos a la gran fiesta de nuestra fe, la Natividad del Señor. Ésta fue, sin duda, la gran manifestación del amor de Dios para con nosotros. Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Y, nosotros hemos contemplado su gloria y podemos recibirle a Él presente siempre en el sacramento de la Eucaristía. Dios está con nosotros para siempre.
A lo largo de la historia Dios se ha hecho presente en la vida del mundo y de las personas para transmitir la paz y el consuelo de Dios. Cuando el mundo estaba en tinieblas vino una gran luz. Cada vez que nosotros nos encontramos en una situación compleja, la luz de Jesús ilumina nuestros corazones y nos concede la paz que anhelamos.
Observando la realidad que estamos viviendo en nuestro mundo y no solo la crisis mundial provocado por el COVID-19 que nos ha hecho sufrir a todos, sobre todo a los más pobres. El mundo gime de dolor por la falta de paz y de reconciliación entre los pueblos y las personas. Seamos sinceros y reconozcamos que todos necesitamos que Jesús toque nuestro corazón para que vivamos, realmente, en el amor y en la paz entre nosotros.
Cuánto daño nos está haciendo a todos la falta de paz, la falta de unos sentimientos que se asemejen al corazón de Jesús. Condenamos duramente las realidades sociales, los problemas que azotan nuestro mundo y a nuestras vidas pero no olvidemos que la raíz de estos problemas y de estas situaciones están nuestros corazones heridos. No esperemos que Dios solucione todos nuestros problemas. Tampoco caigamos en un desánimo o un pasotismo consolador. Pongámonos en camino hacia la construcción de una civilización del amor, una realidad que no es una utopía o un proyecto irrealizable.
La historia nos enseña que en los momentos de mayor dificultad, surgen hombres y mujeres llenos de vida, de esperanza y de fe que son capaces de construir un nuevo mundo donde reine la verdadera paz; un mundo donde las personas vivan no con falsos ideales sino desde la fe en el Dios que salva. Nuestra vida y nuestras actitudes tienen que partir desde el corazón de Jesús. Solo así será posible una civilización del amor; sólo así podremos construir la verdadera paz y la reconciliación entre los pueblos y las personas.
Como nos ha recordado en varias ocasiones el papa Francisco, debemos salir de nosotros mismos al encuentro de los demás en actitud de amor. «El amor al otro por ser quién es, nos mueve a buscar los mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posible la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos» (Fratelli Tutti n.94).
En estas Navidades el mayor regalo que podemos hacer cada uno de nosotros, queridos lectores, es que seamos semillas de amor y de esperanza allá donde nos encontremos. Es el momento de ayudarnos y de acompañarnos los unos a los otros para que buscando siempre el bien común podamos hacer realidad las palabras de Jesús: «Les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno». (Jn, 17,22).